DAVID GISTAU-El Mundo
DEJEMOS atrás a Rajoy, elegante en su estupefacción, encerrado en un bar con una botella de whisky como el personaje con el corazón roto de una canción de Calamaro, en concreto, Crímenes perfectos. En España, que continúa con nosotros a bordo como en una cabina del tren de la bruja, se produce una abrupta inversión de papeles. Ilustrada por la paradoja de que el partido que se opuso a los Presupuestos se aferra a ellos y el que los sacó adelante como imperativo de Estado los combatirá en el Senado. Aquí, el personaje estable es el cobrador del PNV, única institución española que atravesó sin desgastes todo el ciclo democrático desde la Transición hasta hoy a las 12:29 horas. La tajada del PNV es la unidad de destino en lo universal.
El PP ha tenido que soportar incluso que le pongan encima las condescendientes manos de un perdonavidas como Monedero, tan obsesionado el otro día por meterse en todas las fotos como Podemos por atribuirse la erradicación del pobre Rajoy como si de la victoria en la Guerra Civil por fin se tratara. Sin embargo, ahora que cambian los ámbitos de resistencia, el PP está ante una gran oportunidad, liberado de la pachorra marianista que en estos dos años concibió el poder como una versión alternativa del yoga ibérico con el orinal debajo de la cama. Si Rajoy acepta que no puede seguir sobreviviéndose, el PP puede encomendarse a una generación que esté más allá de la corrupción y sus sentencias, como la corona después de la abdicación. Y puede encontrar en las contradicciones de Sánchez y en su endiablada dependencia de todos los monstruos de extramuros el pretexto perfecto para resucitar a través de una oposición que le devuelva la conexión con aquellos que colgaron banderas en los balcones y no están seguros de que la solución a todo esto sea hacerle a Marta Sánchez coros patrióticos. La moción ha devuelto al parlamento cierta sencillez bipolar. A un lado está la homogeneidad de la izquierda, la chunga y la rococó, igualada por su odio a la derecha y por la función higiénica que se arrogó. Al otro lado podría estar un PP rejuvenecido por un liderazgo nuevo que ocuparía la garita del centinela constitucional y se sacudiría el quietismo como un perro mojado. Si esto ocurriera, el único que se quedaría sin función sería Rivera, cuyo mayor patrimonio vino de absorber a la derecha que no soportaba a Rajoy ni la corrupción vinculada a su época. Al final será Sánchez, y no Rivera, quien le haga al PP la regeneración desde fuera.