La democracia necesita de las formaciones políticas como instrumentos de expresión del pluralismo, pero no se agota en los partidos. Las instituciones básicas del sistema viven en gran medida cautivas de los partidos, no tienen vida propia. El sistema democrático necesita reforzar su legitimación social. No es solo un problema de los ‘indignados’.
Las formaciones políticas finalizan la campaña muy debilitadas, como si estuvieran deseando que transcurriera cuanto antes lo del domingo. Francamente ha resultado aburrida, vacía de contenidos, sin capacidad para suscitar el mínimo interés social. Sospecho que en esta ocasión ha servido mucho menos que en otras para la finalidad que tiene encomendada. Cada mochuelo se ha dedicado a su olivo, aunque algunas formaciones y líderes para ese objetivo de cohesión de los ‘suyos’ hayan tenido que recurrir a discursos que representaban una auténtica enmienda a su propia acción de gobierno, como les ha sucedido a los socialistas que pedían el castigo a quienes han promovido la crisis y reducido las prestaciones sociales.
La campaña empezó mal, contaminada en exceso por el tema Bildu y va a terminar condicionada por otro fenómeno externo, aunque vinculado a la crisis de legitimación que vive nuestro sistema político. Me refiero a la explosión de indignación ciudadana que se está dando estos días en torno al ‘Movimiento 15-M’. A los responsables políticos les ha pillado por sorpresa, si bien todos son sabedores del descrédito que tienen los partidos por su manera peculiar de hacer política, en la que todo o casi todo se reduce a una concepción instrumental de la política y de las instituciones, únicamente como vía para acceder al poder.
Los partidos políticos, concebidos en los sistemas democráticos como instrumentos para la participación política, reconocidos constitucionalmente como entidades que expresan el pluralismo, que ayudan a la manifestación de la voluntad popular, se han convertido en máquinas de acaparamiento del poder y de control de las instituciones. Aunque resulte fuerte decirlo, las instituciones básicas del sistema democrático viven en gran medida cautivas respecto de los partidos, no tienen vida propia autónoma y están mediatizadas por la influencia que sobre las mismas ejercen las grandes formaciones. Sucede en las Cortes, pero también se da en el gobierno del poder judicial, el Constitucional y otras, donde se ha impuesto como expresión clara de esta estrategia de control, la práctica del reparto de cuotas.
La noche del martes los acampados en Sol mostraron, entre otras, una pancarta que decía: ‘No nos representan’; reveladora de la falla abierta entre las formaciones políticas y buena parte de la ciudadanía. La política tiene que ser algo más que un mero instrumento de acceso al poder. La democracia no puede ser sólo un sistema de representación, tiene que ser también un sistema de participación directa de la ciudadanía.
La democracia necesita de las formaciones políticas como instrumentos de expresión del pluralismo, pero la democracia no se agota en los partidos. El sistema democrático necesita adecuarse a los nuevos tiempos para reforzar su legitimación social. No es solo un problema de los ‘indignados’, es del conjunto del sistema democrático.
Xabier Gurrutxaga, EL CORREO, 20/5/2011