Las elecciones municipales y autonómicas del pasado 28 de mayo dan un balance indiscutido para todos: la victoria clara del Partido Popular. Cuatro años atrás, en 2019, el Partido Socialista superó en 1.600.000 votos al PP. En cambio, ahora, la ventaja del PP sobre el PSOE se sitúa en aprox. 750.000 votos.
El PP conserva las dos comunidades de que disponía –Madrid con mayoría absoluta y Murcia–; y arrebata al PSOE seis comunidades autónomas y un sinfín de capitales de provincia. Hoy, la ciudad con gobierno socialista de más población es Vigo, con 300.000 habitantes, sin duda gracias a la buena gestión de su alcalde. Como la de tantísimos otros excelentes alcaldes del PSOE, y presidentes de Comunidades Autónomas, que en cambio perdieron al recibir en su cara la bofetada que los españoles destinaron a Sánchez.
La personalización en él mismo de este desastre electoral, resultado de haber protagonizado una indebida campaña plebiscitaria, conduce al país a una segunda y definitiva vuelta electoral
Tan clara es esa victoria del PP, que ha obligado al presidente Sánchez a adelantar las elecciones generales al próximo 23 de julio. La personalización en él mismo de este desastre electoral, resultado de haber protagonizado una a todas luces indebida campaña plebiscitaria, conduce de inmediato al país a una segunda y definitiva vuelta electoral que tendrá lugar en menos de dos meses.
En efecto, la campaña electoral para las elecciones municipales y autonómicas tuvo desde el principio un carácter personalista de Sánchez, en que su figura de presidente del Gobierno estuvo presente siempre y en todas partes, en detrimento de los candidatos locales y presidentes autonómicos del PSOE que se presentaban. Una campaña que, por momentos, parecía una película maníaca dirigida por Alfred Hitchcock. El siniestro asunto de las listas de EH Bildu, con sus 44 condenados por pertenencia a banda terrorista, se convirtió en una ola destructiva ya desde la primera mitad de la campaña, cerrada entre turbias compras de votos.
Con el adelanto electoral del próximo 23 de julio pretende Sánchez pasar página de los resultados del 28 de mayo, en lo que resultaría otra novedad histórica en el PSOE. No existe memoria de un resultado electoral -y peor aún siendo tan desfavorable- con nueva convocatoria de elecciones, que no sea objeto del imprescindible debate en los órganos de dirección del partido. Y ese debate no se ha producido.
EH Bildu ha ganado sobre el PNV en las Juntas Generales de Guipúzcoa; hay que recordar que las Diputaciones Forales son responsables de la recaudación de impuestos en el País Vasco
Es claro que el presidente Sánchez se siente incapaz de proseguir con la actual legislatura, pese a que nos había dicho mil veces que terminaría a finales del presente año 2023. No es para menos: con un socio de coalición –Podemos– hundido electoralmente, con el PSOE perdiendo multitud de ayuntamientos y comunidades autónomas, y con su militancia señalándole a él como responsable del fracaso electoral, es misión imposible proseguir la legislatura. Y eso aunque, hasta la víspera de su decisión de disolver las Cámaras, Sánchez no se cansó de resaltarnos la importancia de acometer su presidencia rotatoria de la Unión Europea a partir del 1 de julio. Al cabo, nada de eso importaba a Sánchez.
Entre las múltiples consecuencias del resultado electoral, se encuentra el auge de EH Bildu en el País Vasco y en Navarra. Cinco años de normalización y blanqueamiento del gobierno de Sánchez hacia esa fuerza política, traen consecuencias bien gravosas. Así EH Bildu ha ganado sobre el PNV en las Juntas Generales de Guipúzcoa; hay que recordar que las Diputaciones Forales son responsables de la recaudación de impuestos en el País Vasco. Es inevitable apelar al pacto PNV-PSOE que sustenta al Gobierno Vasco, y también las Diputaciones Forales, para evitar que EH Bildu se haga cargo de esas instituciones. Lo mismo sucede en el Ayuntamiento de Vitoria, donde un pacto con el PP y con el PNV permitiría al PSOE ostentar esa alcaldía, privándole esa posibilidad a EH Bildu.
Permitir a EH Bildu una intervención en el gobierno de Navarra sería un descrédito de nuestra democracia, y un insulto a la ciudadanía. Desacreditaría a un partido como el PSOE que siempre lo combatió
Y otro tanto es necesario en Navarra y en Pamplona, donde EH Bildu debe estar fuera no sólo de cualquier gobierno, sino también de cualquier opción de apoyarlo. En Navarra, UPN más PSOE tienen por sí solos la mayoría absoluta para gobernar. Y en Pamplona que gobierne la lista más votada, UPN. Permitir a EH Bildu una intervención en el gobierno de Navarra sería un descrédito de nuestra democracia, y un insulto a la ciudadanía. Desacreditaría a un partido como el PSOE que siempre combatió a EH Bildu y a su antecesora Herri Batasuna. ¿Dónde se ha acordado, por parte de quién, que se hayan de mantener alianzas con esa fuerza política indeseable, heredera del terrorismo? ¿O es tal opción, una vez más, producto de un cesarismo sin límites?
Lo que está en juego en las próximas elecciones del 23 de julio es saber si deseamos proseguir otros cuatro años más con las fórmulas en que se basó el gobierno de Sánchez. Sus alianzas imposibles con una fuerza ya en absoluto declive como es Podemos, o con ese invento denominado Sumar. Sus pactos con fuerzas reaccionarias como ERC y EH Bildu, carlistas que niegan la legitimidad de la Constitución, disgregadoras de nuestro orden democrático y cohesión ciudadana, están en las antípodas de un buen gobierno que vele por el porvenir de nuestra sociedad. Son precisamente aquella desgracia histórica a la que siempre se enfrentó el PSOE, hoy ya convertido en partido desnortado e irreconocible por obra y gracia de su secretario general. El gobierno “progresista” que ha reivindicado Sánchez en los últimos años es la expresión, en palabras de Félix Ovejero, de una profunda deriva reaccionaria de la izquierda.
Sánchez restó en las anteriores elecciones y no se alcanza a entender por qué habrá de ser distinto el próximo 23 de julio, con un programa político incompatible con la realidad de la sociedad
Y este es el drama que afrontamos en las próximas elecciones del 23 de julio: continuar una política ácida y frentista a rajatabla, carente de acuerdos de Estado, en una deriva cada vez más cainita y destructiva, suicida, propia de los años 30 del pasado siglo XX. Es inaceptable que la oferta del PSOE para las próximas elecciones generales anticipadas sea más de lo mismo que ya hemos sufrido en dosis ilimitadas a lo largo de esta deplorable legislatura que termina.
Felipe González, hace ya muchos años, solía decir que hay que preguntarse si uno es más parte del problema o de la solución. Esa debería ser la pregunta que alguna vez se haga Sánchez, si es parte del problema o de la solución, tanto para el PSOE y el porvenir de la izquierda democrática en España, como para las necesidades de nuestro país. Y a tenor del resultado electoral del pasado 28 de mayo, se evidencia que es parte del problema, no de la solución.
Sánchez restó en las anteriores elecciones y no se alcanza a entender por qué habrá de ser distinto el próximo 23 de julio, con un programa político incompatible con la realidad de la sociedad española, que no demanda bloques ni trincheras, sino políticas de centralidad y sentido común.