JON JUARISTI-ABC

  • La leyenda buenista del nacionalismo oculta que la ‘reconciliación’ se ha conseguido mediante una limpieza étnica

Con todo respeto a las asociaciones de víctimas del terrorismo etarra, su denuncia del hecho de que Bildu lleve en sus listas electorales a cuarenta y cuatro antiguos miembros de la banda, entre ellos siete condenados por asesinato, no va a escandalizar a nadie en el País Vasco y a muy pocos en el resto del planeta.

Un fenómeno digno de atención en la literatura (y el cine) de ambiente vasco posterior al acuerdo entre el Gobierno de Rodríguez Zapatero y ETA ha sido la proliferación de ficciones buenistas que exaltan el arrepentimiento de los antiguos pistoleros y su aproximación cordial a las familias de sus víctimas. Contra lo que se habría podido pronosticar en los momentos iniciales de esta moda, sus novelas, películas y series han tenido un éxito bastante notable en toda España y, por supuesto, en Europa, donde nunca desapareció del todo el prestigio que ganaron para la organización terrorista los medios periodísticos y culturales de la izquierda durante las últimas décadas del pasado siglo. El bombardeo sentimental de tales productos de masas sobre las generaciones más jóvenes ha impuesto socialmente una leyenda que enaltece a los asesinos ‘arrepentidos’ y trivializa sus crímenes.

De ahí que, salvo para una minoría insignificante, cualquiera de los antiguos etarras, asesinos o no, que figure como candidato en las listas de Bildu se confundirá en la opinión pública con el estereotipo del buen terrorista que la leyenda mediática ha difundido durante los últimos diez o quince años. Más aún: la Memoria Democrática canoniza la figura del ‘arrepentido’, tácitamente identificado con el antiguo pistolero que ‘lamenta’ haberse visto obligado a recurrir ‘en otro tiempo’ a la violencia, pero evita condenar la sanguinaria historia de ETA.

El efecto que la imposición de esta leyenda ha producido, en lo que al País Vasco se refiere, es la aparición de un nuevo tipo de costumbrismo que sustituye con ventaja al obsoleto pintoresquismo de aldeanos arraigados en sus tradiciones católicas y vernáculas. El paradigma vasco de nuestra posmodernidad es doble: el terrorista que pide perdón y la víctima que perdona, y que no se limita a ello, sino que, además, recibe gozosa al antiguo matarife en una comunidad política reconciliada, a cuyo gobierno, en cualquiera de sus ámbitos, pueden aspirar legítimamente uno y otra. Sobra decir que este costumbrismo se postula desde el principio como norma excluyente. La disidencia es arrojada a las tinieblas.

Porque, sobre todo, la leyenda oculta que la reconciliación de verdugos y víctimas se ha conseguido mediante una verdadera limpieza étnica, que ha expulsado del espacio político vasco a todos los disconformes con el nuevo paradigma identitario. Empezando por las asociaciones de víctimas del terrorismo, claro está.