XAVIER VIDAL-FOLCH – EL PAIS
· La presidenta del Parlament y los suyos se acordaron solo de los cuerpos policiales catalanes a la hora de premiar.
En la primera semana tras el 17-A la tónica dominante fue la respuesta unitaria. Todos sabían que quienes la cuarteasen pagarían un alto precio por violar un mandato popular no escrito: unidad política, coordinación de fuerzas, complicidad institucional.
Ese mandato, ese sí, actuó con autoridad sin igual: juntó rivales, suavizó tensiones. Pero no disimuló algún rictus artificial.
El mundo indepe se plegó en general a esa tónica. El president Carles Puigdemont solo cometió un desliz calificando de “miserables” algunos comentarios sobre la necesidad de replantear el calendario independentista tras los atentados: como si alguien hubiese identificado terrorismo y secesionismo.
Pero la tónica de algunos de los suyos no fue la dominante, sino la disonante, abusando del unitarismo antiterrorista en clave sectaria. Unas palabras de su consejero de Interior, Joaquim Forn, pasarán a los anales de la abyección, pues separó hasta a los muertos: “Dos personas catalanas y dos personas de nacionalidad española”. Y la de Gobernación, Meritxell Borràs, se ufanó de haber respondido —su institución en solitario— “como un Estado”.
Luego la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, y los suyos se acordaron solo de los cuerpos policiales catalanes a la hora de premiar. Todos juntos ante el peligro, pero separados por los laureles. Y la ANC pidió en inglés evitar condolencias con la bandera española y recomendando la exclusividad de la estrellada.
Luego vino la ruptura de la unidad por el propio Puigdemont vertiendo el viernes críticas al Gobierno en el Financial Times, cuando algunas víctimas aún braceaban contra la muerte.
Y los pitidos de la manifa, minoritarios pero sonoros, de quienes piensan (un decir) que el Estado enemigo es el español (del que hay, pues, que separarse). ¡Ese Estado cuya cúpula estaba en la calle barcelonesa en reiterada solidaridad con la causa de paz de los catalanes! No. El Estado enemigo es el Estado Islámico. “Los enemigos son los terroristas”, certificaba ayer Puigdemont en La Vanguardia. ¿Alguien le desmentirá esa excelente frase para calentar el 1-0? Si el apoyo de los políticos españoles (exceptuando un regidor) y la unidad sobre el terreno de las distintas policías no son lo propio de un Estado amigo, ¿qué son?