José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- El error de Sánchez con sus pactos no convierte en un acierto el acuerdo del PP con Vox. Al contrario: los populares no enmiendan la plana al PSOE, sino que lo convalidan
Ya en 2019, una docena de intelectuales adscritos al espectro de centro derecha elaboró para Pablo Casado un documento que dio en denominarse ‘Agenda para una nueva mayoría’ en el que abordaban la presencia de las “tres derechas” y la forma de reconducir esa fragmentación para que el PP se rescatase de una crisis muy anterior a la moción de censura de junio de 2018 y que ya apuntaba gravemente en la época del marianismo. Casado leyó ese papel en diagonal y para hacer caso omiso de sus recomendaciones.
Impávidamente, el PP pasó de los más de 11 millones de votos en 2011 (186 escaños) a 7.200.000 papeletas en 2015 (123 diputados), 4.356.000 en los comicios de abril de 2019 (66 asientos en el Congreso) y, finalmente, 5.047.000 millones en noviembre de ese mismo año (89 diputados). En menos de una década, los populares perdieron casi el 60% de sus electores, registrando su punto de inflexión en la humillante moción de censura de junio de 2018: el PSOE, con solo 84 diputados, tumbó a Rajoy, que disponía de 137. La presencia del PP en el País Vasco es dramáticamente escuálida y en Cataluña, inexistente.
En menos de una década, el PP perdió casi el 60% de sus electores, registrando su punto de inflexión en la moción de censura de 2018
Pablo Casado fue el líder al que el congreso extraordinario del partido (julio de 2018) le encomendó la remontada. No solo no la ha conseguido, sino que de una forma progresiva, pero constante, los cuadros y las bases del PP le han contemplado como un perdedor, razón de su ruidosa caída. Su actitud perpleja, desorientada y tozuda acaba de culminar en varios actos desde la convocatoria electoral y fiasco en Castilla y León, que se ha cerrado con el precipitado pacto entre su partido y Vox. Un acuerdo de gobierno que supone por parte de los conservadores la entrega de un certificado de buena conducta a la derecha radical, la resignación de que el partido de Abascal es un actor estable e irreversible en el espacio de la derecha española y, por lo tanto, una expresión de renuncia a absorber en el PP a todo ese amplio colectivo de electores que en 2011 llegaron a sumar más de 11 millones.
Fernández Mañueco decidió “en el vacío”, de forma fulminante, un acuerdo con Vox en Castilla y León que Pablo Casado siempre desautorizó con la boca pequeña: “No me gustaría —dijo—, pero si fuese necesario…”. Personas cercanas al ya pronto expresidente del PP consideran al palentino “un apéndice del marianismo”, un “continuador de su espíritu ambiguo y dubitativo”, un hombre “profundamente inseguro en sí mismo” y también un político que optó por la confrontación en vez de la proposición y que confió en que los acontecimientos hundiesen al Gobierno sin otra necesidad por parte del PP que seguir a rebufo de sus errores.
En esa estrategia, como se le advirtió, siempre fue más eficaz Vox, y a las pruebas hay que remitirse: con 3.700.000 votos en las dos elecciones generales de 2019, el partido radical ha llegado a ser la tercera fuerza política con 52 escaños. Mientras, Ciudadanos está desaparecido y la coyuntura actual preconiza que Vox estaría ya en un empate técnico con el PP de celebrarse ahora elecciones generales. Faltaba para que ese pronóstico adquiriese más verosimilitud que Fernández Mañueco pactase el Gobierno castellanoleonés con Abascal. Ya está hecho.
¿No había otra salida? La había, al margen de haberse trabajado otra improbable pero posible con los partidos provinciales y con el PSOE: repetir elecciones y jugársela a perder el poder en la región para establecer el auténtico y quirúrgico distanciamiento, no revisable, de Vox. Es decir: perder la Junta de Castilla y León para luego poder ganar el Gobierno de España, reunificando a la derecha en una operación similar y actualizada a la de marzo de 1990 en el congreso de Sevilla.
Será lo que tenga que hacer Núñez Feijóo, cuyo discurso en el congreso próximo no tiene otra que solemnizar el divorcio de Vox
Será lo que tenga que hacer Núñez Feijóo, cuyo discurso en el congreso del 1 y 2 de abril próximos no tiene otra que solemnizar el divorcio de Vox que formuló de forma inconsistente Pablo Casado en la moción de censura de Vox contra Sánchez en octubre de 2020. Y, además, y aunque no lo explicite, romper con la derecha radical en Valladolid cuando Vox perpetre —que lo hará— políticas incompatibles con la identidad democrática del PP.
Núñez Feijóo se ha desentendido de lo ocurrido en la región castellanoleonesa en un rasgo inquietante de marianismo, aunque nadie duda en el partido de que Fernández Mañueco le consultó; Pablo Casado —“este mes de interinidad va a ser muy largo”, anunció un barón popular— se comportó desquiciadamente en la reunión en París del PP europeo regalando los oídos a Donald Tusk, su presidente, que el año que viene será —oportunista él— candidato de la Plataforma Cívica polaca frente al partido radical Ley y Justicia, que hoy gobierna desde Varsovia.
De modo tal que Casado niega y Núñez Feijóo se desentiende. Solo Fernández Mañueco, balbuciente, asume el pacto con Vox. Si no fuese un error y un fracaso, el acuerdo tendría más padres y muchos aduladores. Nadie lo ha bendecido. Y los más lúcidos prefieren no discrepar en público. De ahí el valor de la reflexión de Miguel Ángel Quintanilla, asesor de Pablo Casado (que se recoge en PDF en el cuerpo de este texto, titulado ‘El PP ante Vox y las ideas’), que escribe con claridad sobre el grave error estratégico del PP. Les invito a leerlo.
El PP está en una situación comprometida como nunca desde hace más de 30 años. El relato que justifica el pacto con Vox —si Sánchez pacta con Iglesias, con Rufián y con Otegi, ¿por qué no hacerlo con Abascal?— tendría algún sentido si acaso los dirigentes de Vox no albergasen el propósito de convertir al PP en un “partido de mierda”, según la expresión de uno de sus líderes. El error de Sánchez con sus pactos no convierte en un acierto el acuerdo del PP con Vox en Castilla y León. Al contrario: los populares no enmiendan la plana al PSOE, sino que lo convalidan, salvando las distancias entre lo que es Vox y son Podemos, ERC y Bildu.
Esta es la crónica del desastre: la renuncia a los principios justificada en la que antes hicieron los socialistas. Nada más torpe, nada menos agudo, nada más erróneo. Núñez Feijóo aparece en el escenario nacional viniendo de otro de diferentes características. Tiene que refundar el partido, considerar que lo que ha ocurrido en Valladolid es una anomalía y, más allá y más acá de tácticas cortoplacistas, plantear el modo de recuperar el 60% del electorado que en apenas una década ha abandonado las siglas del partido que va a presidir.