IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Era de temer. El sector del turismo y el ocio es el más dañado por la crisis del coronavirus, y lo es por las importantes restricciones a la movilidad impuestas por las precauciones sanitarias. Pero, claro, si la gente no se mueve no se llenan los hoteles, ni los restaurantes, ni las discotecas, pero tampoco son necesarios los aviones para moverla. Todas las compañías aéreas atraviesan enormes dificultades. Sus ingresos han caído en picado durante los meses más duros del confinamiento y de manera severa ahora que, aunque se pueda, todos tenemos restricciones mentales a movernos por el mundo.

Aquellas escenas de grandes masas de turistas, en plan manada ovina, siguiendo con mansedumbre y obediencia a la guía que portaba un altavoz y se identificaba con una banderita, han pasado a la historia. Los desplazamientos profesionales se han reducido al mínimo impresincidible, sustituidos por un teletrabajo y unas teleconferencias que se han generalizado. Probablemente demasiado, pues nunca conseguirán arrumbar a la relación personal y al contacto entre cliente y proveedor. Del mismo modo que las reuniones familiares se han pospuesto sine die cuando implican largos desplazamientos.

Si las compañías aéreas lo pasan mal, pues sufren caídas de demanda nunca vistas, es lógico que todas ellas se encuentren en pleno proceso de revisión estratégica, en el cual es impensable que entren los planes de inversión en nuevos aviones. Más bien se aplican en cómo conseguir la implicación financiera de sus gobiernos, sin que ello conlleve una pérdida completa de su autonomía de gestión. Más que cuántos aviones se van a vender en el próximo futuro, la gran pregunta del momento es cuántas compañías aéreas van a sobrevivir a esta crisis. ¿Sabe alguien cuándo volveremos a meternos en un avión, atestado con 300 viajeros, durante un trayecto de cinco horas?

Así que era de temer la noticia que nos llegó ayer. Aernnova pasa a engrosar la larga lista de empresas que debe enfrentarse a un severo recorte de la plantilla para acomodar sus costes a la nueva situación de los ingresos. Por la forma en la que se ha presentado, todo parece indicar que la empresa está dispuesta a analizar cualquier propuesta que conjugue la necesaria mejora de su cuenta de resultados con la menor merma posible de puestos de trabajo. Una fórmula apadrinada por el Gobierno vasco y que los sindicatos deberían repensar antes de rechazarla con brusquedad. La confrontación es una de las actitudes que es mejor posponer.