Isabel San Sebastián-ABC
- ¿Por qué no responde a las preguntas del juez si ni Begoña ni él han cometido acto alguno merecedor de reproche?
Se nos ha ido el presidente de gira africana, presuntamente para tratar el problema de la inmigración, sin decir una palabra sobre la llegada masiva de cayucos que amenaza con causar el colapso de nuestra ya desbordada capacidad de acogida. Sin dignarse hacer una visita a los voluntarios y funcionarios de los cuerpos y fuerzas de seguridad que han trabajado todo el verano en Lanzarote, a escasos kilómetros del lugar donde él pasaba sus vacaciones. Sin prestar auxilio alguno a las comunidades más afectadas por esta avalancha, a pesar de llevar sobre sus espaldas la plena responsabilidad de esta materia. Sin entonar el menor ‘mea culpa’ por el devastador efecto llamada que provocaron desde el primer día las proclamas insensatas lanzadas desde su Gobierno. Envolviéndose en el manto de mutismo al que recurre habitualmente cuando una cuestión le resulta incómoda y no encuentra una falsedad plausible con la que salir del paso. Porque Pedro Sánchez ha hecho de la mentira su único argumento político, su ideario, su consigna, su tabla de salvación, su programa.
Sánchez miente cuando habla y cuando calla también. De ahí que sea plenamente pertinente la decisión del juez Peinado al acordar dar traslado a las partes de la cinta en la que el marido de Begoña Gómez, investigada por corrupción y tráfico de influencias, se niega a declarar. Aduce con razón el instructor que «pueden sacar conclusiones de su silencio», porque resulta elocuente. ¿De qué tiene miedo el interrogado? ¿Por qué no responde a las preguntas de su señoría si ni su mujer ni él han cometido acto alguno merecedor de reproche? ¿Será porque mentir a un juez está castigado por la ley cuando quien lo hace comparece en calidad de testigo? Una cosa es negarse a dar explicaciones en el Congreso, rehusar responder a los periodistas merecedores de tal nombre o faltar a la verdad en una entrevista concedida a un medio afín, y otra muy distinta tratar de embaucar a un magistrado veterano que ha demostrado con creces su resistencia coriácea ante a los intentos de intimidarle. Ahí la táctica habitual hace aguas y no queda más remedio que morderse la lengua, a riesgo de que los demás interpretemos ese gesto como un indicio sólido de culpabilidad.
La mentira, que desgraciadamente en política, lejos de estar penada, resulta altamente rentable, ha permitido al caudillo socialista sobrevivir hasta ahora cabalgando a lomos de embustes cada vez más descarados. El último, referido al concierto fiscal catalán, proferido a dos voces discordantes entre su delegado en Cataluña, Illa, elegido ‘president’ a cambio de comprometer un trato privilegiado a dicha comunidad, y su ministra de Hacienda, Montero, obligada a negar la evidencia de ese privilegio otorgado en detrimento del resto de los españoles. En el curso que comienza veremos si puede seguir engañando a todo el mundo todo el tiempo