ANTONIO R. NARANJO-EL DEBATE
  • El peor Gobierno de todos los tiempos, en todos los ámbitos, no puede tener por respuesta el silencio acomplejado o el rebuzno hiperventilado
El Gobierno más feminista de la historia cosecha un triple récord que, incluso para los más cafeteros de la causa sanchista, debe poner en cuarentena el autohomenaje: el de paro femenino, el de asesinatos machistas en una década y el del crecimiento de las agresiones sexuales en más de un 50 %.
Todo ello, y algún desperfecto más, ha hundido a España 17 puestos en la clasificación mundial de bienestar de las mujeres, elaborado por la poco sospechosa Universidad de Georgetown, lo que permite establecer una conclusión: desde 2018, a las mujeres les va peor con Sánchez, Montero, Díaz, Calvo y compañía, salvo que las mujeres sean sus esposas o amigas, en cuyo caso la prosperidad no es cuestionable.
El feminismo de Sánchez es como su constitucionalismo, su pacifismo, su socialismo o su españolismo: un lema electoral y una excusa comercial para desarrollar un negocio político y económico consistente en la creación de un ecosistema generador de votantes y de organismos alineados con ese objetivo.
Pero ni la evidencia contable de que el gasto de 2.000 millones en Igualdad no le ha servido a las mujeres, más allá de a la delirante Ángela «Pam» Rodríguez y a la indultada Juana Rivas, no ha encontrado una réplica decente en la oposición, en términos de destrucción de un relato que cambia de causa pero es idéntico en todo: la recreación de un universo artificial en el que la izquierda encarna los mejores valores y la derecha los ataca.
En el reciente 8-M nadie ha denunciado, de verdad, que en España las mujeres viven peor desde 2018, siguen a la cola de empleo europeo y tienen más opciones de morir o ser violadas que antes de que llegara Sánchez. Y no lo han hecho porque, en realidad, no se atreven a librar la batalla cultural imprescindible para derribar el catecismo progresista, repleto de dogmas de fe sobre la igualdad, el ecosistema, la inmigración, la fiscalidad o el empleo que chocan, de manera reiterada, contra los acantilados de la realidad y producen nuevos desperfectos sin subsanar los ya existentes.
Y no es tan difícil: se puede atacar al separatismo sin ser un fascista; al feminismo oficial sin ser un machista, a la inmigración irregular sin ser un racista, a la Agenda 2030 sin ser un negacionista y a la ideología de género sin ser un homófobo.
No es muy complicado: basta con contraponer a cada decisión, norma, discurso o ley impulsadas en nombre de esas causas las consecuencias prácticas de cada una y añadir, sin alaridos, una propuesta mejor para atenderlas sin transformarlas en una triste excusa partidista.
La derecha sigue teniendo un problema que no es capaz de solventar, por una mezcla de miedo al qué dirán o de pereza intelectual, que le lleva a actuar entre el silencio acomplejado o, en ocasiones, el regüeldo barato.
Pero no tiene un catálogo atractivo para hablar de España, de la familia, de la ecología, de la inmigración o de la igualdad sin sonar peligrosamente parecida a la izquierda o hilarantemente pancetera.
Y no es tan difícil. Vivimos en un país donde mandan un terrorista, un prófugo y un golpista; con las mujeres más rezagadas de Europa; la presión fiscal más empeorada de nuestro entorno; el alud de migrantes más descontrolado junto al de Italia; la multiculturalidad menos integradora después de Francia y la sensación de que cada problema objetivo se transforma en una excusa para aumentar el control de la sociedad, subirle los impuestos y justificar un discurso liberticida que además no arregla nunca nada.
A las mujeres les va igual de mal que al resto de los españoles por ser del mismo país y un poco peor por ser ellas. Si a eso le añadimos que padecemos un Gobierno corrupto y entregado a los enemigos de España, ¿cuál es el problema que tienen Feijóo o Abascal para encontrar la manera, sin dar voces ni pasos atrás, de retratar mejor a esta coalición de incompetentes, necios y sátrapas que creen mear colonia pero apenas les dan las neuronas para no defecarse encima?