JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO – 01/06/14
· Se nos ha estropeado el mecanismo del sistema y los instrumentos que deberían poder arreglarlo se han quedado prácticamente inservibles.
Las elecciones europeas, de las que tan poco se espera, han abierto esta vez en canal el sistema español de partidos y expuesto al público todas sus miserias. A cambio, han desviado la atención, al menos por un tiempo, de los problemas que aquejan al país y que siguen siendo tan alarmantes como antes de que se celebraran. Y, así, mientras analizamos lo que les ha pasado a los partidos, nos olvidamos de que el país continúa atrapado en una maraña de problemas y conflictos de la que no acaba de deshacerse. Echémosle un sumario vistazo.
La salida de la crisis, de la que tanto alardeó el Gobierno durante la campaña, sigue siendo igual de incierta, endeble y precaria. Los parados continúan contándose por millones. Las desigualdades no han disminuido. Los pobres, por el contrario, son más, y más pobres, mientras los ricos, si no más, sí son más ricos. La Justicia arroja los mismos síntomas de lentitud, favoritismo y politización.
Y, por resumir de algún modo la lista de nuestros males, las deficiencias del sistema constitucional que se acordó en la Transición, pese a los grandes méritos que han de reconocérsele, en vez de ir supliéndose con el paso del tiempo, amenazan con agravarse hasta el punto de poner en riesgo todo el sistema democrático: el Congreso se ha convertido en pura y dura correa de transmisión de las propuestas del Ejecutivo, vaciando de sentido el debate político y viciando, con la ayuda de la politización de la Justicia, la división de poderes; las costuras del entramado territorial del Estado, tan livianamente hilvanadas como estaban, no resisten las tensiones que se han creado, de modo que el traje que a unos se les ha quedado estrecho a otros les viene ancho; y, finalmente, la corrupción se ha hecho endémica al sistema y lo lastra de manera tan irremediable a los ojos de los ciudadanos que han comenzado a desertar de él y de sus más representativas instituciones.
Ahora bien –y ahí radica la esencia del problema–, el arreglo de este enorme desperfecto económico, social e institucional que sufre el país depende, en muy gran medida, de la salud de los partidos. Ellos son, en efecto, los que, desde que el sistema democrático pudo ser considerado realmente tal, han constituido el engranaje que lo ha hecho funcionar. Nos encontramos, por ello, encerrados en una especie de círculo vicioso del que resulta casi imposible escapar: cómo arreglar un mecanismo averiado cuando el instrumento para lograrlo se ha hecho él mismo prácticamente inservible.
Y es que, admítase o no, los dos grandes partidos que, bajo una u otra denominación, más han contribuido a dar representatividad y legitimidad a las instituciones del país –a lo que llamamos el sistema– durante estos años de democracia están comenzando a dejar de cumplir la esencial misión que la Constitución les otorga en su artículo sexto, mientras que aquellos que emergen para sustituirlos distan aún mucho de ofrecer las garantías necesarias para que la gente –a la que tanto apelan– deposite en ellos la confianza precisa para que el sistema funcione. El entramado de la representatividad, esencial para la democracia, está fragmentándose y deshilachándose de tal modo que puede dejar de resultar funcional en orden a garantizar una de las demandas más básicas que las instituciones democráticas deben satisfacer: la estabilidad.
Las miradas se han concentrado en uno de los citados instrumentos: el Partido Socialista Obrero Español. Uno no sabe cómo éste se las arregla, pero, cada vez que hay conflicto, siempre acaba él convirtiéndose, quizá por su importancia objetiva, pero también por mérito de sus dirigentes, en una especie de ‘pupas’. Y, aun cuando ni el PP ni CiU ni el PNV ni siquiera UPyD pueden escaquearse de los problemas que las elecciones les han puesto al descubierto en sus respectivas casas, no queda más remedio que detenerse en los de los socialistas, que, además de ser los más graves, son también los que a todo el mundo más escandalizan y preocupan.
Cuando las crisis explotan en los partidos, la discusión suele versar sobre la importancia comparativa que ha de darse a cada uno de los dos siguientes factores: las ideas o las personas. Todavía hoy, ante el problema que las elecciones europeas han puesto al descubierto en el PSOE, suenan ecos de ese viejo debate. Sin embargo, los socialistas no pueden ya volver –como el perro a su vómito– a unas ideas que quedaron más que suficientemente debatidas y fijadas en la Conferencia Política que celebraron, hace todavía menos de un año, en el otoño de 2013. El problema, a día de hoy, es de puro y duro liderazgo. Por injusto que sea, la política desgasta incluso a los mejores. Esta vez, ellos mismos lo han aceptado y han procedido en consecuencia.
Un incómodo problema que les han dejado resulto a sus compañeros. A éstos sólo les queda ahora, sin enzarzarse en los procedimientos y poner así en riesgo la legitimidad del resultado, dar cuanto antes con el mejor. Diríase fácil. Pero, cuando de personas se trata, la discusión se encona. Y lo que el ojo ajeno y desinteresado es capaz de ver en un instante, se le vuelve borroso a quien está cegado por la ambición o el erróneo cálculo de sus posibilidades. Mientras tanto, el país se atasca y el partido en cuestión se hunde en la irrelevancia. La orquesta siguió tocando en el Titanic.
JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO – 01/06/14