Fernando Savater-El País
Una sesión parlamentaria es como una guerra civil virtual y cumplirá esa función sustitutoria mejor si se oyen gritos de batalla y alaridos de dolor
Escandalizarse de que en un parlamento el enfrentamiento polémico llegue a ser bronco y su tono nada misericordioso es como reclamar en una sala porno el importe de la entrada porque se ven muchas guarradas. ¡Para eso están! Una sesión parlamentaria es como una guerra civil virtual y cumplirá esa función sustitutoria mejor si se oyen gritos de batalla y alaridos de dolor. Así se evitará el auténtico enfrentamiento civil. Cuanta más sangre retórica corra por el salón de plenos, menos peligro habrá de que riegue las calles. Cuando en las Cortes todo el mundo se porta como colegas de pupitre, la discordia —que existe en toda sociedad, queramos o no— romperá las costuras por donde menos se espere, quizá con trágicos resultados. Además un Gobierno como el actual, de ínfima mayoría apoyada por grupos radicales estrepitosamente opuestos a la unidad territorial y cívica del país, a la economía de mercado, a la familia tradicional, a la monarquía, etcétera, y cuya base ideológica es llamar al centro derecha, a la derecha extrema derecha y a la extrema derecha fascismo, no parece destinado a la concordia. Es más, no la veía deseable hasta ahora en que, agobiado por la mala gestión de la epidemia y urgido por una economía electrocutada, necesita la ilusión del apoyo sumiso de las fuerzas conservadoras en cuyo rechazo basó su anterior estrategia. No crispen, es decir no denuncien al Gobierno que se nutrió de denunciarles…
La puerta del salón de plenos está cerrada y dos periodistas aguardan fuera. Se oyen voces: ¡traidor! ¡Sinvergüenza! ¡Corrupto! ¡Vendepatrias! ¡Facha! ¡Inquisidor!… Un plumilla le dice al otro: “Oye, parece que la sesión está siendo brutal”. Y el otro contesta: “No, hombre, el pleno no ha empezado todavía. Ahora están pasando lista”.