Juan Carlos Girauta-ABC

  • No es creíble un español indignado y ofendidito, moralmente superior, sin unas pinceladas de guerracivilismo

La crispación patria se concentra en dos grandes segmentos de población: los que ya tienen la edad de estar hartos y los que, sin tenerla, no soportan ideas o hechos que contraríen su recién estrenada visión del mundo. En el primer grupo andan las dos Españas de rigor y, como siempre, la que no se resigna a morir tiene que presenciar su deslegitimación de raíz. A Abascal se le afea que niegue legitimidad al Gobierno, pero el Gobierno y los partidos que lo forman se la niegan a los millones de españoles que no compran su variopinta ideología reciclada, recompuesta, ensamblada, desodorizada y pulida. Verán, el pegamento de tanta ideíca repescada es precisamente la negación del Otro. Sin él, el nuevo Frente Popular no tiene sentido.

Podrá incomodar que se les llame Frente Popular, pero no sé por qué. El conjunto es calcado. Faltan los anarquistas, cierto, pero el resto están ahí con sus propias siglas vergonzosas. Ya sabemos que el PSOE, el PCE hibernado en Podemos y el separatismo han decidido enorgullecerse de su pasado más lamentable y olvidar el meritorio, cuando lo tienen, que no es el caso de los separatas pero sí de los socialistas y comunistas que contribuyeron a la Transición y a la Constitución. Por cierto, ¡viva la Constitución! No, por nada.

¿Y qué se hace con los ciudadanos que no son legítimos, con las personas ilegítimas? Bien, en democracia no se ha previsto porque tal concepto no existe. Pero en una autarquía en formación como el sanchismo bastará, en principio, con que reconozcan de forma implícita su inferioridad: que se limiten a ejercer una crítica a lo Ciudadanos, genérica, pidiendo a todos que no crispen, sean asaltantes o asaltados.

En cuanto a las nuevas generaciones de crispados, que no han tenido tiempo de cansarse pero solo contemplan que les den la razón, señalemos desde ahora mismo que constituyen un fenómeno radicalmente posmoderno. No se trata del clásico apasionamiento juvenil, la mandanga del que no ha sido comunista a los veinte y tal y tal. Se trata del estropicio generacional perpetrado en cuatro días y cinco libros, partiendo del panfleto Indignez-vous! de Stéphane Hessel. Veneno que un anciano comunista vertió sobre el mundo antes de abandonarlo. Putrefacto legado. Diez años más tarde no ha mermado la indignación. Por el contrario, se ha extendido a cualquier cosa. Avanza triturando el sentido: todo lo que cae en mientes del envenenado se troca en ardiente y urgente consigna. Queda teñido de patriarcado, cancelación y Apocalipsis. Ilústrese con la cara atravesada de Greta.

Los quejicosos muñecos no son de fabricación española, pero una vez importados hay que adaptarlos al entorno. No es creíble un español indignado y ofendidito, moralmente superior, sin unas pinceladas de guerracivilismo. Este es el cuadro.