- En toda democracia, cualquiera de esas circunstancias haría inexcusable celebrar comicios, salvo que se haya metamorfoseado en «democratura» o en «dictadura perfecta» como en el México del PRI o del Morena de López Obrador, reducida a mera fachada
Hasta ahora, de una manera u otra, tardos o prestos, todos los presidentes de la democracia han secundado esa máxima hasta que Sánchez se posesionó de la Moncloa como Pedro por su casa tras meterse por la gatera mediante la falaz sentencia contra Rajoy y la compañía de una extravagante Alianza Frankenstein. Así, Leopoldo Calvo Sotelo llamó a las urnas en 1982 sin ignorar que las perdería granjeándose las chanzas del presidente italiano Pertini en la Final del Mundial de España. Cumplió antes dos propósitos prevalentes: recurrir ante el Tribunal Supremo la venial condena militar a los asaltantes del Congreso el 23-F de 1981 hasta hacer verdadera justicia y rubricar el ingreso en la OTAN franqueándole a España las puertas de la Unión Europea. A continuación, Felipe González, tras trece años largos, disolvió las Cortes al denegarle Pujol su voto para los Presupuestos del Estado. Pese a su «dulce derrota» de 1996 ante Aznar, rehusó transfigurarla en «amarga victoria» con una coalición contra natura como la Alianza Frankenstein sanchista. Aznar, por su parte, se autoimpuso un mandato máximo de dos legislaturas como es hábito en otros predios. Posteriormente, tras ser «presidente por accidente» debido a la masacre yihadista de Madrid del 11-M de 2004, Zapatero fue a las urnas tras naufragar el Titanic de la economía española dándose de bruces contra el iceberg de la crisis financiera de 2008.
Empero, como síntoma de la degradación de la democracia española, un aventurero predestinado a gestionar las saunas de su suegro, con su mujer de contable, se amura en la Moncloa siendo consciente de que el coste de su estancia supera con creces al de su marcha. Mucho más cuando, en una hora crítica para una Europa que debe refundarse y rearmarse tras el anuncio de Trump de plegar el paraguas de seguridad que desplegó EEUU al final de la II Guerra Mundial, tanto su Gobierno de cohabitación como sus socios parlamentarios hacen agua imposibilitando otra vez que haya Presupuestos del Estado.
Un aventurero predestinado a gestionar las saunas de su suegro, con su mujer de contable, se amura en la Moncloa siendo consciente de que el coste de su estancia supera con creces al de su marcha
En toda democracia, cualquiera de esas circunstancias haría inexcusable celebrar comicios salvo que se haya metamorfoseado en «democratura» o en «dictadura perfecta» como en el México del PRI o del Morena de López Obrador, reducida a mera fachada. No es que Sánchez sea hábil, sino sin escrúpulos, como para hacer carrera derribando vallas frente a países que sancionan al primero que tumba un solo obstáculo legal. Desde la falsificación de su tesis, Sánchez no ha dejado una barrera en pie.
Para escapar vivo del incendio que él ha prendido, Sánchez se amuralla en la Moncloa y, haciendo un uso privativo de sus prerrogativas, moldea la realidad a su conveniencia. Así, acorde con las autocracias que aúnan la tiranía y el saqueo, como apunta la historiadora Anne Applebaum en «Autocracia S.A.», se observan claros paralelismos entre el bolivarismo venezolano y el sanchismo español. Si un Chávez trajeado de civil llegó dando su palabra de que atajaría la corrupción y regeneraría el sistema cuando lo que perseguía era monopolizar negocio tan lucrativo y entronizarse como sátrapa, Sánchez también se olvidó a las primeras de cambio de sus buenos designios.
En cuanto a la corrupción, al haber llegado aprendido de casa, Sánchez se puso manos a la obra en cuanto plantó un pie en la Moncloa como corrobora la cronología de los escándalos de sus hombres de confianza en el Gobierno y en el partido, así como los negocios de su esposísima y de su hermanísimo. Al mismo tiempo, erosionó el Estado de derecho para ser inmune y socavó la integridad de la Nación como tributo a sus socios separatistas para ser presidente. Esa comunión de intereses se trenza con un nudo gordiano que, como el que se topó Alejandro Magno camino de Persia, no hay forma de discernir dónde empieza y acaba por lo que no cabe otra que desenvainar la espada como el célebre conquistador y cortarlo de un tajo.
Cuando la corrupción afecta a toda la familia de Sánchez y a su partido sin que hubiera sido posible sin su anuencia tácita o expresa, obligando a declarar ante el juez a ministros cuyo personal a sus órdenes coadyuvaron a los enjuagues, además de encausar a su Fiscal General del Estado, no se puede decir, parafraseando el susurro de Marcelo, el leal centinela de Hamlet, príncipe de Dinamarca, que solo algo huela a podrido en la Moncloa porque ésta apesta al completo como la cloaca máxima de Roma. Pero, si a Hamlet se le remueven las entrañas averiguar que su padre ha sido asesinado vilmente por su tío Claudio para usurpar el trono y casarse con su viuda, gritando que «ojalá mi cuerpo pudiera deshacerse en lágrimas», aquí la fetidez de la corrupción sistémica adquiere un efecto narcotizante hasta trasmutar el Estado en una cuadrilla de ladrones, según de San Agustín.
No se puede decir que solo algo huela a podrido en La Moncloa porque ésta apesta al completo como la cloaca máxima de Roma
A medida que se apenumbra su horizonte penal, Sánchez se parapeta artillando una televisión pública en la que los antaño «viernes negros» contra el PP ya lo son con el PSOE todos los días del año encomendada la «máquina de la verdad» sanchista a los sepulcros blanqueados que se escandalizaban con una manipulación con la que estos fariseos cañonean hoy a los rivales del «Gran Hermano» Sánchez. Al tiempo, los heraldos del «coronavirus oe, coronavirus oe» se hacen de oro y los negacionistas de la pandemia para tener el 8-M en paz que catalogaban el Covid-19 de espantajo como el del sida contra los homosexuales siguen suministrando doctrina oficial desde el sitial de una RTVE que ve la paja del Covid en el ojo de Ayuso, pero no la viga en el de Sánchez y sus «dos o tres casos como mucho» del pillastre Fernando Simón. A la par, los ministros sanchistas arrollan a los medios privados chantajeando a sus dueños —como Óscar López con Vivendi para que vendiese su participación en Prisa a favorecidos del PSOE usando como hombre del frac al nuevo presidente de Telefónica— o auspiciando un golpe de mano de sus directivos contra su primer accionista por no financiar la televisión de los «golden boys» de Sánchez tras arruinar el canal que Zapatero regaló a estos «brujos visitadores de la Moncloa».
En esta tesitura, más que hacerse la reflexión que Suárez trasladaba a los españoles, hay que preguntarse si la democracia sobrevivirá a quien, haciendo votos porque haría del Parlamento el centro de la política, gobierna al margen de éste y encenaga las instituciones como los establos del rey Aurgias. A diferencia de quienes le atribuían al expresidente que, «si el caballo de Pavía entrara en el Parlamento, Suárez se subiría a la grupa» (Alfonso Guerra dixit), luego de tildarle de «tahúr del Misisipi», hoy el trilero Sánchez no precisa cabalgadura para cerrar, por medio de su servicial ama de llamas Armengol, las Cortes por no aclamarle como a Franco sus procuradores en aquella democracia orgánica que parece anhelar para él como colofón de este año de homenaje a sí mismo que se ha montado para borrar la huella del Generalísimo y sólo quede la suya. Insensato.