Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 17/8/12
Hubo un tiempo en que los hombres fabricaban de cabo a rabo los productos objeto de su industria: trabajando la madera hasta transformarla en las maravillosas tallas que adornaban el coro de una iglesia, convirtiendo un bloque de piedra en un escudo nobiliario o construyendo barcos desde el serrado de cuadernas hasta la colocación del mascarón en la proa de la nave.
Vino luego la revolución industrial, la fabricación en serie y el fordismo, época que nadie como Charlot supo reflejar. En su genial Tiempos modernos hizo Chaplin una sátira mordaz del trabajo en las cadenas de montaje, esas en las que los empleados, desprovistos ya del dominio material sobre su obra, se limitaban a realizar una simple acción mecánica cuya utilidad escapaba de sus manos: por ejemplo, colocar las ruedas de un Ford T, el automóvil que anunciará la nueva era que llegaba.
Pero tanto el artesano que daba, el solo, vida a una manufactura como el trabajador industrial que se limitaba a contribuir a fabricarla tenían algo en común: que creaban bienes para su compra y venta en el mercado.
A la fabricación de esos bienes se unió luego la generalización de los servicios, cuando los Estados tuvieron fuerza suficiente para suministrarlos de forma general: la seguridad, la sanidad, la educación y, andando el tiempo, el ocio y la cultura.
Producto de esa evolución existen hoy en todos los países millones de personas que realizan trabajos productivos: obreros industriales, comerciantes y dependientes de comercio, médicos, profesores, policías o bomberos, trabajadores y empresarios periodísticos, empleados de un hotel o un restaurante. Todos ellos tienen algo en común: que contribuyen a generar riqueza y a mover la rueda de cualquier economía digna de tal nombre.
Es eso, justamente, lo que los diferencia de los especuladores: que estos no producen más que aire, pues compran vientos y venden tempestades. Herederos de los usureros de otro tiempo, que negociaban con las penas de los caídos en desgracia, esos especuladores de la economía posmoderna -que tiene mucho más de posmoderna de que de verdadera economía-, han hecho ahora que nuestra prima de riesgo se sitúe casi ciento cincuenta puntos por debajo de lo que estuvo no hace nada, pero podrían volver a ponerla por las nubes si ello les conviene para mantener un negocio que consiste en traficar con el trabajo, las expectativas y el esfuerzo de millones de personas.
Visten trajes impecables, compran barcos de película y duermen en apartamentos high-tech donde, ¡herejía!, jamás se le ocurriría a nadie freír unos pimientos de Padrón. No son como nosotros, pero viven a costa de hacernos la puñeta, sin importarles ni un pito que sus órdenes de compra y venta puedan significar la ruina de cientos de miles o millones de personas.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 17/8/12