- La izquierda francesa ha abandonado a la mayoría silenciosa en favor de las minorías y las modas ideológicas que llegan desde los Estados Unidos (la cultura de la cancelación, el wokismo). ¿Podrá esa izquierda reconstruirse sobre los cimientos de sus valores originales o está políticamente desahuciada?
Que la izquierda nos avise cuando haya acabado de hablar consigo misma y cuando tenga algo que decirles a los franceses. A veces pienso que su silencio es preferible a las muestras de ineptitud a las que nos tiene acostumbrados desde hace tiempo. Pero a dos meses de las elecciones presidenciales, ¿podemos conformarnos con semejante vacío en el tablero político? Cuando no se oye a la izquierda, una parte de Francia se queda muda.
Por mucho que Francia necesite a la izquierda, sus encarnaciones actuales están fuera de combate.
Y, sin embargo, sigo pensando que Francia necesita una izquierda. Frente a la creciente sensación de injusticia, esta podría ofrecer una promesa de progreso colectivo y de emancipación individual. El último sondeo de confianza política que llevó a cabo OpinionWay para el Centro de Investigaciones de Ciencias Políticas de Francia hace patente el deseo de más igualdad y justicia social. Cuando el ascensor social está roto y las desigualdades (sociales, territoriales y patrimoniales) aumentan y se acumulan, la izquierda hace falta.
La exigencia de autoridad y control de nuestros flujos migratorios también es responsabilidad suya, porque estas demandas se multiplican entre nuestros compatriotas más precarizados. Los que viven en los barrios que más se parecen a guetos, donde la delincuencia mina la vida cotidiana. O bien, entre los que se sienten abandonados en los suburbios o en zonas rurales, alejadas de todo.
«Muchos siguen apoyando, como en 2017, al actual presidente, que se ha mantenido firme en lo esencial, en su línea europeísta, y que vive un momento en el que el crecimiento y el empleo están en niveles sin parangón en décadas»
Pero Francia no necesita la izquierda que se nos propone. No la que ha cometido el error político de haber sacrificado varios meses de campaña en el altar de los intereses propios y la búsqueda de una unión imposible. No la que ha cometido el error moral de haber abandonado a la mayoría silenciosa en favor de todas las minorías y corrientes posibles e imaginables que vienen del otro lado del Atlántico: la cultura de la cancelación, el wokismo…
Así que Francia busca la promesa de la izquierda en otros lares. Los que una vez confiaron en ella y a los que traicionó, ahora se despegan de su lado. Muchos siguen apoyando, como en 2017, al actual presidente, que se ha mantenido firme en lo esencial, en su línea europeísta, y que vive un momento en el que el crecimiento y el empleo están en niveles sin parangón en décadas.
Otros, por desgracia, se desvían hacia los extremos, monstruos que la izquierda ha alimentado por partida triple, por su ceguera, por su abandono de los más frágiles y luego por sus discursitos moralizantes. Muchos están perdidos y se refugiarán en la abstención.
A causa de esta fragmentación, la izquierda ya no representa nada y, por desgracia, ya no sirve para nada. No considero irrelevantes los valientes esfuerzos de Anne Hidalgo por mantener viva la corriente socialdemócrata. Pero, a estas alturas, está fuera de juego porque la crisis de la izquierda es profunda al no haber tomado buena nota tras la debacle electoral de 2017.
En estos momentos, la izquierda vive, sobre todo, una crisis cultural e ideológica que viene de lejos. Al negarse a revisar con seriedad su doctrina (y a dar cuenta de esta evolución, como había propuesto, cambiándose el nombre), el Partido Socialista francés ha abandonado la posibilidad de seguir siendo un partido de gobierno. La culpa es de la persistencia de su superego marxista, que le prohíbe formar alianzas con la derecha o transigir con la economía de mercado, y que, por tanto, le obliga a renegar de su trayectoria gubernamental una vez que vuelve a la oposición.
A la exigencia y la responsabilidad en el poder le siguieron la utopía y las facilidades. No fue la prueba de fuego de gobernar lo que hizo que este partido explotara ni lo que ahora amenaza con su desaparición total, sino el eterno remordimiento por su actuación cuando gobierna, como ya señalaron hace treinta años el historiador Alain Bergougnoux y el politólogo Gérard Grunberg en su libro Le long remords du pouvoir, le PS français [El gran remordimiento del poder, el Partido Socialista francés].
El papel que desempeñaron los frondeurs (diputados del partido que fueron críticos con la política económica y social durante la legislatura de 2012-2017) fue la caricatura más patética de esta actitud, de este rechazo a acabar con las ambigüedades, y sólo hizo que desacreditar a toda una familia política.
«Francia necesita una izquierda republicana, laica y social. Una izquierda que haga de la autoridad un principio cardinal, que mire a la cara a los problemas de la inseguridad, el islamismo y la inmigración»
La izquierda será fuerte y creíble si vuelve a ser fiel a sus valores originales y abre los ojos ante la realidad.
Francia necesita una izquierda republicana, laica y social. Una izquierda que haga de la autoridad un principio cardinal, que mire a la cara a los problemas de la inseguridad, el islamismo y la inmigración, como ha hecho la izquierda escandinava.
Una izquierda que no ceda en la defensa de la República y el laicismo, por los que habrá de luchar en todas partes, especialmente en las escuelas.
Una izquierda que defienda el valor del trabajo y haga de la lucha contra las desigualdades una prioridad.
Una izquierda que, a la vez que lo reforma, defiende el Estado del bienestar y de la protección social, fruto de largas luchas y del Consejo Nacional de la Resistencia.
Una izquierda que crea en la empresa como fuente creadora de riqueza, en el diálogo social y en el papel de los organismos de mediación, demasiado descuidados en los últimos años.
Una izquierda que favorezca la industria, el sector nuclear, el aprendizaje profesional y el trabajo manual.
«Hay que admitir que hay izquierdas irreconciliables y que hay que ir más allá del Partido Socialista y del disco rayado sobre las confluencias. Es sorprendente que incluso François Hollande o Bernard Cazeneuve se nieguen a aceptar este diagnóstico»
Cuando los partidos socialdemócratas han conseguido mantenerse en el poder o volver a él es porque han sido capaces de defender el papel social del Estado en el marco de una economía de mercado, de conciliar la exigencia ecológica con el desarrollo económico, de controlar los flujos migratorios y de velar por una mejor integración de las personas extranjeras en el país.
En Francia, la izquierda debe dejar de refugiarse en sus anacrónicas quimeras: semana laboral de 32 horas, renta universal, decrecimiento, derecho de voto en las elecciones municipales para los residentes extranjeros que no sean miembros de la Unión Europea…
Hay que admitir que hay izquierdas irreconciliables y que hay que ir más allá del Partido Socialista y del disco rayado sobre las confluencias. Es sorprendente que incluso François Hollande o Bernard Cazeneuve se nieguen no sólo a aceptar este diagnóstico, sino sobre todo a extraer las consecuencias que de él se derivan.
Sólo en estas condiciones podrá influir la izquierda en el curso de los acontecimientos y volver a legitimarse para participar en la reconstrucción de un relato nacional que tanta falta nos hace. Entonces sí que tendría un espacio propio en este compromiso histórico que deseo con tanto ahínco.
La voz de una izquierda responsable que reivindique sus años en el poder y su sentido de Estado debe ser escuchada en esta gran reunión de republicanos de todas las tendencias políticas, congregados durante el tiempo necesario en torno a un programa de renacimiento nacional para refundar la educación, disminuir las desigualdades, reindustrializar nuestro país, reformar nuestro sistema de pensiones, revisar nuestras políticas migratorias, defender la asimilación y el mérito, combatir el islamismo o luchar contra el calentamiento global.
Mañana tendremos que construir un gran partido de izquierda republicana, el único capaz de responder a las legítimas expectativas del pueblo.
«Espero que la segunda vuelta de las elecciones presidenciales enfrente a Emmanuel Macron con Valérie Pécresse, porque nadie puede desear la desaparición de la derecha republicana y ver que el bloque reaccionario se convierte, de facto, en la única alternativa»
La izquierda francesa puede y debe reconstruirse sobre esos cimientos. Así será fiel a sus valores originales. Los que siempre he defendido. Siempre he querido abrir los ojos de la izquierda ante la realidad de la vida cotidiana. Nunca he cambiado en lo más esencial, por eso estoy en primera línea contra el nacionalpopulismo, el de Zemmour y el de Le Pen, que nunca ha estado tan fuerte, y contra los efectos de las tenazas identitarias que tienen secuestrado nuestro debate democrático.
Por eso espero que la segunda vuelta de las elecciones presidenciales enfrente a Emmanuel Macron con Valérie Pécresse, porque nadie puede desear la desaparición de la derecha republicana y ver que el bloque reaccionario se convierte, de facto, en la única alternativa.
Estoy convencido de que habrá que construir un nuevo movimiento. La democracia necesita formaciones políticas, pero adaptadas a los nuevos tiempos digitales y más horizontales, aunque también con profundas raíces intelectuales y locales.
Emmanuel Macron no ha conseguido reconciliar a los franceses consigo mismos y con la democracia representativa. Si quiere cumplir la promesa de 2017 y llenar el vacío creado por la implosión del sistema político de hace cinco años, todavía está todo por hacer. Un gran partido republicano de izquierdas tendrá que imponerse.
Al transformar unas elecciones tan fundamentales en un pequeño congreso de capillitas, las múltiples candidaturas de izquierda se hunden y, por desgracia, arrastran la credibilidad de toda una familia política. Sobre las ruinas de estas izquierdas irresponsables e irreconciliables hay que cortar el nudo gordiano. Hagamos vivir a la izquierda republicana para que también puedan vivir la República y Francia.
*** Manuel Valls fue primer ministro francés entre 2014 y 2016.