EL CONFIDENCIAL 04/04/15
JUAN CARLOS RODRíGUEZ IBARRA
· Cuando Mas y Junqueras deciden impulsar un camino que conduzca a Cataluña a la independencia de España reniegan del juramento que hicieron en su momento y se desacreditan a ellos mismos
“Juro o prometo”. Así comienza el texto que leen o recitan solemnemente todos aquellos que acceden a la toma de posesión de un cargo o de una función pública. A ese firme compromiso le sigue lo de “cumplir y hacer cumplir la Constitución”. La persona electa o nombrada que promete o jura lo hace poniendo por testigo y por aval de que lo que dice lo va a cumplir a “su conciencia y honor”, ofreciéndose a “cumplir fielmente las obligaciones del cargo, con lealtad al Rey, y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado”.
Como ya se sabe, el pasado 30 de marzo, Convergencia Democrática de Cataluña, Esquerra Republicana de Cataluña, la Asamblea Nacional Catalana y Ómnium Cultural firmaron un llamado preacuerdo que contiene la hoja de ruta unitaria del proceso soberanista catalán. Dicha hoja habla claramente de que las elecciones catalanas del 27 de septiembre tendrán un carácter plebiscitario como primer eslabón de la cadena que conduzca a la independencia de Cataluña. El nuevo preacuerdo considera que si en las elecciones autonómicas de Cataluña ganaran los partidos o coaliciones partidarios de la independencia, el proceso de transición nacional a la independencia duraría, como mucho, 18 meses.
Por una parte, tenemos a Artur Mas y a Oriol Junqueras, que en las últimas elecciones catalanas juraron o prometieron todas esas cosas que se dicen más arriba. Una promesa en política no tiene por qué tener menos valor que cuando se hace en otra actividad de la vida. Ya se sabe que hay circunstancias en que lo prometido -que es deuda- no hay forma humana de llevarlo adelante, ya sea por circunstancias económicas o por cualquier otro cúmulo de accidentes que impidan materialmente cumplir lo prometido. Pero la promesa que Artur Mas y Junqueras hicieron cuando tomaron posesión de sus respectivos cargos de presidente de la Generalitat de Cataluña y de diputado del parlamento catalán no conlleva ninguna circunstancia que impida el cumplimiento que ambos hicieron de comprometerse con la Constitución y de ser leales al Rey como jefe del Estado español. Cuando ambos, acompañados de doña Carme Forcadell y de doña Muriel Casals, deciden impulsar un camino que conduzca a Cataluña a la independencia de España, están violando la Constitución, que decreta la unidad de España, están renegando de la promesa o juramento que hicieron en su momento, y están desacreditando a la vista de todo el mundo su conciencia y su honor.
Algunos tratan de contraatacar por la parte del sentimentalismo: “No os vayáis, que os queremos”. Es una frase emotiva, pero falsa
Por otro lado, ¿qué hacer ante este nuevo desafío? Algunos, seguramente con la mejor de las intenciones, urgen al presidente del Gobierno para que tome la iniciativa, afeándole su conducta en los tres años en que no ha dicho ni media palabra sobre el reto de los independentistas catalanes. Algunos, piadosamente, tratan de atacar por la parte del sentimentalismo: “No os vayáis, que os queremos”. Es una frase emotiva, pero falsa. No se conoce a nadie que siendo humano haya adquirido la capacidad de querer a todo un colectivo y a cada una de las individualidades que lo componen.
Se puede sentir compasión o simpatía por los inmigrantes que tratan de saltar la verja que separa a Marruecos de España, incluso si se conoce a alguno o algunos de ellos, se puede sentir afecto por ellos, pero no creo que se quiera a alguno o algunos de ellos si antes de llegar a la verja melillense cometieron asesinatos o violaciones de mujeres y niños. Se puede querer a muchos catalanes, pero yo no quiero al violador del Ensanche, condenado a un total de 65 años de prisión por cinco violaciones, cinco agresiones sexuales y cinco intentos de agresión sexual frustrados, a niñas y adolescentes de entre nueve y diecisiete años. Es catalán, pero no creo que le quiera quienes dicen querer a los catalanes. Yo, por ejemplo, no quiero a los catalanes, ni a los vascos, ni a los andaluces, ni a los gallegos, ni a los extremeños, ni a… Aprecio e, incluso, quiero a determinadas personas que, por el lugar de su nacimiento, son de una u otra región o de uno u otro país, pero los quiero por ser como son y no por ser de donde son.
Mas y Junqueras tienen derecho a cambiar de opinión pero solo podrían hacer ese cambio dimitiendo de sus respectivas responsabilidades
Rajoy, efectivamente, ni ha dicho ni ha hecho nada. Y creo que es de las pocas cosas en las que ha acertado. ¡Nada! No hacer nada, porque nada distinto de la independencia es lo que quieren los autores de la nueva hoja de ruta catalana.
Las cosas han ido relativamente bien durante treinta años: desapareció el golpismo, entramos en Europa, los niños y jóvenes permanecieron en la escuela hasta los 16 años, hubo una pensión para todos los jubilados, se mejoraron las infraestructuras, conseguimos una sanidad universal y de calidad para todos, se descentralizaron las decisiones políticas y se respetaron y reconocieron las diferentes formas de ser español y de estar en España. En definitiva, construimos un Estado para todos y de todos, donde, también, la izquierda pudo construir una alternativa de igualdad. Y ahora, cuando las cosas han venido mal dadas, algunos han decidido dar la espalda a quienes lucharon, murieron, penaron y sufrieron por esta España, traicionando a tirios y a troyanos bajo la excusa de que se cansaron de aportar mucho y recibir poco.
Artur Mas y Oriol Junqueras tienen derecho a cambiar de opinión y a decir digo donde antes dijeron Diego. Pero solo podrían hacer ese cambio sin que sus actos y sus palabras los acaben definiendo como personas falsas y nada fiables, dimitiendo de sus respectivas responsabilidades por no cumplir lo que un día juraron o prometieron cumplir.