- Tácticas como las del boicot a La Vuelta son contraproducentes respecto a sus objetivos declarados. Intimidar a los atletas no contribuye en nada a la paz entre israelíes y palestinos.
Las recientes interrupciones en la Vuelta ciclista a España, dirigidas contra el equipo israelí, marcan una preocupante escalada en el activismo antiisraelí que exige atención urgente.
Si bien la protesta pacífica sigue siendo un derecho democrático fundamental, el paso hacia la intimidación física y la violencia contra los atletas cruza una línea roja que amenaza no sólo a los competidores israelíes, sino a la seguridad de todos los participantes en eventos deportivos internacionales.
Los incidentes en La Vuelta representan algo más que actos aislados de desobediencia civil.
Cuando los manifestantes obstruyen físicamente a los atletas o crean situaciones que podrían provocar accidentes en eventos de alta velocidad, abandonan el terreno moral de la disidencia pacífica y entran en un territorio que ninguna sociedad democrática debería tolerar.
Es lamentable que los organizadores, en lugar de adoptar una postura clara contra los actos de violencia, sugirieran que el equipo israelí simplemente se retirara ante la presión.
Esta escalada revela una inquietante selectividad en la indignación de ciertos movimientos políticos, particularmente de la izquierda.
Tal inconsistencia sugiere que estas campañas están motivadas menos por principios coherentes sobre derechos humanos o derecho internacional, y más por una antipatía específica hacia Israel.
Cuando el activismo se enfoca de manera tan selectiva, corre el riesgo de cruzar la línea entre la crítica política legítima y algo más preocupante: una forma de acoso que trata a los atletas israelíes no como individuos con derechos, sino como daños colaterales aceptables en una campaña más amplia de intimidación.
La estrategia del boicot deportivo en sí se basa en fundamentos cuestionables.
Los eventos deportivos de alto nivel se celebran rutinariamente en países con antecedentes preocupantes en materia de derechos humanos, desde el Mundial de Catar construido con la explotación de trabajadores migrantes hasta varios Juegos Olímpicos en Estados autoritarios.
Sin embargo, el acoso sistemático y sostenido contra los atletas israelíes destaca por su intensidad y persistencia. Esto sugiere que los boicots deportivos tienen menos que ver con ejercer presión coherente para lograr un cambio político y más con aislar específicamente a Israel.
Más fundamentalmente, estas tácticas son contraproducentes respecto a sus objetivos declarados. Intimidar a los atletas no contribuye en nada a la paz entre israelíes y palestinos.
No protege vidas civiles en Gaza ni mejora las condiciones de los palestinos en Cisjordania. En cambio, endurece las divisiones y dificulta aún más la comprensión mutua necesaria para una paz duradera.
La ironía es que muchos atletas y figuras del deporte israelí son críticos de las políticas de su propio gobierno. Al tratar a todos los israelíes como objetivos legítimos de acoso, los activistas alejan a posibles aliados y refuerzan la mentalidad de «nosotros contra ellos» que perpetúa el conflicto.
«Los boicots deportivos tienen menos que ver con ejercer presión coherente para lograr un cambio político y más con aislar específicamente a Israel»
También corren el riesgo de empujar a los israelíes moderados —que de otro modo podrían apoyar cambios de política— hacia posturas más defensivas.
Un enfoque más constructivo reconocería al campo pacifista israelí, que sigue activo a pesar del giro político hacia la derecha del país.
Miles de israelíes protestan regularmente contra las políticas de su gobierno en Gaza, marchan con fotografías de niños palestinos muertos en el conflicto y colaboran con socios palestinos en favor de la coexistencia.
De manera similar, los palestinos que abogan por el diálogo en lugar de la confrontación merecen apoyo, en lugar de quedar eclipsados por quienes promueven la violencia como una forma legítima de resistencia.
La construcción real de la paz requiere escuchar estas voces en lugar de silenciarlas con una hostilidad generalizada hacia los representantes de toda una nación.
Los grupos de izquierda españoles servirían mejor a sus valores declarados si colaboraran con organizaciones pacifistas israelíes, apoyaran iniciativas conjuntas israelo-palestinas y amplificaran las voces de ambos lados que piden el fin de la violencia.
El camino a seguir debe distinguir claramente entre la crítica legítima a las políticas gubernamentales y el ataque a individuos por su nacionalidad. Las sociedades democráticas deben proteger el derecho a la protesta, pero manteniendo límites claros contra la intimidación y la violencia.
El deporte debe seguir siendo un ámbito en el que las personas puedan competir independientemente de las acciones de sus gobiernos. Y no convertirse en otro campo de batalla de los conflictos políticos más amplios.
La comunidad internacional, incluidas las autoridades españolas, debe garantizar que los eventos deportivos sigan siendo espacios seguros para todos los participantes.
Esto significa no sólo proteger a los atletas del daño físico, sino también preservar el principio de que las personas no deben ser responsabilizadas personalmente por las políticas de sus gobiernos.
El objetivo debe ser tender puentes, no quemarlos. Quienes realmente están comprometidos con la paz entre israelíes y palestinos deberían enfocar su energía en apoyar a las muchas personas de ambos lados que trabajan por la convivencia, en lugar de contribuir al ciclo de demonización mutua que hace más difícil la reconciliación.
Sólo manteniendo estas distinciones puede el activismo servir a la causa de la justicia en lugar de perpetuar el conflicto.
*** Ksenia Svetlova es exparlamentaria israelí e investigadora del think tank Chatham House.