Andrea Mármol-Vozpópuli
La deriva irresponsable del PSOE no es nueva, pero su retórica excluyente es una mala noticia para la democracia en las horas cruciales que afronta España
Hace cosa de dos años un grupo de estudiantes o jóvenes boicotearon una conferencia de Felipe González en la Universidad Autónoma de Madrid. Lo hicieron encapuchados y no consta que sus métodos fueran menos violentos que sus formas, pues el resultado fue para ellos exitoso e impidieron que el acto se desarrollara. Que un expresidente de España no pudiese hablar en una universidad pública de su país es un triunfo del totalitarismo que, en su día, Pablo Iglesias calificó como síntoma de “salud democrática”. Y eso que se trataba de un presidente socialista, aunque represente a ese socialismo, que en palabras de Rafa Latorre en su maravilloso “Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido”, se dejaba votar por los constitucionalistas y les permitía sentir una tranquilidad de espíritu que hoy seguramente serían incapaces de reconocer si tuvieran que optar por Pedro Sánchez.
A nadie debería sorprenderle, pues, que Podemos se haya movilizado contra el nuevo Gobierno en Andalucía. Todo lo que no sea un socialista concesivo o un nacionalista del tipo que sea, para los de Iglesias es susceptible de ser denigrado y expulsado del club de los virtuosos. Lo que llama la atención, aunque a estas alturas va resultando más complicado, es que el PSOE, víctima a menudo de esas prácticas antidemocráticas (ahí está el ‘Rodea el Congreso’ que no iba tan dirigido a la investidura de Rajoy sino a la abstención de un PSOE que la facilitó), se preste a participar en protestas que no buscan otra cosa que deslegitimar las instituciones y, en este caso, extender la falsa idea de que el Parlamento andaluz salido de las urnas no lo ha configurado “la gente”. Ayer el PSOE no solo animó a los manifestantes a enmendar las reglas del juego democrático, sino que posteriormente justificó el escrache a las puertas del Parlamento porque lo que sucedía dentro le merece el calificativo de “vergonzoso”.
Tras decir Sánchez que la Constitución española es poco más que un texto desclasado que no reconoce la igualdad entre hombres y mujeres, se erige ahora como único valedor
Hace semanas que los dirigentes socialistas no hablan sino de Vox en todas sus intervenciones públicas, sin excepción. Lo está haciendo incluso el propio Gobierno de una forma absolutamente irresponsable, con comunicados inusitados que comentan la actualidad política nacional. Nadie ha hecho más que el PSOE -ya en campaña- para aupar a esos doce diputados en el parlamento andaluz, ni menos por evitar un acuerdo constitucionalista en Andalucía. La premisa, en el caso socialista, de no compartir el mínimo roce con Vox se convierte en una excusa bajo la cual acometer su verdadero propósito: hablar del PP y de Ciudadanos como fuerzas alejadas del consenso, que en el universo socialista siempre son las propias siglas. A medida que han visto que verdaderamente perdían el gobierno andaluz han inflamado la retórica. Pero qué cerca quedan las “extremas derechas” de la ministra Delgado, ahora ya no sé qué calificativo tendría a bien elegir.
Bienvenidos sean los socialistas si se han dado cuenta de que tenemos mucho que perder. Bienvenidos también todos aquellos quienes, tras años callando en Cataluña, auguran ahora problemas para la convivencia entre españoles. Pero que sus temores vengan acompañados de la honestidad necesaria para admitir que no conviene demonizar a quien tarde o temprano tendrá que participar de acuerdos importantes. La legislatura de Sánchez puede durar hasta 2020, pero hay algo que puede agotarse antes si deciden seguir con la retórica de voxsonaros y trillizos. ¿De verdad vale la pena?