JOAN TAPIA – EL CONFIDENCIAL – 20/01/16
· El retiro forzado de Artur Mas causa conmoción y cierta parálisis en el ejército independentista.
Tiene bastante inconsistencia que el argumento principal de Rajoy para exigir un Gobierno con el PSOE y Ciudadanos sea el que los tres están de acuerdo en “la unidad de España y la igualdad de todos los españoles”. Aduce que tendrían 253 diputados, pero no razona el carácter excluyente de este pacto ni que está indicando que los 97 diputados restantes, o quieren romper España o son marginales. ¡Pobre España si la única oposición fueran los que la quieren romper!
Pero lo más preocupante es que esa propuesta implica no querer cambiar de política respecto a Cataluña ni reconocer que la actual situación de Cataluña se debe en gran parte (sectarismo independentista aparte) al recurso del PP contra el Estatut, al que el Constitucional dio solo en parte la razón, presentado en la estrategia de acoso y derribo a Zapatero y, todavía más, en su pobrísima capacidad política frente a Artur Mas. Cuando Rajoy sacó mayoría absoluta a finales de 2011, todas las encuestas decían que el independentismo -que ya había subido 10 puntos tras la sentencia del Estatut- estaba en el entorno del 25%, y en las últimas elecciones catalanas -tras cuatro años de política ‘firme’ de Rajoy- ha alcanzado el 47,8% (no un 48,7% como escribí por error la semana pasada y me corrigió un amable lector).
Pero vamos a Cataluña. ¿Qué pasa después de que Mas haya tirado la toalla, un poco conocido alcalde de Girona, Carles Puigdemont, haya sido elegido presidente, y Madrid se revuelva en unas muy nerviosas negociaciones para formar Gobierno?
Pues en Cataluña se está produciendo, ‘de facto’ pero no ‘de jure’, una especie de frenada provisional y algo confusa, pues sería falso hablar de pausa. El soberanismo proclamó el pasado 9 de noviembre que la independencia se alcanzaría en 18 meses, que en 60 días estarían redactadas las leyes que implicarían la ruptura con España (incluido el Tribunal Constitucional, al que de entrada se negaba cualquier autoridad) y que se estaba dando el primer paso de un camino sin retorno.
Puigdemont se confiesa fiel a la declaración rupturista pero asegura que no se saltará la legalidad y que en esta legislatura no habrá declaración unilateral.
¿Y qué ha pasado en estos 60 días? Primero, que ha tardado dos meses en formarse el Gobierno que teóricamente debía borrar 1714 y lograr la ‘gesta histórica’ de la independencia. Segundo, que el Parlament ha recurrido ante el Tribunal Constitucional la nulidad de la declaración rupturista del 9-N. O sea, que se recurre ante el órgano jurisdiccional competente al que se ha negado la autoridad. Tercero, que el nuevo Gobierno Puigdemont ha iniciado sus primeros días con un mantenimiento de los principios -se jura fidelidad a la declaración anulada del 9-N-, pero se ven algunos síntomas de cautela que indican una frenada que quizá sea fruto del desconcierto, de que se está a la espera de lo que suceda en Madrid, o de que vayamos hacia lo que podríamos calificar como una pausa inconsistente o un ‘alto el fuego’ no declarado.
Lo que está claro es que por ahora no hay aceleración del proceso. Los signos son inequívocos. El nuevo presidente, Carles Puigdemont, quizá porque no tiene que demostrar nada porque no es un converso como Artur Mas sino un independentista biológico, ha mantenido el ritual -suscribe la declaración del 9-N y obvia la fidelidad al Rey y a la Constitución en su toma de posesión- pero ha transmitido mensajes de prudencia. En su primera entrevista en TV3 el jueves pasado, dijo que en esta legislatura no habrá DUI (Declaración Unilateral de Independencia), que no se quiere romper la legalidad sino pasar de la legalidad española a la legalidad catalana, y que el plazo marcado de los 18 meses no debía ser tomado al pie de la letra, podía ser algo menor o algo mayor. El tono fue más terrenal, menos de apóstol que anuncia la resurrección y la vida.
Luego, la ‘consellera’ y portavoz, Neus Munté, ha insistido en una entrevista con Jordi Basté, el líder de la mañanas en la radio catalana: “No por correr lo haremos mejor. La voluntad de no encorsetarnos en los 18 meses quiere decir claramente eso… no hay ninguna renuncia, pero las cosas las tenemos que hacer bien…no existe la unilateralidad, hay que hacer las cosas para que a nivel europeo e internacional se entiendan y luego se acepten”.
Y no solo son Puigdemont o Neus Munté, que son de CDC, sino que el líder independentista por antonomasia, Oriol Junqueras -ahora vicepresidente y ‘conseller’ de Economía-, en una entrevista este domingo a Antoni Bassas endulza su radicalismo: “¿Cuál es el objetivo? No es hacerlo en 18 meses, es la independencia… Ahora, ¿la independencia depende solo de la voluntad del Gobierno (catalán)? Desgraciadamente, no. También depende del Parlament y es muy importante la estabilidad. Depende también de cómo utilice sus herramientas el Estado matriz (español) -y las está utilizando con tanta contundencia como le dejan en un contexto democrático- y de la coyuntura económica internacional. En concreto, del comportamiento de los mercados financieros y de los compradores de la deuda española, singularmente el Banco Central Europeo”. Bueno, si depende de Mario Draghi…
Junqueras, nuevo conseller de Economía, afirma que la independencia no depende solo de la voluntad catalana sino también de lo que pasa en los mercados.
Sí, todas estas declaraciones son muy confusas e incluso contradictorias, pero de ellas se puede inferir que -contra lo que aconsejaría la doctrina radical de subir la apuesta ahora que en Madrid solo hay un Gobierno en funciones- se ha levantado el pie del acelerador y se ha tocado ligeramente el pedal del freno. ¿Para qué? ¿Por qué?
La explicación es que al capitán general del ejército independentista, Artur Mas, le han volado la cabeza. Y cuando a un capitán general le cortan la cabeza, incluso los generales menos fieles quedan conmocionados. Y la confusión es mayor porque la cabeza de Mas no ha sido cortada por el ejército enemigo (los partidos españoles y sus terminales en Cataluña) ni por los socios traidores como Duran Lleida, que también ha perdido la suya, sino por las propias tropas o las aliadas. El hachazo ha venido por detrás, de la CUP, a la que se contabilizaba como parte del ejército propio. Si una parte del ejército corta la cabeza de quien decía que era su capitán general, es que se ha producido algo grave. Como mínimo, que no se estaba viviendo una disciplinada y alegre marcha hacia el Estado propio. Quizá que el capitán general no ha sabido mandar. O que había errado al considerar parte de su ejército a fuerzas enemigas.
Artur Mas, en el discurso que anunció su retirada, afirmó que se sacrificaba para conseguir una mayoría independentista estable. Aquello de que lo que las urnas no habían dado la negociación lo había conseguido. Y Esther Vera, la nueva directora del ‘Ara’, el diario del independentismo urbano, decía el pasado domingo que Artur Mas había aceptado el veto de la CUP a cambio de vetar a la CUP. Los negociadores de Mas pusieron sobre la mesa, con el fin de garantizar la estabilidad del Gobierno rupturista, la retirada del ‘president’ a cambio del desarme político de la CUP. La diputada ‘cupista’ Anna Gabriel explicó que se les había ofrecido la cabeza de un soldado judío (Mas) a cambio de 10 guerrilleros palestinos (los 10 diputados de la CUP).
Lo que más ha desestabilizado al ejército independentista es que Mas no ha sido víctima del enemigo sino del «fuego amigo» de la CUP.
De entrada ya es una derrota. El líder indiscutido (al menos aparentemente) de 62 diputados se inmola para que 10 diputados no obstaculicen el ‘procés’. Pero es que además no ha sido así. A Mas ya le han cortado la cabeza (pero, ojo, porque como es tan tenaz se la querrá volver a poner sobre los hombros, aunque eso es otra historia) y la CUP solo ha hecho una pequeña parte de la penitencia que Mas dijo que se les había impuesto y ellos habían aceptado. Dos de sus diputados se han retirado y han sido sustituidos por otros, y dos irán a las reuniones del grupo parlamentario de Junts Pel Sí, pero son gestos cuya eficacia es dudosa. Y lo revelador es que Anna Gabriel, la líder de la corriente Endevant (Adelante) de la CUP, la más opuesta a la investidura de Mas, no solo sigue de diputada sino que fue la portavoz del grupo anticapitalista en la sesión de investidura de Puigdemont.
Y la humillación es todavía mayor porque Oriol Junqueras ya ha admitido que no tienen ninguna garantía de que la CUP apoye los Presupuestos (la estabilidad que Artur Mas presumía haber logrado, y que Junqueras dice que es tan importante, sigue en el aire), y encima parece que existe el compromiso de retirar la acusación de la Generalitat a los presuntos autores de varios episodios de desórdenes públicos violentos de los últimos años, el más importante de los cuales fue el de Can Vies (una casa ocupada del barrio de Sans) que paralizó gran parte de Barcelona durante varias horas y que causó gran conmoción. Aunque ayer Munté negó lo de Can Vies, después de que trascendiera un fuerte malestar en los Mossos d´Esquadra (la policía catalana).
Al final, Anna Gabriel, una subalterna del supuesto ejército independentista, ha asesinado al capitán general Artur Mas. Y lógicamente los oficiales y las tropas de ese ejército han quedado conmocionados y desconcertados. No aceleran el ‘procés’ entre otras cosas porque primero tienen que asimilar que al capitán general le han cortado la cabeza y también porque de repente han tomado conciencia de que en la hoja de ruta hacia la independencia puede habersorpresas de todo tipo. Diciendo siempre que el enemigo es Madrid, sospechando siempre de Duran Lleida, Miquel Iceta, Joan Herrera y Cia… y de repente viene por detrás la chica del flequillo de la CUP y comete el magnicidio.
Sí, han funcionado lo que en otro tiempo se conocieron como ‘previsiones sucesorias’, en realidad la improvisación de un ‘president’, pero luego parece haber llegado algo similar a una pequeña parálisis. O quizás es que haya inteligencia para ‘wait and see’ lo que sucede en Madrid. ¿Y si a Rajoy le pasa lo mismo que a Mas?
JOAN TAPIA – EL CONFIDENCIAL – 20/01/16