- Los días cambian, el tiempo cambia…, pero quien plagió su tesis, manipuló las primarias y compró su presidencia a un prófugo, no se enmienda con esas gafas de Dior que gastó ayer para que la realidad no lo reconociera
Como «Noverdad Sánchez» es un plagiario de cuna, sus trucos son antiguos, aunque les dé una pátina de novedad. Por eso, cuando ayer compareció ante la comisión del Senado que investiga la corrupción de su Gobierno y de su partido calando unas gafas de buena marca y alto coste para dar el pego, su intento de desviar la atención –como el déspota Alcibíades le cortó el rabo a su perro para que se hablara de ello y no de sus tropelías–, evocaba ineluctablemente al famoso careo televisivo que, en la campaña de 2008, sostuvieron Pedro Solbes, vicepresidente de Zapatero, y Manuel Pizarro, gran empresario y jurista, al que Rajoy había incorporado a las listas del PP. Enterado de primera mano de la fidedigna situación financiera del país, como demostró al huir de la quema al poco de ganar los comicios, Solbes apareció en aquella función de teatro con un parche –casi de pirata– en el ojo.
De este modo, no se le veía la viga de la crisis a quien afeaba la paja en la pupila de un perplejo rival al que no le valió de nada cantarle por jotas las verdades del barquero. Pero, claro, una cosa era salvar el entuerto con disfraz de tuerto y otra alargar sine die aquellas fabulaciones de las que España despertó abruptamente con la llamada de Obama a Zapatero en mayo de 2010 comunicándole que se acabó la fiesta y que recogiera los bártulos.
En aquella odisea electoral de 2008, como imita su legatario Sánchez, Zapatero puso sordina a las alarmas con ardides del Don Giovanni de Mozart. En concreto, cuando aquel burlador de ópera es amenazado con ser denunciado por una pretendiente a la que mancilla bajo promesa de casorio. Para escapar del atolladero, el libertino recurre a su fiel Leporello para que persuada a la incauta de que es un disoluto y un promiscuo a fin de que desista de su empeño. «Cuéntaselo todo –le ordena– excepto la verdad».
Si Zapatero toreó a Rajoy endilgándole a «Leporello» Solbes el debate con Pizarro, donde se patentizó que la mentira llega a la meta antes de que la verdad arranque la carrera, a Sánchez no le quedó otra, en su visita al Senado al cabo de año y medio, que desdoblarse en Don Giovanni y en Leporello. Ello provocó que, aun habiendo hecho carrera de que «yo ahora y yo hace un momento somos dos», la máscara se le cayera antes de bajar el telón y de que el presidente de la comisión, Eloy Suárez, lanzara el irónico «La commedia è finita», como en la ópera ‘Pagliacci’ («Payasos»), de Ruggero Leoncavallo.
De súbito, aconteció al leer sin gafas, como había hecho todo el cónclave, un alegato final que tenía todas las trazas de haber sido pergeñado por sus abogados con visos de la Quinta Enmienda de la Constitución estadounidense y que ampara a quienes no quieren incriminarse con su testimonio. Contra pronóstico, quien había rehusado responder a interrogantes clave con un «sí» o un «no» tanto de la oposición como de algunos socios que querían facilitarle una salida airosa sin perder por ello la cara, precipitó que se le cayera encima el tinglado de su farsa. Fue al término del pugnaz interrogatorio del portavoz del PP, Alejo Miranda, y cuando todo el mundo creía haber preservado su relato de conveniencia. Cuál picador belicoso, Miranda aguantó las embestidas de un rebrincado Sánchez sin ser descabalgado hasta que el presidente acusó el castigo y se derrengó cuando creyó cobrarse las orejas silabeando una impostada oda que derivó en elegía fúnebre.
En este sentido, como le espetó el cachazudo portavoz de ERC, Joan Queralt, «si hace cuac como un pato, luce como un pato, camina como un pato… lo más probable es que sea un pato», por más que diga ser cosa distinta y pronostique que hay «gobierno de corrupción» no para rato, sino para largo, con la risa nerviosa del pulgoso perro Patán de «Pierre Nodoyuna». Queralt aguardó en vano un tajante monosílabo a su demoledora interpelación: «¿Pondría la mano en el fuego por Pedro Sánchez y por el PSOE?» De esta guisa, quien llegó como un pato cojo, salió más lisiado si cabe después de que Feijóo le hubiera puesto contra las tablas en la víspera espetándole que, si mentía podía, terminar en el juzgado y, si decía la verdad, también.
Persiguiendo ser fiscal en vez de fiscalizado, como procuró en las cinco horas de la sesión, no supo sobrellevar sobre su nariz de Pinocho las gafas de la mentira al revés que Solbes con su parche sobre todo después de que Miranda le inquiriera sobre si el Peugeot de la banda de ese nombre que él capitaneó para asaltar Ferraz y La Moncloa lo sufragó su suegro proxeneta como buena parte del patrimonio de los «Bonnie and Clyde» de La Moncloa. Fue luego de sus innumerables y multirreincidentes «que yo recuerde no», «que me conste no» para sortear un sí o no y dar una larga cambiada para volver honrada su corrupción.
Parafraseando a Montesquieu, cuya división de poderes persiste en sepultar Sánchez con el último proyecto canalla de Bolaños, la corrupción de cada gobierno comienza casi siempre por la de los principios en que se funda y el sanchismo, señalando los agios del PP, no pretendía finiquitarla, sino instrumentalizarla para regentar el poder como un prostíbulo. Los días cambian, el tiempo cambia…, pero quien plagió su tesis, manipuló las primarias y compró su presidencia a un prófugo, no se enmienda con esas gafas de Dior que gastó ayer para que la realidad no lo reconociera.