Ahora que todo en el sanchismo se desploma con la clásica psicosis que causa la imposibilidad de mantener un mínimo control de daños, y ahora que la elocuencia de la suciedad es directamente proporcional a la densidad de la mentira -los informes de la UCO son demoledores-, alguien en el entorno directo de Pedro Sánchez debería dejar de parchear la corrupción falseando sin rubor la verdad judicial cuando tritura tanto su credibilidad. Demasiadas vías de agua. Y un comisionista encarcelado con información suficiente, con su modo de vida desactivado y con la peligrosidad de un jabalí herido. Esto empieza a tener paralelismos de hemeroteca y quien sea joven en el PSOE, que se mire quien era Van Schouwen.
Ya no va a ser efectivo el simplismo acumulativo de sandeces de Pilar Alegría en la mesa del Consejo de Ministros. Los “no casos” empiezan a estar demasiado documentados y si el del “1” Sánchez puede ser aún muy incipiente y virtual, pero pinta feo, el de Begoña Gómez no solo ya no es virtual ni incipiente, sino que pinta muy feo. Y cuando todo se desmorona, cuando pierdes el dominio del hecho y la grasa de la corrupción lo impregna todo, hasta la falsa percepción de que eres inmune a todo empieza a ser catastrófica.
Desde el retiro ‘espiritual’ de cuatro días en La Moncloa fingiendo que estaba hundido por perder su confianza en la democracia auténtica hasta la soberbia con la que Begoña Gómez ha respondido a la retirada de su segundo máster; desde aquel mitin de exhibición guionizada de begoñismo eufórico en su imputación hasta la llegada matrimonial al cine mostrando sus entradas en la mano; desde el fingimiento forzado de los ministros que defienden a la esposa del presidente con la agilidad y convicción de un galápago hasta la manera de crear un enjambre de falsa victimización judicial con una defensa sobreactuada… desde el principio hasta el final, todo, absolutamente todo en torno a las acusaciones de corrupción en el entorno directo de Sánchez, responde a una estrategia fallida. Y alguien debería hacérselo saber.
¿Se puede investigar en España a la mujer del presidente del Gobierno o debe gozar de una permanente presunción de inmunidad? Felipe González cayó por un severo desgaste político acumulado, pero el detonante fue un cúmulo inmanejable de escándalos judiciales de corrupción. Filesa, Roldán, los GAL… Nunca la prepotencia fue buena consejera y nunca acertó el PSOE con la estrategia de hostigamiento inmisericorde y desguace personal contra Marino Barbero o Eduardo Móner. Tenía el BOE, tenía el poder, pero los tribunales eran los tribunales. Mariano Rajoy, moción de censura de por medio, cayó por la trama Gürtel después de que un magistrado, Prada Solaesa, amorcillase la sentencia con disquisiciones políticas. Luego el párrafo de marras quedó anulado, pero ya era tarde. No renta señalar a los jueces, ni recusarlos, ni estigmatizarlos, ni ‘prevaricarlos’. Y alguien, quien sea con un mínimo de cordura, debería transmitírselo a Sánchez. Que el poder no es omnímodo y que retorcer las reglas del juego de manera ciega tiene sus riesgos. Otros presidentes, para su desgracia, lo han comprobado.
«Felipe González cayó por un severo desgaste político acumulado, pero el detonante fue un cúmulo inmanejable de escándalos judiciales de corrupción».
¿Nadie en La Moncloa ha tomado conciencia de que no sirve de nada no responder a un juez, negarse a declarar, querellarse, o crear un relato de irregularidades que ninguna Audiencia avala? ¿Nadie en La Moncloa ha observado que no les renta argumentar que la probatura del tráfico de influencias es imposible, o someter a la Abogacía del Estado hasta la sumisión total en comisión de servicios ‘personales’, o tener a un fiscal montando guardia de garita a la puerta del juzgado, o amaestrar a un fiscal general en la nocturnidad? ¿Nadie se da cuenta de que es innecesario pronosticar y filtrar una semana sí y otra también que el archivo del caso es inminente? Al final, las campañas burdas de maniqueísmo ególatra, o el no porque no, el sí porque sí, no producen réditos porque los hechos y los datos siempre superan a las elucubraciones, a las versiones y a los relatos impostados.
La campaña orquestada por La Moncloa en defensa de la honestidad como patrimonio inherente al ejercicio del poder ha resultado inocua. La inmolación de todo un fiscal general por los negocietes al calor de La Moncloa -porque a fin de cuentas casi todo en la condición humana es cuestión de dinero- demuestra hasta dónde está dispuesto a llegar el presidente. Ahora, cuando ya no es cosa solo de un juez delirante o estrambótico, cuando ya no es la obsesión de un ‘friki’ con toga encelado contra el sanchismo sino que son Salas unánimes de magistrados, Sánchez debería asumir que la estrategia no sólo es errónea, sino perjudicial. Alguien debería decirle a Sánchez que, en el fondo, medio PSOE no cree en Begoña, y que el otro medio ya la ha condenado preventivamente porque más allá de los guiones, o incluso más allá de que el ‘show’ cátedro llegue a ser delictivo o no, todo rezuma verdad. Una verdad fea. Desde la fabricación artificial de másteres ‘fake’ hasta los viajes endogámicos de negocios. Se puede ser inocente, pero uno, o una, debe saber cuándo nada cuadra, cuándo todo deja de estar ordenado. Y sobre todo, cuándo la carencia de estética te retrata en el imaginario colectivo con tu imagen acariciando billetes. Y ese momento llegó hace tiempo. La parafernalia falaz de la íntegra empresaria, de la humilde docente y de la desinteresada comercial nunca tuvo demasiada credibilidad, pero ahora ya se ha desplomado.
Alguien debería concluir en el núcleo duro del presidente que el horizonte penal de cualquier persona siempre es incierto. Siempre. Que los silencios son legales y legítimos para defenderse, pero que quien asume esa posición debe asumir también que, por el motivo que sea, esos silencios llevan a menudo aparejada la sombra de la sospecha. Que el subconsciente de cada cual dicta que quien nada tiene que ocultar, tiene urgencias por aclarar. Y viceversa. Que las derivas penales con estrategias no procesales, sino estrictamente políticas, se basan solo en la construcción artificial de discursos que caen por su propio peso y terminan generando una frustración irreversible en el investigado.
Estar a la defensiva no es defenderse. Y estar a la ofensiva… ofende. Ofende a cualquier discurso lógico contra la corrupción, a la moral personal en el ejercicio del poder, a la ejemplaridad, y hasta al sentido común. Alguien está engañando a Begoña Gómez y utilizando su presente para hipotecar su futuro. Necesita con urgencia a alguien que la defienda de conductas impropias en el ámbito penal, sean o no delictivas al final, y no ministras portavoces enfangando la verdad con poses de actriz de serie B. Alguien debería sugerir a Begoña Gómez que haber entrado en una guerra de togas es muy mal negocio y que el tuneo tan forzoso de su imagen les está quedando a sus asesores como su proceso de beatificación… De aquella manera.