Vivir es ir caminando hacia el sanchismo. Ante la negación de lo real, ante la degradación de los coroneles, qué lejos queda aquel juez estrella que cambió tantas cosas y que le puso puñeta y papel timbrado a un etarra al que mandó pudrir y al que, ahora, le da salvoconductos familiares y entrañables.
La destitución de Pérez de los Cobos, la morralla en que ha degenerado Interior desde aquel fatídico día de las tortas en el Orgullo, es el paradigma de que Sánchez dilapida hasta a los más probos funcionarios y sabe que la Benemérita le sobra.
Hay algo de batalla perdida en mi rozón -ya cicatrizado- de la tangana del Orgullo Gay del pasado verano, en la perversa fijación de Marlaska por la verdad posterior o anterior a todos esos saraos que empiezan en el Paseo del Prado como una Cabalgata de fin de semana. Ver a Marlaska como el brazo ejecutor de Adriana Lastra consolida también ese imaginario de que ya somos una república bananera. Y por el ministro menos pensado.
Marlaska acumula un ropón más negro que mi reputación, que diría Gil de Biedma. Ha hecho -Marlaska- de Interior lo contrario que Robles con Defensa; a uno lo fascinó «Sánchez» como a la Monroe o a Tarantino el letrero de Hollywood; a otra le mueve el sentido de Estado y ese socialismo que vertió sangre y hombres por lealtad y servicio a España.
Hubo un tiempo en que Marlaska salía en el papel couché más intelectualizado, y nos parecía bien. Pero a un juez no se le conoce hasta la excedencia, y Marlaska, lo que es hoy, tiene un chiringuito como el de Irene Montero; con tricornios como tartas y contrachivatos con completos dossieres de basura.
El mensaje que manda Marlaska con el ajusticiamiento de De los Cobos, el que manda un Sánchez incapaz de discurrir la cadena de mando pero muy capaz de cepillarse el Instituto Armado según el sueño más húmedo de Podemos, es ése: que nada escape a Moncloa, y si escapa, garrote y prensa.
En estos días Marlaska ha hecho -insisto- de Simancas y de Lastra con una alegría que Sánchez jamás valorará como se debe. Marlaska fue influyente y se nos volvió cloaca.
Tampoco voy a llorarle mucho.