¿Cuántos españoles en Cataluña?

EL CONFIDENCIAL 14/10/14
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

Cuando redacto este post, los partidos catalanes proconsulta siguen reunidos en el Palacio barcelonés de Pedralbes. Si a la tercera va la vencida, esta misma noche o mañana –hoy para el lector– Artur Mas debería resolver el dilema entre desistir o mentir de la única forma respetable en política: decir la verdad. Y la verdad es que el referéndum del 9-N no se puede celebrar tanto por razones legales como, también ahora y tras la suspensión de la convocatoria por el Tribunal Constitucional, operativas, que son las que garantizarían la fiabilidad de la iniciativa.

La performance independentista tendría ya que terminar. Debería ya acabar esta teatralización atrincherada y, lisa y llanamente, reconocer que con el planteamiento del llamado proceso soberanista no había otra salida que la del desistimiento.

· En Cataluña hay más españoles de sentimiento y pertenencia de lo que parecería a tenor de las manifestaciones populares y el discurso hegemónico del independentismo

Mientras tanto, y a la vista de los 38.000 catalanes que se reunieron en la Ciudad Condal para celebrar el 12 de octubre y corear su doble pertenencia –catalana y española–, habría que preguntarse si en algún momento la independencia del Principado resultaría verosímil. Tal vez sí. Pero antes tendrían que cambiar algunas cifras. Eso lo reconocen hasta los intelectuales orgánicos del soberanismo. Uno de ellos iniciaba ayer su artículo diciendo que “el unionismo pincha” y lo terminaba así: “Ahora bien, eso no quiere decir que la independencia tenga hoy asegurado el 51% en las urnas”. ¿En qué quedamos? Si pincha el unionismo pero no es seguro que los secesionistas tengan el 51 de los votos, ¿qué pasa en Cataluña?

Lo que ocurre es que en Cataluña hay más españoles de sentimiento y pertenencia de lo que parecería a tenor de las manifestaciones populares y el discurso hegemónico del independentismo. Además de esos 38.000 que se concentraron el día del Pilar, el Centro de Estudios de Opinión de la propia Generalitat catalana acaba de darnos cifras concluyentes. El 41% de los catalanes se sienten igualmente españoles (aunque de entre estos, el 48,8% desee la consulta); se perciben sólo catalanes el 27,4% y más catalanes que españoles el 21,6%. Residualmente, hay sentidos de pertenencia excluyentes. Pues bien: con estas cifras –si son reales– será difícil que la independencia de Cataluña prospere. Lo que podría prosperar es –estoy preparado para el chorreo de los puristas, de los patriotas inequívocos y de los irreductibles del secesionismo– una tercera vía, es decir, una reforma que permita una acomodación de Cataluña alterando razonablemente su statu quo actual, sin demérito del de las demás comunidades autónomas.

No he oído desde hace mucho tiempo mejores discursos sobre la unidad auténtica de España –sigo preparado para el chorreo de los puristas– que los que se pronunciaron en el Círculo de Bellas Artes el pasado día 9 con motivo de la presentación de la Declaración por una España Federal en una Europa Federal. Me refiero a los discursos de Nicolás Sartorius (sí, sí, efectivamente: el excomunista); de la guipuzcoana Luisa Etxenike (¡reivindicó la palabra España en el País Vasco!), que estuvo realmente admirable en fondo y forma, y de Manuel Cruz, colaborador de El Confidencial, catedrático de Filosofía y presidente de los Federalistas de Izquierdas de Cataluña, que ante aquel auditorio llegó a sugerir que el expresidente Aznar (al que dijo no profesar simpatía alguna) pudiera tener razón (“Antes se romperá Cataluña que España”), hipótesis que no provocó abucheos en un público atento y que supo dosificar sus ovaciones.

· La independencia de Cataluña no sólo se enfrenta a la legalidad, al Gobierno, al Congreso, al PSOE, al Tribunal Constitucional. Se enfrenta también a un hecho rotundo e idiosincrático: que en Cataluña hay demasiados catalanes que son en la misma medida españoles y muchos catalanes que son más que españoles, pero que lo son también

Si Mariano Rajoy hubiese tenido allí un espía –¿va algún agente del CNI a esos actos y se los cuenta a la vicepresidenta?–, ahora sabría qué podría hacer con la Constitución, no para convencer a Mas para que deje de ser lo que es ni para que Junqueras abandone ERC y su independentismo, sino para que miles y miles de catalanes-españoles se sientan atendidos y cómodos, como, por cierto desean los organizadores del 12 de octubre en Barcelona, que son los esforzados miembros de Sociedad Civil Catalana, con José Ramón Bosch a la cabeza, y a los que la antipolítica del presidente del Gobierno les causa tanta perplejidad como a la mayoría de los españoles.

Quiero decir con lo que antecede que la independencia de Cataluña no sólo se enfrenta a la legalidad, a la negativa del Gobierno, a las decisiones del Congreso, al criterio del PSOE, a las resoluciones del Tribunal Constitucional. Se enfrenta también a un hecho rotundo e idiosincrático: que en Cataluña hay demasiados catalanes que son en la misma medida españoles y muchos catalanes que son más que españoles, pero que lo son también. Y con esos mimbres sociales –aunque ahora sólo salgan a la calle 38.000– es muy difícil que a líderes de los partidos proconsulta les parezca una buena idea saltarse la Constitución. Porque, seguramente, la mayoría de los catalanes no estarían por la labor de seguirles en la aventura. O como decía el articulista antes citado: no hay seguridad de que la independencia obtuviera el 51% de los sufragios. Un suponer. Y es que las mayorías no circulan por los extremos: tienden a la ponderación.