Pedro García Cuartango-ABC

  • Cuanto más poder tiene Sánchez, más incapaz es de asumir responsabilidades. Esta contradicción acabará con él

El espectáculo, no cabe otra palabra, al que estamos asistiendo en las últimas semanas conduce a la conclusión de un derrumbamiento del liderazgo de Pedro Sánchez, golpeado por la corrupción, su debilidad parlamentaria y las contradicciones de su discurso. Hay un síntoma inequívoco de la degradación del llamado sanchismo, un término que no me gusta. Es la incapacidad del presidente y su Gobierno de asumir responsabilidades. Sea el apagón, las averías en los trenes, los fallos judiciales o los problemas de la vivienda, la culpa es siempre de los otros. No se trata sólo de una absoluta incapacidad para hacer autocrítica, es también la constante búsqueda de chivos expiatorios. Se le pregunta a Sánchez en el Congreso de los Diputados por las ayudas a Air Europa y responde con una alusión a la falta de liderazgo de Alberto Núñez Feijóo y a los bulos de «la fachosfera».

Esta forma de gobernar está sometida a la ley de rendimientos decrecientes. Funciona durante un tiempo, pero acaba por agotarse. Como decía Lincoln, no se puede engañar a todos todo el tiempo. Y menos cuando se dice una cosa hoy y la contraria, mañana. Sánchez ha renunciado a la regeneración ética de la política porque su objetivo es mantenerse en el poder. Sólo así se explican las concesiones al independentismo o sus piruetas en el aire para justificar lo injustificable.

Leí hace años un estudio de un arqueólogo llamado Gary Feinman sobre la decadencia de los imperios. Concluía que en todos ellos se había producido una crisis de liderazgo y un aumento de la corrupción, dos factores que habían provocado el hundimiento de Roma, de la dinastía Ming en China y del imperio mongol tras la muerte de Gengis Khan. La tesis de Feinman es que hay pocas diferencias entre un imperio milenario como el de Roma y las sociedades actuales. Cuando se rompe el contrato social, escrito o no, el poder se derrumba. Nadie puede gobernar sin legitimación. Ni siquiera los césares o los reyes medievales. No sólo es preciso vencer, sino que se necesita convencer.

La fuerza, la propaganda y la patrimonialización de las instituciones pueden alargar la vida de un régimen o de un gobernante, pero no sirven para evitar su caída. No creo, como sostenía Goebbels, que una mentira repetida mil veces acaba por convertirse en verdad.

El afán de Sánchez de aferrarse al mando sólo va en detrimento de sus intereses porque, cada día que pasa, su desgaste es mayor. Y ha llegado un punto en el que, a mi juicio, es irreversible. El sistema de equilibrios y alianzas que funcionó para hacerle presidente es hoy el principal obstáculo para que pueda seguir en el Gobierno. Lo escribió Tácito: cuando mayor es el poder, mayor es su fragilidad. Así es. Cuanto más poder tiene Sánchez, más incapaz es de asumir responsabilidades. Esta contradicción acabará con él.