El etarra Iurrebaso fue detenido en Francia en 2007 llevando consigo el número de teléfono del ex director general de la Policía. Dijo a la Policía francesa que él pertenecía al grupo que negociaba con el Gobierno español. «No saben ustedes con quién están hablando», podría haberles dicho.
La vida nos lleva a veces a extrañas relaciones simbióticas. En El bueno, el feo y el malo, Eli Wallach se ve obligado a cuidar de la salud de su enemigo, Clint Eastwood, a quien ha mantenido al sol del desierto hasta la deshidratación, cuando se da cuenta de que él conoce el nombre de la tumba en la que están enterrados 200.000 dólares en oro. «Dormiré tranquilo», dice Eastwood, «porque sé que mi peor enemigo vela por mí».
Algo de esto tenía que sentir el etarra Juan Carlos Iurrebaso cuando fue detenido en Francia el 29 de marzo de 2007, día en el que se cumplía el decimoquinto aniversario de la caída de la cúpula de ETA en Bidart. Iurrebaso llevaba consigo varios números de teléfono, uno de los cuales pertenecía al ex director general de la Policía, Víctor García Hidalgo. El detenido mostró la ficha a la Policía francesa, les dijo que él pertenecía al grupo de ETA que negociaba con el Gobierno español y que bastaba con llamar para que le dejaran en libertad. «No saben ustedes con quién están hablando», podría haberles dicho, para aclararles a continuación que él era el que se sentaba frente a Eguiguren en las reuniones negociadoras de 2006 y 2007.
Mes y medio después, la juez Laurence Le Vert dirigió una comisión rogatoria a España para que se investigara lo relacionado con los números de teléfono que Iurrebaso llevaba encima. Dijo que las negociaciones habían continuado después de la explosión de la T-4 y del rotundo nunca máis del ministro Rubalcaba, tres días después del atentado: «El proceso está roto, está liquidado, está acabado porque ETA lo ha roto con una bomba en Madrid». Los policías franceses, que al parecer propenden más al clasicismo, le preguntaron si la inmunidad cubría las circunstancias de su detención, a lo que respondió que el Gobierno español «sabe que vamos armados y en coches robados». O sea, Eastwood: nuestros peores enemigos velan por nosotros.
Una vez el asunto en la Audiencia Nacional, el juez Del Olmo investigó el tráfico del número de teléfono que había pertenecido a García Hidalgo, que, como es lógico, tenía pocas llamadas, algunas de las cuales eran con el móvil de uso corriente del entonces parlamentario vasco y secretario de Organización del PSE, Rodolfo Ares; y resulta que, ¡oh, sorpresa!, tenía muchas llamadas. Aquello no llevaba a ninguna parte, pero Del Olmo, en cualquier caso, debió remitir las actuaciones al TSJPV, dada la condición de aforado de Ares. El fiscal pidió la nulidad cuando Garzón se había hecho cargo del sumario, pero el juez superstar no acostumbraba a soltar un sumario que tuviera entre las manos o en el fondo de un cajón y respondió que no había lugar.
Dirán que cosas como éstas explican que las cosas vayan como van, pero el talento está muy repartido. En justa compensación, cuando la organización de ETA en Francia empezó a sentirse acosada, puso a sus militantes a apatrullar las calles cercanas a sus puntos de interés y tomar nota de todas las matrículas, para cruzar las distintas observaciones. El resultado era, naturalmente, que muchos vehículos se repetían y otros no. No había conclusiones que sacar. Los primeros eran residentes; los otros, no.
Santiago González, EL MUNDO, 23/3/2011