ABC 22/09/16
ÁLVARO MARTÍNEZ
· ETA ya no mata, pero el odio sigue fresco en muchos enclaves vascos, donde aún falta para la «normalidad»
Parece que hubiera pasado un siglo de aquello… pero no. Teniendo en cuenta que la historia de ETA tiene cincuenta años y 829 asesinados, miles de heridos y decenas de miles de deudos, lo de Emilio fue casi anteayer. Emilio es Emilio Gutiérrez, el joven que en 2009 irrumpió en la herriko taberna «Ansotegi», en Lazcano, con una maza: cristales, mesas, máquinas dispensadoras… Emilio fue un molinillo repartiendo mandobles y dejó aquello arrasado, como un «saloon» del lejano oeste el día de paga a los vaqueros. La madrugada anterior ETA había destrozado su hogar –recién reformado– al volar con diez kilos de explosivos la Casa del Pueblo del PSOE, situada en la calle San Prudencio de esta localidad guipuzcoana. Emilio se arrepintió de inmediato de su arrebato de cólera. Cuando la Erztaintza lo esposaba tras pasar la maza por el bar proetarra, y entre diversos juramentos en arameo, solo se le escuchaba decir: «Lo siento por mis padres, lo siento por mis padres…». Después de ese insólito arranque de ira –una minúscula gota en el mar de lágrimas lloradas y sangre anegado por ETA– Emilio tuvo que abandonar el pueblo unas semanas después por las amenazas recibidas y el cerco que los malos montaron a su alrededor. Marchó a Levante, donde tenía unos parientes. No se le ha visto más por Lazcano.
Le da menos repelús integrar a los etarras y sus acólitos que conceder espacio a los constitucionalistas, que han puesto casi todos los muertos Para encontrar la bandera de España es preciso emplear un telescopio de última generación, de lo arrinconada que está, como comprada en los chinos
Que ETA haya dejado de matar no significa que la normalidad se haya instalado del todo en el País Vasco donde el nacionalismo –hegemónico en el poder durante 36 años, con el único pestañeo de los cuatro que el PP concedió al socialista Patxi López– ha fraguado un «establishment» político y social al que parece que le da muchísimo menos repelús integrar a los etarras y sus acólitos que concederle espacio a los constitucionalistas, que han puestos casi todos los muertos.
La ola y la ikurriña
En Mundaca los surfistas de toda Europa buscan la mejor «ola de izquierda» del continente, que rompe brava e interminable contra el arenal de la desembocadura del río Oca y que, uno de cada tres días, puede ofrecer un tubo de hasta 400 metros por donde volar sobre el agua. Hoy no es uno de esos días. El mar es un espejo de plata quieta y solo dos «surfers» hacen brazos remando sobre sus tablas. Corona la playa un mirador donde se levanta el mástil de una enorme ikurriña, cuyo pedestal es recorrido por una especie de zócalo con carteles pidiendo la excarcelación de los criminales etarras. Por contra, para encontrar la bandera de España en el balcón del Ayuntamiento es preciso emplear un telescopio de última generación, de lo arrinconada que está, minúscula, como comprada en los chinos.
En Mundaca manda el PNV, que ganó las últimas elecciones municipales (2015) con casi el 60 por ciento de los votos. Entre el PSE y el PP no llegaron al 5 por ciento.
De aquí es Oier González Bilbatúa, portavoz del colectivo de presos que desde 2013 puede pasearse como Kepa por su casa por sus empinadas calles, a los pies del alto de Bretocol y el monte de Katillotxu, salpicados ambos de caseríos. González es un experto en el asunto delincuencial, ha estado en penales de España y Francia por una variada gama de ilícitos terroristas. Tan experto es que la Universidad del País Vasco, siempre atenta a estos inconcebibles acomodos, incluyó al etarra hace un par de años en una mesa redonda donde justificó todas las andanzas sangrientas de la banda. No prosperó la denuncia de las víctimas.
Triatlón de «gudaris»
Se aprecia una notable carrera interna dentro del nacionalismo a ambos lados de la línea roja, una especie de triatlón a ver quién es más euskaldún, más gudari… En no pocos municipios, PNV y Bildu tratan de atraer o retener ese voto identitario, el que pone mala cara cuando le hablan de España. Los proetarras han de pelear ahora también con Podemos en la disputa de a ver quién es más «rojo». No se entiende de otra manera que hace una semana, en la cercana Lequeitio (a 32 kilómetros por carretera de la ola), el alcalde peneuvista cediese su sillón a un pistolero del «comando Madrid» recién excarcelado, autor de secuestros y asesinatos. Antonio Gabiola, un auténtico hijo de la gran villa marinera, donde la banda terrorista ha matado al «arrantzale» Ignacio Montes, al policía municipal Juan Rodríguez y al guardia civil Alberto Villena. Ninguno de los tres tiene calle en ese mismo Lequeitio que honró el otro día a Gabiola, alias «casquillos». El lavado de cara de los proetarras parece tan palmario como que han intentado colar de candidato a Otegui, antiguo secuestrador y quien trató de refundar su «comando político» cuando la banda estaba del todo acorralada.
No hay duda que el fin de los asesinatos, la extorsión y la «kale borroka» hace mucho más «respirable» el oxígeno de la libertad. Hace dos días Rajoy se paseaba por las calles de San Sebastián haciendo campaña, en una estampa casi insólita. Y cierto es que apenas quedan 135 escoltas dando protección.
Pero queda por recorrer un largo trecho antes de que desaparezca el odio, hasta que la Justicia complete su imperio, y hasta que Emilio, por ejemplo, pueda volver a la calle San Prudencio.