El primero en fijar la idea de que debe haber vencedores y vencidos fue el Defensor del Pueblo Enrique Múgica. Quizás porque ya sabía que Batasuna hablaba de eso en un documento a los presos: un proceso sin vencedores ni vencidos. Después han venido los coros, a favor, en contra, o la modalidad de la abstención arrepentida. Pero el guionista sigue siendo ETA.
Cuando ETA mató a Fernando Buesa y a su escolta, una de las dos Euskadis heló el corazón a tantos ingenuos que quisieron, quisimos, creer, más por necesidad que por convicción, que quizás llegaba el momento. Había transcurrido un tiempo desde que ETA declaró su tregua trampa y a pesar de que las amenazas y coacciones a los cargos públicos no nacionalistas habían sustituido a los atentados, existía cierto clima de esperanza. Pero había sido el propio Fernando Buesa quien, al cabo de cinco meses de la tregua, empezó a alertar de que había indicios para la preocupación.
La alarma la dejó caer en la tribuna del Parlamento vasco: «continúa ejerciéndose una violencia que se dirige selectivamente contra quienes no estamos de acuerdo con la política que los partidos nacionalistas proponen deben desaparecer todas esas otras violencias, además, sin condiciones. Lo contrario, llamémosle por su nombre, es fascismo». Un año después, ETA acabó con su vida. Un día como hoy de 2000, en el mes del febrero negro. En su funeral, dos Euskadis; en su capilla ardiente, algunas miserias por parte de quienes, desde el Gobierno, estaban más preocupados por la lista de adhesiones al lehendakari que por estar cercanos a la familia Buesa. Y muchos corazones rotos de los periodistas que más trato tuvieron con él y que eran consolados por una Rosa Díez que apenas se sostenía en pie y que les abrazaba para decirles que tenían que ser fuertes.
A partir de ese día, se iba forjando un nuevo político, el profesor Mikel Buesa, a quien el terrorismo y el desprecio de algunos dirigentes nacionalistas le colocaron donde está hoy, al frente de los colectivos de víctimas del terrorismo. Hoy, Nati no ha podido ser más clara. Hay que empezar por el principio: que dejen las armas y se arrepientan. «Cuando llevemos años sin violencia, hayan entregado las armas, se levanten las escoltas, la gente viva libre, los que se han ido puedan volver entonces podrán contemplarse otras cuestiones», que no sea el perdón de las penas «porque impunidad no puede haber». Lo dice ella en pleno fragor del debate sobre si debe haber o no vencedores y vencidos.
La idea la fijó, el primero, Enrique Múgica, el Defensor del Pueblo. Quizás porque sabía que Batasuna había enviado un documento a los presos, hace más de medio año, en el que se decía que se trata de un proceso sin vencedores ni vencidos. Después han venido los coros, a favor (todos los nacionalistas vascos y el gobierno de Zapatero) en contra (el PP y la mayoría de las víctimas) o la modalidad de la abstención arrepentida (la del PSE). Pero el guionista sigue siendo ETA. Al asesinar a Buesa quiso imponer su proyecto totalitario. Y, hoy, a pesar de su debilidad, sigue en su empeño. Sería conveniente tener claro que todavía la democracia no ha ganado a ETA.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 22/2/2006