Eduardo Uriarte-Editores
Ya tenemos nuevas elecciones a la vista. Las gallegas, que se acaban de convertir en una revalidación de Feijóo y un fracaso para Sánchez y su partido, alcanzaron una dimensión nacional no ajena al dramatismo. Las vascas parecen contar con un ambiente más doméstico, donde como era de esperar -pasa en las elecciones en el Athletic casi siempre- la cuestión es elegir entre unos nacionalistas u otros. La autonomía y las políticas de los partidos nacionales han convertido en abrumadoramente pesada la hegemonía nacionalista en estas tres viejas privilegiadas provincias forales, camino que lleva el también viejo reino de Navarra.
Las expectativas de triunfo de Bildu son evidentes. Pero Bildu, una fuerza inventada para luchar contra España, no lo es tanto para enfrentarse electoralmente al padre PNV. Ya pasó en 2001 que ante la amenaza constitucionalista que suponía la alianza PP-PSE (que no le gustó ni a Felipe ni a Cebrián, y de aquellos polvos vienen estos caóticos polvos), el electorado del radicalismo nacionalista se volcó en apoyar al PNV. Por lo tanto, no es imprevisible que los nacionalistas se lo piensen a última hora y ofrezcan su opción al partido del Maestro Arana.
Sin embargo, quizás sea pedagógico que gobernara Bildu. Quizás, que no se le ocurra al PP ir a ayudarle al PNV, que se cueza el PNV y Sánchez en su propia salsa, que sea el PSE el que saque las castañas del fuego y que elija entre sus dos aliados. Porque el problema ya no lo constituye el montaraz País Vasco, el problema reside en el que nos gobierna en Madrid. Hasta tal punto que ha minimizado el resto de las situaciones problemáticas.
Si el problema catalán es más problema que antes del 23J es por voluntad de Sánchez, si el problema vasco sigue al pil-pil es por responsabilidad del mismo y nefasto personaje. Una victoria de los de Otegi no sumaría más dramatismo al apoteósico disparate que nos ha compuesto Sánchez con sus conculcaciones y mutaciones constitucionales, la amnistía a todo timbal, y los violines de la corrupción, chucamente contrarrestado en la calumnia del solista hacia el hermano de la presidenta de la comunidad de Madrid.
Si Euskadi fuera lo importante en la política española sería para analizarla, pero Sánchez la ha minimizado con su aberrante y destructiva estrategia política. Si acaba gobernando los herederos de ETA en Euskadi nada se va a notar, hace tiempo llevamos los vascos los calzoncillos por encima de los pantalones como en la república de San Marcos de la película Bananas. La cuestión, el problema, es toda España, por obra del susodicho, problema, que afortunadamente, queda mucho para que alguien declare que hay que “conllevarlo”.
Vista las elecciones vascas sin dramatismos, todos sabemos quiénes son los que mandan y van a seguir mandando. Sepa el viajero que acceda por estos andurriales, ahora que el Guggenheim y el pintxo donostiarra son reclamos turísticos, que el PNV y Bildu están soldados en la sacrosanta hermandad nacionalista, que si en lo económico tienen sus distancias en su enajenación ideológica forman parte de un solo cuerpo místico tribal. Así, que cuidadito con el que desde Madrid quiera meterse en este laberinto, no vaya a fastidiarla como con lo de la amnistía. En este país fedendum la templanza jesuítica, más que virtud, es una necesidad imperiosa.