Gaizka Fernández Soldevilla-El Correo

  • Ciertas mentiras amenazan la verdad, la seguridad y la democracia

¿Por qué son tan populares las teorías de la conspiración? Psicólogos como Karen M. Douglas, Robbie M. Sutton y Aleksandra Cichocka señalan tres motivos. El primero, epistémico: reducen la incertidumbre, las contradicciones y el azar, ayudan a saciar la curiosidad y refuerzan la idea de que uno tiene razón. El segundo, existencial: rebajan la ansiedad y aumentan la sensación de seguridad y control. Y el tercero, social: construyen un grupo, lo cohesionan y proyectan una imagen positiva de quienes pertenecen a él. En ese sentido, el conspiranoico se ve como parte de un colectivo de iniciados que saben cómo funciona el universo, no como el resto de la sociedad, que sería demasiado cobarde, ingenua o manipulable.

A veces este tipo de especulaciones se ve favorecido por la dificultad de hallar datos fidedignos sobre un acontecimiento. Otras veces sí son accesibles, pero el sujeto no consigue comprenderlos o se niega a pensar críticamente. Como escribía Eric Hoffer en ‘El fanático sincero’, «es capacidad del verdadero creyente ‘cerrar sus ojos y sus oídos’ a los hechos que no merecen ser vistos ni oídos, que es la fuente de su inigualada fortaleza y constancia». En ese aspecto, «la eficacia de una doctrina no debe juzgarse por su profundidad, sublimidad o por la validez de las verdades que encierra, sino por lo más o menos completamente que aísla al individuo de sí mismo y del mundo que lo rodea».

No todo el que divulga teorías de la conspiración es un verdadero creyente. Es habitual que junto a ellos encontremos a indolentes que no se molestan en contrastar la información y a cínicos que utilizan este tipo de relatos para beneficiarse a sí mismos o a una causa determinada.

Durante los últimos años hemos asistido al auge global de hipótesis conspirativas como las de QAnon (el supuesto enfrentamiento del «Estado profundo» de EE UU contra Donald Trump), el «gran reemplazo» (el imaginario intento de sustituir a los blancos cristianos por inmigrantes no europeos de otras confesiones) y el negacionismo de la pandemia de covid-19 y las vacunas. Además de verse afectada por ellas, en España se detectan algunas particularidades. Por un lado, una versión autóctona de QAnon: el ‘expediente Royuela’. Por otro, la reactivación de tergiversaciones acerca del terrorismo que ya habían sido desmentidas por la justicia y la investigación académica.

Aunque en su momento hubo quien quiso presentarlo como un atentado de falsa bandera en el que estaban envueltos ETA, los servicios secretos de Marruecos y el PSOE, la masacre del 11-M fue obra de una célula yihadista vinculada a Al-Qaida. Lo probaron la sentencia de la Audiencia Nacional, confirmada por el Tribunal Supremo, y el trabajo riguroso de expertos como Fernando Reinares. Ahora bien, una nueva generación ha recogido la antorcha conspiranoica de personajes como Luis del Pino. Véanse, por ejemplo, los vídeos y los actos que organiza la «tertulia» Terra Ignota.

Ha ocurrido algo similar con una de las teorías de la conspiración que pergeñaron ETA y su entorno: la de que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado habrían regado Euskadi de droga para acabar con la «combatividad» de la juventud vasca. El mito, que carecía de cualquier fundamento (como si la epidemia de heroína no hubiese golpeado al resto de España y del mundo occidental en los años 70 y 80), fue desmontado por libros serios y documentados como los de Juan Carlos Usó, Pablo García Varela y Álvaro Heras-Gröh.

Por supuesto, los avances de la historiografía no impiden que la maquinaria propagandística del nacionalismo radical siga repitiendo los mismos bulos año tras año. Resulta más sorprendente que los hagan suyos Juan Carlos Monedero o Edurne Portela, quien ha afirmado en estas mismas páginas (12-3-2023) que el largometraje ‘El pico’ (Eloy de la Iglesia, 1983) establece «un hilo sutil pero innegable entre la irrupción de la heroína en Bilbao y las actuaciones antiterroristas de la Guardia Civil». No dejes que la realidad histórica te estropee una buena película.

Impulsadas por la fe del creyente, la pereza mental o la instrumentalización oportunista, las teorías de la conspiración ofrecen explicaciones tan fantasiosas como fascinantes a fenómenos complejos. Por desgracia, algunas de ellas han provocado tragedias: los problemas de salud pública del negacionismo del covid, el rebrote del terrorismo ultraderechista o los intentos de golpe de Estado tras las elecciones de EE UU y Brasil. Y es que ciertas mentiras suponen una amenaza no solo para la verdad, sino también la seguridad y la democracia. Por eso es tan importante que, antes de asumirlas y difundirlas, nos informemos bien. Es nuestro deber como ciudadanos.