ANTONIO SANCHIDRIÁN-VOZPÓPULI

Al final, el jogo bonito, las musas y las bellas palabras se topan con la realidad. Y la estrategia política se antoja estéril cuando emergen aquellas pequeñas cosas que tanto poder tienen sobre nosotros: han sido las ciudades las que se han plantado. «Hasta aquí», dijeron los alcaldes: hasta que jugaron con las cosas de comer. Y han infligido una sonora derrota al Gobierno de PSOE y Podemos en el Congreso, pulverizando el decreto de remanentes municipales con el que Hacienda pretendía confiscar los ahorros de los ayuntamientos. Han sido 193 ‘noes’ a la propuesta de la ministra y portavoz María Jesús Montero. Ya quisiera el Gobierno semejante mayoría, de forma y de fondo, para sacar adelante los próximos Presupuestos.

Se dice pronto. La ocurrencia del Ejecutivo puso en fila india a alcaldes de Partido Popular, Ciudadanos, PNV, Adelante Cádiz, Compromís, ERC, BNG, JxCat y Coalición Canaria. Colau y Kichi a una con Almeida o Juan Mari Aburto. Todo un frente popular en sentido municipal, que no ideológico. «Transversal», que se dice ahora. El Gobierno, que pretendía ejercer como banquero de los ayuntamientos, asegura que no habrá «segunda oportunidad», pero haría bien en tomar nota de lo que ha sucedido este jueves.

Por varios motivos. El primero, que atañe directamente a los socios de investidura de Sánchez, es lo justitas que están las lealtades alrededor de Moncloa. Hay en el frente de los regidores siglas presuntamente amigas que han demostrado que no siempre se dejarán zarandear. Los nacionalistas más o menos profundos, esos infieles compañeros de viaje -que se lo digan a Rajoy-, han remarcado que sus votos tienen un precio y que, para ellos, la chequera abierta y firmada con tinta fresca es indispensable.

No solo es un zasca puntual. Es un aviso serio. El Congreso no es el patio de la casa del Gobierno. Y se adivina un panorama distinto en el horizonte

En segundo lugar, porque el Partido Popular ha salido a anotarse el tanto. Viven un auténtico chute de moral en plena explosión de Kitchen. Se atribuyen el origen de la revuelta contra Montero y la lenta cocción del consenso que ha tumbado el decreto. La derecha demostró tener mano izquierda y saber acordar con los rivales políticos, con proyectos alternativos y en ocasiones ofensivamente críticos con los populares. Una capacidad negociadora que al PP se le niega desde el Gobierno y sus terminales mediáticos, donde se caricaturiza todo lo que no es palabra de Sánchez. Un cambio notable.

No solo es un zasca puntual. Es un aviso serio. El Congreso no es el patio de la casa del Gobierno. Y se adivina un panorama distinto en el horizonte. Sánchez e Iglesias navegan hacia los Presupuestos y más allá. Eso sí, cada uno rema en una dirección: el presidente mira a Ciudadanos, como venimos contando en Vozpópuli, y el vice recela y tantea cualquier opción que no pase por el grupo de Arrimadas.  Lo de ahora puede tener influencia directa en el futuro: encarecer los presupuestos o influir en los recortes que se vienen. O dejar, directamente, una España ingobernable. Así de frágil es todo.