Cristina Cifuentes: los hechos y las palabras

DIARIO 16 – 23/11/16
GORKA MANEIRO

Cristina Cifuentes afirmó la semana pasada en un Pleno de la Asamblea de Madrid que “los madrileños están pagando 3.000 millones de euros para que los andaluces tengan sanidad, educación y demás”, lo cual sonó a queja y malestar, no a satisfacción política y personal. Estas palabras recibieron una respuesta contundente de la socialista Susana Díaz (“un discurso que va contra España y contra la igualdad de los ciudadanos”) y del portavoz popular en el Congreso de los Diputados, Rafael Hernando, quien calificó las declaraciones de su compañera de partido de “gravísimo error” y añadió además que “estamos dando la razón a aquellos que plantean que es mejor ir solo y a quienes creen que los territorios de al lado nos roban o nos dan poco”. Cifuentes aclaró horas después que “creo que se me ha sacado de contexto”, “somos una región de acogida y los andaluces son parte de nosotros mismos” y “el dinero no es de los madrileños, ni de los andaluces, ni de los catalanes, por lo que tenemos la obligación de ayudar a las regiones que tienen menos ingresos”.

El mayor problema que tiene España no es el nacionalismo de los nacionalistas sino el nacionalismo de quienes, sin supuestamente serlo, se comportan como si lo fueran. Y ese es el mayor problema porque los nacionalistas son muchos menos que los que no lo somos pero, sin embargo, muchos de los que supuestamente no lo son, llevan tiempo abrazados a sus reaccionarias ideas (bien por contagio involuntario de los planteamientos nacionalistas, bien por intereses electorales). Y por ahí se empezó a romper la igualdad en España… que es como se rompe la nación política: cuando, en lugar de ser un espacio de ciudadanos libres e iguales donde prima la defensa de la igualdad y el bien común, se transforma de hecho en “una nación de naciones” o en un país conformado por territorios enfrentados que se dan la espalda y se atacan mutuamente.

Las declaraciones de Cifuentes dan cancha a esas ideas localistas, regionalistas y nacionalistas que tanto mal nos hacen. Pero son coherentes con la práctica política de su partido político: al fin y al cabo, y aunque no quisiera decir lo que realmente dijo, si acudimos a los hechos, comprobamos fácilmente que el PP defiende el Concierto Económico vasco para el País Vasco y el Convenio navarro en Navarra, instrumentos que sirven efectivamente para que los vascos y navarros no aportemos lo que nos correspondería a la solidaridad interterritorial. Quizás por eso me tomo más en serio sus declaraciones realizadas en la Asamblea de Madrid que las impecables realizadas horas después en las que pedía perdón: porque los hechos avalan un discurso que rompe la igualdad en España. De hecho, en el debate de investidura, el propio Mariano Rajoy reivindicó la foralidad y los derechos históricos y, hace unos pocos días, Soraya Sáenz de Santamaría prometió “sensibilidad foral” al PNV. Y ni uno solo de los grandes líderes ha dicho ni mu.

Que la derecha conservadora abrace el discurso de la insolidaridad y que el populista Maroto defienda en el Parlamento Vasco “con un cuchillo entre los dientes” el sistema de Concierto Económico puede ser quizás entendible o tener cierta lógica (aunque, desde luego, sea muy lamentable); que lo hagan los partidos políticos autodenominados progresistas que provienen supuestamente de una tradición de defensa de la igualdad y la solidaridad, es un auténtico drama. Porque igualmente el PSOE ha venido defendiendo esas ideas: el Concierto Económico, el Convenio navarro, la nación de naciones, el federalismo asimétrico y el Pacto Fiscal para Cataluña. Así que tanto los que afirman pero luego se disculpan como los que critican pero actúan del mismo modo o defienden de facto lo indefendible son todos ellos responsables: por un lado, confraternizan con los nacionalistas y, por otro lado, avalan su discurso con uno muy parecido.

Yo prefiero el discurso de la igualdad: no hay discurso más progresista.