Tener buenas o malas relaciones con los nacionalistas no es una cuestión de pureza ideológica, sino de tácticas políticas de todas las partes implicadas. El problema del PP es cómo hacer política en el País Vasco y Cataluña, donde el nacionalismo limita sus posibilidades electorales, para conseguir en ambas un peso significativo.
El abandono de Ángel Acebes y Eduardo Zaplana formaba parte del guión oficial del proceso de renovación en el que se encuentra inmerso el PP y por eso su renuncia no suponía ninguna quiebra importante. Lo de María San Gil es distinto. Su decisión de última hora de no avalar la ponencia política del congreso de junio sí que supone una crisis. Primero, por su condición de ponente oficial y, en segundo lugar, por el afecto y el respeto de que goza María San Gil en las filas del PP, tanto por su trayectoria personal como por su condición de representante de los populares vascos, que simbolizan la resistencia heroica y sacrificada al terrorismo etarra. Es, por tanto, la personalidad de María San Gil y el simbolismo que encarna lo que hace especial su postura.
El escueto mensaje de renuncia de la presidenta del PP vasco abre el debate ideológico en este partido, aunque habrá que esperar a que se conozcan los textos enfrentados, los de la ponencia oficial y los que reflejen la postura de María San Gil, para ver si hay diferencias suficientes que justifiquen la apertura de una crisis de esta magnitud. Desde luego, en los cuatro años que lleva Mariano Rajoy al frente del PP no ha habido diferencias entre el líder popular y los dirigentes vascos respecto a la estrategia seguida ante el terrorismo o a las relaciones con el nacionalismo.
La explicación oficial de esta crisis subraya las diferencias de María San Gil con el tratamiento dado en la ponencia a las relaciones con los partidos nacionalistas. El PP, en la época de Aznar, dio ejemplo de saber entenderse de manera satisfactoria con nacionalistas vascos y catalanes, a pesar de sus profundas diferencias, pero también de mantener enfrentamientos insalvables. Tener buenas o malas relaciones con los nacionalistas no es una cuestión de pureza ideológica, sino de tácticas políticas de todas las partes implicadas.
El problema del PP no es tanto la relación que puede tener con el PNV o con CIU, como la forma de hacer política en el País Vasco y Cataluña para conseguir en ambas un peso significativo. El problema es la relación con el electorado en las comunidades con un fuerte nacionalismo que limita las posibilidades electorales del PP. El éxito o el fracaso en estas comunidades es lo que determina el éxito o el fracaso del conjunto de España, como se ha podido ver en los pasados comicios. Ese es un cuello de botella que el PP tiene que afrontar porque no puede esperar de brazos cruzados a que la situación se resuelva por sí misma.
Ese debate no es muy diferente del que se desarrolla en el PP vasco desde hace tiempo. Sectores del PP alavés vienen manteniendo discrepancias públicas con sus compañeros en Euskadi, discrepancias que no son tanto sobre el fondo de la estrategia, como sobre las formas de plasmar la acción política diaria para tener más éxito.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 13/5/2008