José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Estreno accidentado del gobierno ‘happy teen’ de Sánchez. Tres gruesos contratiempos truncan su discurso de euforia. Y ahora sin refugios ni coartadas
Lo que mal empieza, peor acaba. El nuevo Gobierno de Pedro Sánchez ha debutado envuelto en la polémica y aturdido por los tropezones. Cosa seria. Tres pifias descomunales que han espantado las unánimes sonrisas de las simpáticas ministras reclutadas para agradar. Ha sido cerrar la crisis, desalojar a Calvo, Ábalos y Redondo, y todo empieza a ir mal. ¿Se ha acabado la baraka del líder? ¿Será Marlaska, como dicen sus pares, el culpable de tanto infortunio? ¿Debió arrearle a Garzón con el chuletón?
La primera en la frente ha sido el estallido cubano contra el régimen castrista. Tanto el presidente como sus apóstoles han protagonizado ridículas contorsiones dialécticas para esquivar la palabra tan temida: dic-ta-du-ra. Ese ‘valor añadido’ de Nadia Calviño se llevó el premio a la ocurrencia más grotesca. El ‘España es una democracia’ de la nueva portavoz, Isabel Rodríguez, superó las fronteras del despropósito para incurrir en las del esperpento. Un rosario de despropósitos que desarboló el mínimo crédito que ha de concedérsele a un nuevo equipo de Gobierno.
Sánchez había pasado página, había dejado atrás la desesperación sanitaria y se había lanzado de nuevo a interpretar el himno a la alegría estival
El segundo sopapo fue de una sonoridad estrepitosa. El Tribunal Constitucional calificó de no ajustado a la legalidad el primer estado de alarma con el que nos obsequió el Ejecutivo para aplacar los brotes iniciales de la pandemia. La desmadejada reacción de algunos ministros contra el alto Tribunal desveló la intensidad del trastazo. La nueva titular de Justicia, por ejemplo, interpretó ante las cámaras, sin prensa ni preguntas, una pieza estrambótica con vocación de mensaje institucional que provocó una carcajada general. Pilar Llop, por tanto, ya está amortizada. Margarita Robles, por su parte, ilustre trayectoria en todos los estamentos de la judicatura, fue más allá al acusar al TC de carecer de ‘sentido de Estado’, esto es, de no alinearse con los postulados del Gobierno y dedicarse a pergeñar ‘elucubraciones mentales’ en sus resoluciones. Sendas declaraciones se antojan más propias de la Argentina de madame Kirchner que de una democracia occidental.
El tercer revés está ahora en marcha. Es el avance de la pandemia, el incontenible flujo de los contagios que está a punto de destrozar las mínimas esperanzas que se alimentaban sobre una tenue recuperación de la temporada turística. España encabeza de nuevo el ranking de la devastación en Europa. Sánchez había pasado página, había dejado atrás la desesperación sanitaria y se había lanzado de nuevo a interpretar el himno a la alegría estival. «Adiós mascarillas, llegan las sonrisas», predicaba la ministra de Sanidad, Carolina Daria, hace tan sólo tres semanas.
La quinta ola, o lo que sea, le fuerza a modificar su discurso, aunque siga empeñado en hablar solo de vacunas y no puede ya recurrir al eslogan trapisondista de ‘Madrid es culpable»
Forzoso cambio de guión en Moncloa. Se supone, y así lo expende todavía su presidente, que el nuevo Ejecutivo era el de «la recuperación, la renovación, el rejuvenecimiento» y se ha encontrado, súbitamente, frente al muro de viejos problemas sin resolver. Toca volver a hablar de presión hospitalaria y la fatiga sanitaria. De UCIs y fallecimientos. Hace unos meses todo esto era más fácil porque había un culpable al que señalar. Con una incidencia acumulada de 277 por cien mil habitantes, Madrid se convirtió el pasado mayo en el responsable máximo del hundimiento turístico, económico y sanitario de España.
Cierto que Isabel Díaz Ayuso acababa de ganar las elecciones al conseguir más escaños que la suma de toda la izquierda. Reyes Maroto, que había participado en las listas del humillado Ángel Gabilondo mientras ejercía de incompetente ministra del ramo, reprochó a la presidenta del PP haber animado a la gente a ‘hacer de todo’, lo que se tradujo en un aumento de casos positivos. Hablaban de las llegadas de hordas desaforadas de franceses que desbordaban de borracheras las calles y plazas del Madrid cañi. De mesnadas de británicos que agotaban ríos de cerveza en las atestadas terrazas del corazón de los Austrias. De pisos turísticos escenarios de orgías sin fin y festejos inagotables culminados con el espanto de un bombardeo de reguetón. La exministra de Exteriores, González Laya, fue más lejos al acusar a la presidenta madrileña de que con su campaña de «cañas y toros» elevó la media española de contagios lo que provocó la suspensión masiva de desplazamientos turísticos a nuestro país desde todos los países de Europa. En suma, Ayuso era la culpable del hundimiento económico de España y de su inminente bancarrota.
La argucia ya no funciona. Las trampa ya no va. Se acabó la coartada. Ahora mismo, por ejemplo, Cataluña padece una incidencia superior a los 1.000 contagios por cada 100.000 habitantes, cinco veces más que la de Madrid cuando había que lapidar a Ayuso y ponerle cerco a la Comunidad. Nadie en Moncloa, ni siquiera la pizpireta Daria (Laya ya no está, se fue al Sáhara quizás) osa señalar ahora a la Generalitat como la gran culpable del destrozo de la presente campaña turística. Ya no hay responsables, ya no hay reos a los que emparedar. Este es el problema de Sánchez. La incómoda pandemia interfiere en su discurso de recuperación y felicidad, de vacunas y fondos europeos, de ministras sonrientes y exultantes y de mensajes euforizantes como una velada con Uma Thurman. «Cuando la dicha me ofrecía su agradable primavera»·, diría Catulo
No ha arrancado con buen pie el Gobierno happy teen de la izquierda revenida. Tres enormes calamidades en apenas cinco días. «Estoy lleno de fisuras, pierdo por todos lados», resumiría Terencio. Un odioso presente, presagio quizás de un futuro aborrecible. Y sin Ayuso como aliviadero.