Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 28/3/12
La crisis que arrasa el país como un tornado gigantesco ha producido sobre el bienestar de millones de familias dos tipos de destrozos: el paro y la caída en picado de sus rentas disponibles.
Los peor tratados por la crisis son, sin duda, quienes se han quedado sin empleo o no logran entrar en el mercado laboral. Pero incluso los que han conseguido sortear el desempleo han visto disminuida su anterior prosperidad por reducciones de prestaciones y salarios.
Ya nadie duda, desde luego, que los españoles llevábamos mucho tiempo gastando por encima de nuestras posibilidades y que había que reajustar, en consecuencia, tan falso tren de vida a la riqueza del país. Pero, siendo eso cierto, no lo es menos que tal reajuste afecta de forma muy distinta a los diferentes grupos de nuestra sociedad: lo extraño no es, por tanto, que haya descontento y crezca la abstención electoral, según acaba de verse en Andalucía y en Asturias, sino que uno y otra no se disparen sin control.
Porque, en medio de la desgracia que se ha ensañado con millones de personas, seguimos asistiendo a un espectáculo asombroso: el de la corrupción, que se extiende imparable, y el de las insufribles canonjías de ya demasiados cargos públicos.
Sobre la corrupción, no hay más que leer a diario los periódicos para comprobar que esta ha vuelto a dispararse: de este modo, si anteayer era el caso Gürtel (que no impidió al PP ganar en la Comunidad Valenciana ) y ayer el escándalo de los ERE fraudulentos (que no le costará al PSOE la Junta de Andalucía), hoy son los nuevos implicados en las tupidas redes del caso Campeón: el último, el número dos de la Diputación de Barcelona.
Las canonjías son, claro, cosa diferente a la pura corrupción, aunque algunas están en el límite de lo que debería ser penalmente perseguible. Pero que una población que ve cómo se recortan derechos y prestaciones -en muchos casos porque, efectivamente, no queda otro remedio- haya de soportar que cantidad de cargos públicos (los consejeros del Poder Judicial, sin ir más lejos) sigan viajando en clase preferente, realizando con cargo a nuestros impuestos turnés que tienen mucho más de turístico que de laboral y cobrando dietas sustanciosas por hacer lo que se parece definitivamente a divertirse, constituye un insulto que no debería tolerar un país que padece lo que hoy el nuestro está sufriendo.
De hecho, tengo el firme convencimiento de que ese país no se pone en pie de guerra porque de las canonjías, la corrupción y sus amplios terrenos intermedios no sabe de la misa la mitad. Y es en esa ignorancia, ¡y en el sectarismo de partido!, en lo que se amparan sus beneficiarios para seguir viviendo como reyes mientras millones de españoles se ven asediados por una crisis que ha convertido su vida en un infierno.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 28/3/12