Editorial, EL PAÍS, 9/4/12
El de ayer fue el primer Aberri Eguna de la democracia celebrado sin la amenaza de ETA. El «cese definitivo» anunciado por la banda ha favorecido el reagrupamiento de las fuerzas abiertamente independentistas, configurando un escenario político con cuatro focos de lealtad: en el lado nacionalista, el PNV y esa izquierda abertzaleahora ampliada; en el no nacionalista o constitucionalista, el PSOE y el PP. En cada bloque se libra ya una batalla por la primogenitura que habrá de zanjarse en las elecciones autonómicas de la primavera de 2013. El Día de la Patria (o Aberri Eguna) fue ayer, por su simbolismo, el marco apropiado para escenificar el pulso por la hegemonía dentro del campo nacionalista.
La izquierda abertzale eligió Pamplona y un formato de movilización de masas para su celebración, frente al escenario reducido en la capital vizcaína preferido por el PNV. Es una opción significativa: los de Urkullu no parecen tener intención de competir con los radicales en su terreno: reafirmaron sus principios ideológicos (soberanía, etcétera) pero su discurso fue más bien pragmático. Como el propio Urkullu dijo hace meses a los de Amaiur, el PNV no solo defiende cuestiones identitarias, sino el bienestar y la cohesión de la sociedad vasca. Incluso el “nuevo estatus político” que prometió para 2015, aunque recuerde a las fórmulas que llevaron a Ibarretxe a una calle sin salida, fue planteado también con la condición de que sirva para una más eficaz respuesta a la crisis económica; un poco al modo catalán.
Esa influencia estuvo también presente en Pamplona, pero en términos más ideológicos que políticos: sin Estado propio no hay futuro para Euskal Herria porque españoles y franceses tratan de «arruinarla». Pero la idea de Estado propio es apoyada por no más de un tercio de la población, y ni siquiera es mayoritaria entre los votantes nacionalistas (40% de los del PNV, según el último Euskobarómetro).
La ausencia de ETA no impidió que su sombra siguiera planeando. Urkullu emplazó a Rajoy a moverse para afianzar la paz, planteando, junto a iniciativas razonables, como el acercamiento de presos, otras que dependen de los tribunales, como la legalización de Sortu, o totalmente fuera de lugar, como la del “diálogo resolutivo”, término del equipaje tradicional de la izquierda abertzale para referirse a la negociación con ETA.
Propuestas recientes de consensuar iniciativas para el “cierre definitivo” del ciclo de la violencia han obtenido amplio respaldo en el Parlamento vasco. Sin embargo, el cisma producido en Aralar a cuenta de la exigencia de participación de la ex-Batasuna en la ponencia encargada de canalizar esas iniciativas ha puesto de relieve que una de las cosas que faltan para ese cierre es que sus herederos acepten las reglas de juego. Esa presencia era imposible porque no están en el Parlamento. Pero han rechazado cualquier fórmula de participación indirecta a través de sus socios legales u otras propuestas: siguen identificando sus aspiraciones con derechos indiscutibles.
Editorial, EL PAÍS, 9/4/12