Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Hay formas y formas de aprovechar el morbo. Un espectro de méritos —del altísimo al inexistente— cubre cuanto cabe hacer a la hora de glosar atrocidades reales

Gabriel Albiac acaba de publicar una columna que me sigue rondando por la mente: «La crueldad de lo escrito». Su tema se ramifica y me traslada a viejas reflexiones sobre lo literario. El doble parricida José Bretón ha inspirado una obra que no leeré. Dada esta premisa, es evidente que no voy a tratar del polémico libro ni de su valor. ¿Cómo podría? Lo que sí sé es que otros autores han buceado en la personalidad y circunstancias de ciertos asesinos, inmortalizando en ocasiones a sórdidos despojos humanos sin interés ni lección, aun inversa. La explicación rápida es que han preferido jugar con el escalofrío de lo real antes que someterse a la prueba, mucho más difícil, de la ficción. La persistente atracción de lo escabroso, cuando realmente ha sucedido, es tan vieja como el periodismo y vive hoy una era dorada con los podcasts de true crime.

Hay formas y formas de aprovechar el morbo. Un espectro de méritos —del altísimo al inexistente— cubre cuanto cabe hacer a la hora de glosar atrocidades reales. Desde la formidable obrita El adversario, de Emmanuel Carrère, hasta las escandalosas crónicas inmediatas de los crímenes de Alcácer. Por no mencionar, en lo hondo del pozo séptico, un especial televisivo en directo desde el municipio valenciano donde las carreras de un par de periodistas quedaron manchadas para siempre. No es que no siguieran. Eso habría sido mejor. Es que ellas todavía no se han podido quitado de encima el hedor de su bajeza, su voluntario descenso al infierno profesional, su mezcla de grosera improvisación, espectáculo, obscenidad y falta de respeto a los familiares de las niñas.

Si ése es el nadir, el cenit, para muchos, está en A sangre fría, el bombazo editorial de Truman Capote. A despecho de la opinión unánime de «la cultura», hoy aún más boba que entonces, solo encuentro un mérito en la obra: el editorial. No ha dejado de venderse en sesenta años. El coste: convertir un trabajo de investigación largo y minucioso en un fraude. Mienten, o todo ignoran, quienes siguen etiquetando A sangre fría como trabajo de «no ficción». En su reverso brilla la mencionada obra de Carrère, trocada en impresionante literatura sin desfigurar los hechos, colocando el interés y la acción en el manejo de una obsesión del propio autor. Sabiendo que lo que le obsesiona es materia estéril. Matar de verdad a una familia, como en la novela encubierta de Capote, o a la propia familia, como en El adversario, es algo que solo alcanza valor simbólico en las mitologías donde los dioses y los semidioses luchaban, y los hombres. Luego, para los abordajes psicológicos profundos de asesinos ficticios, mejor espejarse en Dostoyevski y su Raskolnikov. Carrère tiene otras obras de gran interés donde el único protagonista es él mismo, la peripecia es su búsqueda, y lo que busca es entender. No ha aparecido otro modo de conferir algún valor a material tan basuriento como el crimen con nombres y apellidos reales.