CARLOS CUESTA, EL MUNDO 16/09/13
· Por mucho que algunos miren hacia otro lado pensando que cuando vuelvan la vista hacia la Generalitat el problema se habrá esfumado. Por mucho que no falte quien insista en que ese gran vendedor de humo tóxico llamado Duran Lleida acabará disuadiendo a Mas de su error, la afrenta rupturista de la Generalitat no deja de engordar.
Como no ha dejado de engordar desde el inicio de las cesiones al nacionalismo. Porque ni las goteras se cierran dejando el agua correr, ni el nacionalismo se debilita alimentándolo. Y los grandes partidos españoles han alimentado al nacionalismo bajo la utópica idea de que accediendo a sus reclamaciones ellos abandonarían sus pretensiones.
¿Pero cómo iban a hacerlo si renunciando a sus exigencias nacionalistas habrían perdido su hecho diferencial frente al resto de partidos? ¿Cómo iban a dejar atrás su mercadeo victimista si eso es lo que les permite culpar de su destrozo a España y seguir, a la vez, captando fondos con los que inocular su nacionalismo desde escuelas, medios públicos de comunicación, centros culturales o asociaciones?
Desde el segundo gran pacto autonómico, firmado en 1992 por el entonces presidente del Gobierno Felipe González y el líder del PP José María Aznar para transferir 32 competencias, incluida la de Educación, no ha habido ni una legislatura sin grandes cesiones al nacionalismo.
En 1993 se traspasó a las CCAA un 15% de la recaudación del IRPF por exigencia de CiU. Con la llegada del Gobierno de Aznar se elevó al 30%. La reforma de Cristóbal Montoro, en 2002, elevó la cesión al 33% del IRPF, el 35% del IVA y el 40% de los Impuestos Especiales. Y con el último gobierno socialista no sólo se aceptó el Estatut catalán y el resto de estatutos de segunda generación, sino que se negoció en exclusiva con el tripartito la financiación autonómica que todo el resto de CCAA del régimen común –todas menos País Vasco y Navarra– debería asumir. Un modelo que elevó la cesión hasta el 50% del IRPF e IVA y el 58% de los Impuestos Especiales.
Todo un interminable listado de cesiones que en absoluto ha debilitado el nacionalismo: si en las elecciones catalanas de 1999, ERC (12 diputados) y un CiU nada independentista (56) hubiesen juntado 68 diputados en una alianza imposible, hoy la triste realidad es que suman 71 de puro independentismo en un hemiciclo con tres diputados de CUP, donde ni ICV ni el PSC frenarán el «derecho a decidir» y en el que sólo el PP y Ciudadanos se oponen con claridad a la consulta soberanista.
¿Hacen falta más evidencias? No es hora de seguir alimentando cuervos. A menos que queramos que nos saquen los ojos.
CARLOS CUESTA, EL MUNDO 16/09/13