Cuando en el plano internacional se enfrentan dos enemigos irreconciliables, uno de los cuales no actúa racionalmente porque el hacerlo representaría la pérdida de poder para sus elites ideológicamente fanatizadas, opresoras y corruptas, el camino de la paz mediante el diálogo, la negociación y las cesiones mutuas, no resulta viable. Los ejemplos de los extintos Tercer Reich y la URSS son ilustrativos al respecto. Las democracias occidentales tuvieron que combatir ambos engendros hasta su completa derrota porque todos los intentos de coexistencia razonable fueron interpretados por el adversario totalitario como signos de debilidad que aumentaban su apetito agresor.
En el largo conflicto palestino-israelí las buenas almas, con la mejor intención, sin duda, han intentado una y otra vez a lo largo de siete décadas un equilibrio razonable mediante la fórmula de los dos Estados y el establecimiento de una arquitectura sólida de seguridad entre Israel y el mundo árabe. Los acuerdos alcanzados con Jordania, Egipto, Marruecos y EAU, junto con los notables avances que se iban produciendo recientemente en las conversaciones con Arabia Saudita, hacían abrigar la esperanza de que esta red de pactos basados en intereses mutuos facilitaría una solución a la cuestión palestina y aislaría a los extremistas liderados por el régimen teocrático iraní. Sin embargo, este esquema prometedor se quebró dramáticamente con el alevoso, traicionero y salvaje ataque de Hamás en el sur de Israel el pasado 7 de octubre. Aprovechando una brecha en la inteligencia israelí, la brutalidad, crueldad, ensañamiento e inhumanidad de esta execrable acción tenía obviamente el propósito de volver a encender la llama de la guerra en la región, radicalizar a las masas islámicas en todo el mundo, sabotear el arreglo en ciernes con Arabia Saudita y provocar una reacción contundente del país herido que comportase inevitablemente miles de víctima civiles en Gaza, lo que generaría de inmediato una ola generalizada de protestas anti-israelís. Sólo hay que ver en España la postura adoptada por la extrema izquierda que ha exigido la máxima condena del atacado pasando de puntillas sobre la vesania del atacante.
Mientras los ayatolás de Teherán muevan los hilos no habrá posibilidad de apaciguamiento. Los hechos criminales del 7 de octubre son la prueba inequívoca
Para analizar correctamente este espinoso y enquistado problema hay que contemplar el escenario en toda su amplitud. Los que recomiendan que Israel detenga sus operaciones en la Franja y se ponga en marcha un proceso de enfriamiento de la confrontación con intervención de los países árabes, los Estados Unidos y la UE para encauzar de nuevo la senda del entendimiento sensato, limitan su visión del asunto a las partes directamente contendientes, Israel y los palestinos. Este enfoque es netamente insuficiente porque Hamás, Hezbolá, los hutíes de Yemen y las numerosas milicias chiitas en Siria e Irak no son otra cosa que instrumentos de la República Islámica de Irán, que los coordina, financia, organiza y utiliza para su estrategia de desestabilización y de aniquilamiento de Israel. Mientras los ayatolás de Teherán muevan los hilos no habrá posibilidad de apaciguamiento. Los hechos criminales del 7 de octubre son la prueba inequívoca.
Por tanto, el abordaje inteligente y eficiente de este enconado foco de inestabilidad y violencia en una de las zonas más sensibles del planeta no es otro que el cambio de régimen en Irán para transformar una dictadura religiosa, venal, misógina, exportadora de terrorismo, enemiga mortal de Occidente y trituradora de derechos humanos en una democracia saludable con elecciones libres, igualdad hombre-mujer, imperio de la ley, separación de la religión y el poder civil, desnuclearizada y abierta a relaciones amistosas con el resto de la comunidad de naciones. Para conseguir tan deseable objetivo, tanto los Estados Unidos como la UE han de cambiar radicalmente su política de relaciones con la teocracia iraní, han de someterla a una intensa presión diplomática y política, ahogarla con un severo entramado de sanciones, aislarla internacionalmente y prestar todo el apoyo posible a los que defienden nuestros valores y luchan valientemente contra nuestros enemigos, como se está llevando a cabo en Ucrania. Me refiero, naturalmente, al Consejo Nacional de la Resistencia de Irán que encabeza Mariam Rajavi y al propio pueblo iraní, que se enfrenta con las manos desnudas al formidable aparato represor de los mulás. Si no se corta la cabeza de la serpiente siempre estará dispuesta a sofocarnos entre sus anillos.