Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli
- Cuatro elecciones generales en cuatro años confirman la excepcionalidad en la que la actual generación política, muy alejada de aquella de la Transición, conduce al país
Pues sí. Había que decirlo porque lo obvio empieza a convertirse en una necesidad: “España es una democracia reconocible en el mundo”. Lo afirmó, solemne, la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, en el acto de afirmación democrática con motivo de la derrota del golpe militar del 23 de febrero de 1981. Lo podría haber dicho Ana Pastor (PP) y a nadie le hubiera llamado la atención. Pero en este contexto, el elogio a España lo realizaba una dirigente política perteneciente a un partido que navega entre dos aguas en función de la táctica o de la estrategia.
En las recientes elecciones, el PSC se ha mojado más del lado del constitucionalismo con la presencia de Illa. Por si fuera poco, el mensaje de respaldo a la Corona del 78 sellaba una grieta desde el lado socialista del Gobierno de España. El Gobierno de Sánchez existe gracias al apoyo de Podemos y un grupo de partidos independentistas partidarios de echar abajo el sistema. O como dicen Rufíán y compañía, de romper “el candado del 78”. La conmemoración de la victoria de la democracia española frente a la involución no fue la celebración de un golpe, como despectivamente se excusa el PNV para justificar su nada presentable ausencia, sino la puesta en valor de un hecho histórico, un instante decisivo para los siguientes 40 años. La victoria del PSOE en octubre de 1982 le echó el cierre definitivo a un proceso de transición que salvó el obstáculo definitivo con la intervención de Juan Carlos I aquella noche de invierno gris en el 81.
España salvó una situación excepcional. Unos meses después del golpe se produjo el ingreso en la OTAN, lo que sacó a las Fuerzas Armadas de su aislamiento patrio. Cuatro años después, la normalidad se abría paso con la entrada en la actual Unión Europea. El aire de fuera empezó a ventilar la estancia. Las últimas cuatro décadas han dado la vuelta a España. A pesar del progreso evidente, con más luces que sombras, la mañana del pasado 23-F el Congreso asistió a otro de esos instantes excepcionales. Los partidos independentistas, en su mayoría de extrema izquierda con el añadido del conservador PNV, trazaban una línea paralela a la ultraderecha militar y civil que durante años señalaba al Rey Juan Carlos como jefe del golpe. La teoría de la conspiración se ha mantenido en pie gracias a la posición “negacionista” de los partidos anti-78. El independentismo, con Podemos como confluencia, ataca al Rey porque sin él nada quedaría en pie. Lo sabe e insiste. Necesita de la excepcionalidad.
Con el sistema educativo partido en 17 y el con el Estado renunciando a su papel ‘federal’, en la ‘ley Celáa’, para unificar lo esencial y garantizar la igualdad, solo queda contener y evitar más daños
Lo que ocurre en Cataluña, desde el golpe contra la Constitución en septiembre-octubre de 2017, así lo demuestra. Basta atender a la composición del nuevo Gobierno de la Generalitat. Como dijo Felipe VI, “hoy como Rey, símbolo de la unidad y permanencia del Estado, mi compromiso con la Constitución es más fuerte y firme que nunca”. La normalidad frente a la excepción por sistema. Con el sistema educativo partido en 17 y el con el Estado renunciando a su papel ‘federal’, en la ley Celaá, para unificar lo esencial y garantizar la igualdad, solo queda contener y evitar más daños. Se ha echado en falta mucha pedagogía desde los sucesivos gobiernos de España, condicionados por un nacionalismo que ha mutado en insurrecto en casi todos los casos.
Negocios quebrados y creciente desempleo
España debe aspirar a ser un país normal, es decir, aburrido como cualquier democracia que se precie. Sin preguntarse cuestiones básicas o esenciales que hacen de cada día un momento de tensión excepcional sobre lo fundamental. Más Dinamarca, con su monarquía parlamentaria y menos Venezuela, con su chavismo autoritario. España tiene derecho a la normalidad. Lejos de conseguirlo se han batido registros de lo contrario. Cuatro elecciones generales en cuatro años confirman la excepcionalidad en la que la actual generación política, muy alejada de aquella de la Transición, conduce al país sin mirar más allá que el día siguiente.
La pandemia, ya de por si excepcional, ha agitado en vez de templado la situación política del país. Para partidos como Podemos, o los independentistas, ha sido una crisis de oportunidad. Tras los miles de muertos, vienen los cientos de miles de personas sin trabajo, los negocios quebrados y la falta de futuro. Las elecciones en Cataluña han demostrado que todo es posible en España. Se vive al día y todo pasa por el marketing electoral. Henchido por su resultado del 14-F, el líder de Vox anuncia una segunda moción de censura…contra el PP de Casado. Sánchez mira a su alrededor y espera a que sus técnicos en la materia le digan cuándo convoca elecciones otra vez. Para ganar tiempo y prolongar la excepcionalidad. Mientras en España no haya un gobierno de gran coalición como el que hay en otras democracias avanzadas y en la Unión Europea, no alcanzaremos la zona quieta y aburrida donde habita la normalidad. Se echa en falta y más ahora como estamos, rodeados por las crisis.