Rubén Amón-El Confidencial
- Su expansionismo electoral puede toparse con el escarmiento de la avaricia: no se puede estar en el Gobierno y en la oposición, en el centro y en la ultraizquierda, con el sistema y contra él
Mencionar a Pedro Sánchez y a Tolstói en el mismo párrafo resultaría extravagante si no fuera por un relato del novelista ruso que escarmienta preventivamente las ambiciones territoriales del presidente del Gobierno.
Territoriales quiere decir que el patrón socialista se ha propuesto expandir el latifundio político con que explora las lindes electorales. Tanto espacio ocupa o quiere ocupar Sánchez, que desempeña a la vez la presidencia del Gobierno y el liderazgo de la oposición; aspira a recaudar el voto moderado, igual que rivaliza con Unidas Podemos en la campaña de acoso a la casta.
Lo demuestra el énfasis con que Pedro Sánchez denuncia la brecha social, identifica a los magnates capitalistas y reanima su batallas contra los bancos y las compañías energéticas. Necesita atraer para sí a los votantes que navegan a babor, pero los excesos en el activismo se resienten de sus obligaciones. Sánchez habla de la desigualdad como si no fuera presidente del Gobierno. Menciona a los de arriba y a los de abajo al margen de su responsabilidad. Y exige la implicación de la sanidad pública como si no formara parte de sus competencias. Solo le falta manifestarse contra sí mismo a Sánchez.
Por eso tiene sentido evocar un relato de Tolstói que previene de la avaricia. La historia de un agricultor llamado Pahom que busca nuevos pastos y que acepta la propuesta de una tribu bashkir, en la profunda Rusia: podrá el hombre apropiarse de todas las hectáreas que sea capaz de recorrer en una jornada a cambio de una suma modesta de dinero. La única condición del acuerdo consiste en que deberá regresar al punto de partida antes del crepúsculo. Si no lo hace, perderá a la vez todo el dinero y… la vida.
Y es entonces cuando Pahom emprende la aventura y delimita su hacienda remarcándola con señales y jalones. Le fascina la fertilidad del territorio. Y prolonga la jornada obsesionado con la expansión. Cada vez se aleja más del punto de partida. Y cada vez se hace más amenazante la puesta del sol, hasta el extremo de que Pahom vuelve a la meta cuando ya es de noche.
El jefe de la tribu bashkir le aguarda con la sorpresa de una fosa donde será enterrado. Un desenlace terrorífico que responde a las interrogaciones del cuento de León Tolstói: “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”.
Le conviene a Sánchez leerse el relato, comprarlo en una de esas visitas culturales que aspiran a humanizarlo. Tanto quiere expandirse Sánchez que la ambición puede sepultarlo. Y es verdad que el presidente del Gobierno se desenvuelve con extraordinaria flexibilidad ideológica. La falta de principios y de valores le permite adquirir una naturaleza gaseosa, pero el ardid del transformismo se expone al conflicto de la credibilidad y al escarmiento del trilero. No se puede ocupar a la vez el centro, la izquierda y la izquierda de la izquierda. Ni es verosímil que Sánchez pretenda ser contemporáneamente tan activista como Iglesias o tan moderado como se muestra Núñez Feijóo.
Le conviene dimensionar las expectativas. Recordarse a sí mismo que es el jefe del Gobierno. Moderar el travestismo. Y valorar los peligros de asomarse a su propia fosa, ahora que los colegas de Unidas Podemos han aparecido con las azadas y las correas. Al cabo, un hombre no requiere más tierra para sí de la que le hace falta en su propio entierro. “Dos metros de la cabeza a los pies era cuanto necesitaba”, concluye el relato de Tolstói.