Jesús Cacho-Vozpópuli

Situación desesperada, casi terminal, la de un Gobierno y un partido que este domingo cierra en Sevilla su congreso norcoreano de exaltación al gran líder

Cuenta alguien muy cercano al presidente del Gobierno, muy de su cuerda, que “Pedro está convencido de que los jueces quieren meterlo en la cárcel, quieren procesarlo, sentarle en el banquillo”, y que ese miedo, poderoso bloqueador neuronal, está detrás de muchas de sus últimas decisiones, algunas contradictorias y otras francamente contraproducentes. Y, tan cerca como el fin de semana pasado, ese amigo se atrevió a decirle que el desafío que lanzó a la judicatura la noche misma del 23 de julio del 23, cuando, obligado a encajar los siete escaños de Junts en su Gobierno Frankenstein, dio a luz el proyecto de amnistía que, además de hacer añicos el ordenamiento constitucional, colocaba a la magistratura en una posición imposible, fue un error que seguramente terminará por sentarlo en el banquillo. Es la venganza de unos jueces que se han negado a aplicar esa amnistía y a los que Pedro viene acusando de reaccionarios, fachas, lawfare y demás epítetos. El ataque frontal al tercer poder del Estado ha tenido la virtud de unir, cohesionar a la judicatura, porque Pedro ha confundido el mangoneo de los partidos del turno en el CGPJ y el Tribunal Constitucional -cuyos nombramientos conchavean- con el resto de la profesión, y desconoce que, antes que de derechas o de izquierdas, los miembros de la carrera judicial se consideran por encima de todo jueces. Jueces y/o fiscales comprometidos con la aplicación de la ley, que no están dispuestos a dejarlo escapar vivo como aviso a navegantes, de modo que ningún futuro aspirante a Fraudillo pueda apoderarse del Estado para intentar acabar con el Estado y con esa hermosa cualidad que durante décadas distinguió a los españoles como ciudadanos libres e iguales.

Situación desesperada, casi terminal, la de un Gobierno y un partido que este domingo cierra en Sevilla su congreso norcoreano de exaltación al gran líder, las manos hinchadas de tanto aplaudir. Total cierre de filas porque, como decía Franco, “vienen a por nosotros”. Ni asomo de autocrítica. Sevilla convertida en el «Fort Apache» socialista, con los delegados encerrados tras la empalizada aguantando la embestida. Hablamos de un Gobierno que delinque para atacar a una rival política. “Es Ayuso la que debe dar explicaciones”. Ayuso les vuelve tarumbas. Un Gobierno obsesionado con Ayuso y entregado al latrocinio ante la mirada indiferente o complacida de la mitad de la población. Lo dijo Bastiat: “cuando el saqueo se convierte en una forma de vida para un grupo de hombres en el poder, con el paso del tiempo se crea un sistema legal que lo autoriza y un código moral que lo glorifica”. Pero, ¿hasta cuándo puede aguantar esto? Seguramente hasta que los tiempos judiciales dicten sentencia, porque los socios de Sánchez nunca pondrán en peligro el filón que para ellos supone tenerlo en Moncloa. Pedro es hoy un hombre más que nunca en manos de Junts y PNV, enemigos declarados de España, volcados en la máxima del “del cuanto peor, mejor”. Cuanto peor para España, mejor para ellos. Los Aitor, sangre burgalesa corriendo por sus venas, viven en el mejor de los mundos. Jamás pudieron imaginar chollo semejante, un presidente al que sacan los higadillos mientras degradan las instituciones hasta convertir España en un Estado fallido. Nunca renunciarán de buen grado a tan espléndido regalo, ni siquiera con la corrupción sanchista rozando ya también la comisura de sus labios marchitos. Ahí estaba el gran Aitor, un tonto listo sin escrúpulos, diciendo esta semana que lo del hermano en la Diputación de Badajoz no es nada. Jamás dejarán caer a Sánchez si de ellos depende. Lo sostendrán hasta dejar España en los huesos.

Jamás pudieron imaginar chollo semejante, un presidente al que sacan los higadillos mientras degradan las instituciones hasta convertir España en un Estado fallido

Situación límite y de una extraordinaria gravedad. Estamos ante una “emergencia nacional”, como estos días recordaba Tomás Gómez, miembro que fue del PSOE y buen conocedor del paño. Con la mujer del presidente, el hermano del presidente y la mano derecha del presidente, imputados. Con el Fiscal General del Estado, imputado. Con la jefa del gabinete del ex jefe de gabinete del presidente, también imputada. Con varios ministros sobre los que planea la sombra de la imputación. Y con Lobato muerto, cadáver en la cuneta de una forma de hacer política propia de mafias. Es evidente que en una democracia esto ya se habría resuelto hace tiempo por el único método que en democracia cabe concebir: con la dimisión del hombre convertido en cabeza de la hidra. Son hoy mayoría los que creen que Pedro tampoco dimitirá en el caso de que el Supremo, más pronto que tarde, termine imputándolo. Y, entonces, ¿qué? ¿Nos encaminamos lisa y llanamente hacia una dictadura en toda regla? Que se sepa, nuestro Largo Caballero no podría contar con los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado en un hipotético intento de asonada destinada a convertir España en la Venezuela europea. La Guardia Civil está dividida (lo ocurrido con el coronel Pérez de los Cobos así lo atestigua), partida en dos mitades como la propia España, y algo parecido parece estar pasando con la cúpula militar si hemos de dar crédito al comportamiento del general jefe de la UME, servilmente ganado por la woke palabrería hueca, básicamente falsa, de la grey sociata, resultado todo ello de la maceración lenta a la que Margarita está linda la mar y Marlaska han sometido a Ejército y Guardia Civil. “Cuando acabemos con la derecha…”, decía ayer la ministra Isabel Rodríguez en Sevilla. A estas alturas, imaginar a Pedro salivando ante la idea de una solución a lo Hugo Chávez resulta una sospecha francamente razonable. Zapatero se ha traído la lección bien aprendida de Caracas. Es la civilización exhausta esperando a su bárbaro, que dijo Cioran.

Un país donde Víctor de Aldama teme ser asesinado por haber puesto en evidencia el entramado delictivo de este Gobierno es un país muy peligroso, que ha traspasado todas las líneas rojas. Y ello a pesar de la congénita cobardía del español medio, demasiado apegado a la vida muelle de estos años de desarrollismo inane. Ojo a los zarpazos del animal herido. Parece que el Congreso sevillano ha tapado el debate sobre la Monarquía que pretendían no pocas agrupaciones socialistas. El asedio a la Corona como último reducto/recurso de un sanchismo herido de muerte y necesitado de más madera con la que alimentar la caldera de su Brunete mediática, el equipo de opinión sincronizada en el que Pedro tiene puesta sus esperanzas. “Ser periodista significa para mi ser desobediente. Y ser desobediente significa, entre otras cosas, estar en la oposición”, contaba Oriana Fallaci al periodista portugués Álvaro Guerra, después de que el secretario general del PCP, Álvaro Cunhal, se atreviera a desmentir una entrevista (“En Portugal nunca podrá haber una democracia como en el resto de Europa occidental”), que le había realizado el 13 de junio de 1975 para L’Europeo. “Y para estar en la oposición hay que decir la verdad. Hay que arriesgar. Mi desprecio siempre es para quien no arriesga. Lo pensaba mirando a Papadopoulos, condenado a muerte. Pensaba: “Arriesgó. Se equivocó. Y ahora paga. Pero Niarchos y Andreadis, sus ex patrones, no pagan. Son más ricos y más amos que antes”. Y además pensaba: “Mussolini pagó. Agnelli, no. Hitler pagó. Krupp, no”. Los periodistas cobardes son un poco como los Krupp y los Niarchos y los Agnelli: no pagan nunca. Son, como ellos, personas sin moral. Vendidos al mejor postor: vendedores de palabras. Cambian de amo y basta. Yo no soy una vendedora de palabras. Soy una vendedora de ideas que paga siempre por sus ideas, correctas o equivocadas. Y a los estúpidos que me temen y se niegan a ser entrevistados por mí, les respondo: “No tienen miedo de mí. Tienen miedo de la verdad””.

Para vivir sin miedo necesita el PP dar un paso al frente. Para gobernar. Desde hace meses se ha instalado en el ambiente un inquietante divorcio entre la nomenclatura “popular” y la base social a la que dice representar

Para vivir sin miedo necesita el PP dar un paso al frente. Para gobernar. Desde hace meses se ha instalado en el ambiente un inquietante divorcio entre la nomenclatura “popular” y la base social a la que dice representar. Incertidumbre y un cuasi total desconcierto sobre lo que el PP puede hacer o decir en cualquier circunstancia y ante cualquier cuestión. La presencia de Núñez Feijóo en el congreso de la UGT ha llevado la perplejidad a esa amplia base social que vota soluciones de derecha liberal. ¿Qué se le ha perdido al gallego al lado de un tipo que, entre otras cosas, ninguna buena, apoya al separatismo catalán? En Génova 13 parece tener dificultades para comprender que la polarización de la sociedad española impuesta por el sanchismo, además de reducir al mínimo el espacio político de centro, hace imposible cualquier trasvase de voto interbloques. El partido no ha perdido soporte por su izquierda, sino por su derecha, y ahí están los 3,5 millones de votantes de Vox que salieron huyendo de la estulticia y la traición “marianil”. El empeño en adoptar posiciones progres bajo el falso manto de la moderación y la justicia social no tiene, por eso, eficacia alguna a la hora de atraer votos de una izquierda radicalizada o de una derecha hastiada de buenismo. Para lograrlo parece imprescindible dotarse de un marco de principios claro y de un proyecto de país que apunte con claridad hacia el modelo de sociedad que aspiras a construir. Un ideario, un proyecto de país y un equipo que inspire confianza y tenga el peso específico necesario para generarla. Feijóo está obligado a tomar decisiones urgentes y posiblemente traumáticas, sin dejarse seducir por los cantos de sirena de las encuestas. Ni un minuto que perder.