DIEGO CARCEDO-EL CORREO

  • Ha habido otras guerras más sangrientas, pero el recuerdo de la española sigue latente en la memoria sin que el momento de darla no por olvidada, que eso parece imposible, pero si por terminada no llega

Pasé una buena parte de mi adolescencia oyendo hablar en voz baja a mis mayores de la Guerra Civil que habíamos sufrido hacía diez años, veinte, treinta… hasta los días actuales, en que parecemos condenados a no olvidarla. Es cierto que ha sido una guerra terrible, con muchos muertos, muchos odios y la negativa de los vencedores a darla por terminada varias décadas. Los vencedores se enorgullecían de haberla ganado, pero sin guardar las armas ni olvidar los rencores creados, ni propiciar la reconciliación.

En mi entorno todavía había esparcidos restos de un avión derribado, casas destruidas por los stukas alemanes, las cunetas del rio visitadas a escondidas por vecinos temerosos de ser sorprendidos por la Guardia Civil intentando descubrir el lugar donde se sospechaba que yacían los restos de familiares o amigos asesinados durante las noches. Muchas familias estaban enfrentadas con otras sospechando denuncias y delaciones recíprocas, y hasta viví la desilusión de un amigo íntimo al que los padres, de derechas de toda la vida, prohibieron seguir saliendo con la hija de un ex militar republicano.

Muchos años después, continuamos padeciendo el recuerdo vivo de aquella tragedia. A veces me lo han recordado fuera, en algunos de los países que he visitado, donde la imagen de nuestro país todavía aparecía ensangrentada por los horrores de la guerra inolvidable. Pronto comprendí que aquella imagen del golpe de Estado del 18 de julio, de los tres años de combates, de los paseos hacia los muros del cementerio, las ejecuciones en frio y los fusilamientos seguirían empañado el nombre de España mucho tiempo.

Y lo más grave es que esa imagen no se borra del todo con el paso del tiempo. Ha habido otras guerras más sangrientas, pero el recuerdo de la española sigue latente en la memoria sin que el momento de darla no por olvidada, que eso parece imposible, pero si por terminada no llega. Las noticias nos anuncian iniciativas para borrar de calles, plazas e iglesias los nombres y recuerdos de la crueldad de quienes propiciaron la contienda (desde los dos bandos sin duda), que representan los peores ejemplos para la paz, la libertad y la convivencia. Otras veces asistimos a la exhumación de algunas de las muchas víctimas olvidadas en las cunetas o la exhumación de sus pedestales honoríficos de los restos de altos responsables que la difícil reconciliación no puede aceptar.

Algún día, cuya inminencia no acaba de vislumbrarse, la Guerra Civil tendrá que quedar definitivamente relegada a uno de los relatos más amargos de nuestro pasado. Ya va siendo hora de que todos nos pongamos de acuerdo para ocuparnos concentrarnos en otros problemas y olvidar la guerra. La guerra civil hay que dejarla en manos de los historiadores. Ya es hora de que ellos sean los que le pongan el punto final al párrafo que le corresponda en la historia.