ABC 09/03/17
DAVID GISTAU
El Día de la Mujer propició una balacera de clichés. Rebotaban por las paredes como la bola del «pinball», en todas las bancadas se buscaba afanosamente el «jackpot» biempensante. Los diputados de Podemos, que todo lo teatralizan, usaron unos brazaletes morados que se ponían los unos a los otros como en el fútbol cuando el capitán es cambiado y se lo coloca al compañero. Se estrenó Irene Montero, por cierto, con una pregunta delirante, mitológica, sobre la pérfida «mafia del canapé» que me recordó al comando de las croqueteras que Ussía tenía identificado cuando se colaba en las presentaciones de libros para gañotear: «A partir de tres croqueteras, la velada puede considerarse un éxito». Por lo demás, un busto de Clara Campoamor esperaba a ser descubierto junto al escritorio de los periodistas y Tardá nos hizo comprender que somos todos víctimas del patriarcado franquista. Sobre todo yo, debo decir, que tengo la casa que parece la de Alberto Closas y cualquier día llamará a la puerta un subdelegado para otorgarme algún reconocimiento. Que avisen primero para peinar a los niños con raya reglamentaria y colonia Álvarez Gómez, no queremos que el Caudillo los vea desaliñados.
Lo que resultaba interesante de la mañana, más allá de descubrir que Fátima Báñez es una «dealer» de juanolas en la bancada gubernamental, era comprobar el estado del matrimonio de convivencia PP/Cs. No tenemos buenas noticias. Rivera está enojado y regañón. Es verdad que, para no parecer un estafado absoluto, primero legitimó su papel en la legislatura haciendo el recuento de las cláusulas del pacto que sí están en marcha. Pero, ay, todo se estropea cuando llegamos a la cláusula de la corrupción. En concreto, la comisión para investigar la Caja B del PP sabiendo que todos sus tesoreros están imputados: «Pleno al quince», dijo Rivera. Rajoy, sin referirse a las lentejas como Maillo, respondió con una intervención sinuosa y de escaso compromiso con las obligaciones contraídas con Cs por la cual Rivera le hizo el gesto de la cara dura. Lo hizo, en concreto, cuando Rajoy menospreció la comisión diciendo que, ya que en el pacto no se especifica, podría desplazarse al Senado. Sí, claro, o a la federación de billar clásico, si de desactivarla se trata. Culminó su intervención expresando a Rivera su profunda preocupación por los problemas de la estiba, lo cual sonó ya tan a desprecio de las prioridades puristas de Cs que podrían haberse levantado y marchado todos sus diputados rompiendo primero el pacto firmado que Rivera exhibió para avalar sus exigencias. Dos cosas quedaron claras: Rajoy jamás permitirá que el Congreso investigue la corrupción del PP y Rivera emplea ya un tono conminativo de órdago. O es todo retórica de fogueo o, políticamente, la alianza debería estallar en cuestión de horas.
Elecciones próximas
Cuando no deja salida a Rivera y se burla de él, da la impresión de que Rajoy contempla unas elecciones próximas que pillen al PSOE sin refundarse por culpa de la dilatación de tiempos de Susana Díaz y que le permita sacudirse de encima a ese cobrador del frac que es Cs.