Siempre me ha gustado el Valencia. A pesar de la rivalidad. O quizá por una rivalidad que a menudo ha producido excelentes espectáculos deportivos. También por eso estoy muy cabreado, aunque sea lo de menos. Lo de más: después de ver lo que sucedió el domingo fuera y dentro de Mestalla, el estadio del Valencia debiera ser cerrado. Por mucho tiempo. Eso como poco. Me da igual lo que digan los reglamentos.
Con todo, clausurar el campo en el que se produjo uno de los episodios racistas más vergonzosos que se recuerdan en el ámbito del deporte, siendo necesario, no es lo más importante. De nada valdría cerrarlo si a renglón seguido no se pide perdón y, sobre todo, no se explica a los centenares de niños que ese día estaban en las gradas, y fuera de ellas, las profundas causas que harían imprescindible una medida tan drástica.
Y ese es el problema: que a la vista de lo escuchado y leído en las últimas horas debemos perder toda esperanza. Si nos atenemos a lo que opinan muchos de sus mayores, los chavales que acudieron a Mestalla con la ilusión de ver a su equipo batir al Real Madrid para casi garantizar la permanencia en la división de honor, piensan hoy que aquello no fue para tanto, que los gritos infames que miles de energúmenos, con los que mantienen parentescos de primer grado, escupieron contra un chaval de 22 años, estaban justificados.
Porque lo que han escuchado y están escuchando los chavales no es que el racismo no tiene justificación alguna, sino que fue Vinicius el que se lo buscó. Especialmente repugnante ha sido comprobar cómo algún político ha pretendido sacar rédito electoral al suceso: «Vinicius es un provocador». Diez ataques racistas después, que hayamos contabilizado, el provocador no es el agresor sino el agredido.
Porque lo que han escuchado y están escuchando los chavales no es que el racismo no tiene justificación alguna, sino que fue Vinicius el que se lo buscó
Como escandalosa es la actitud de algunos apóstoles del antirracismo, que callan porque la víctima es del Madrid y no del Rayo Vallecano o del Almería. Silencio que está en línea con el argumento, pretendidamente ponderado, que busca la protección de los cavernícolas aduciendo que en realidad no es racismo sino antimadrisdismo, que si en lugar del Real Madrid estuviéramos hablando de un negro que juega en un club modesto esto no habría pasado.
¿Cuántos niños y niñas había en Mestalla? ¿Les vais a explicar de verdad lo que pasó el domingo o mejor lo dejamos, ampliando así la base de exaltados para que el fútbol siga siendo por mucho tiempo, con la complicidad de las autoridades deportivas, la principal fábrica de racistas de las sociedades modernas?