LA FRAGMENTACIÓN prevista en Holanda, facilitada por una ley electoral que garantiza representación en la Cámara Baja con un 0.67% de los votos (unos 70.000) y la polarización del país en los últimos 20 años, hace inevitable otro gobierno de coalición.
Si será de centro, centroderecha o centroizquierda depende de lo que salga hoy de las urnas y de unas difíciles negociaciones durante los próximos meses. Es posible que conozcamos el nombre del nuevo presidente de Francia antes que el del nuevo primer ministro de Holanda.
«Estas elecciones son los cuartos de final para impedir que triunfe el populismo malo», dijo el lunes el primer ministro holandés, Mark Rutte, líder del Partido por la Libertad y la Democracia (VVD), al que las últimas encuestas de Peilingwijzer (seis de las más importantes) situaban el domingo en cabeza, con sólo un 16% de los votos, entre 23 y 27 de los 150 escaños que deben elegirse hoy. «La semifinal se jugará en Francia y la final en Alemania en septiembre», añadió.
Con un 60% de indecisos a tres días de la votación y la losa del Brexit y de Trump sobre cualquier previsión, lo que más preocupa es el efecto dominó en el resto de Europa de una victoria del populista, xenófobo, antimusulmán y eurófobo Geert Wilders.
Desertor del partido de Rutter y fundador en 2006 de su propio Partido por la Libertad, sin ningún otro miembro oficial que él mismo, las últimas encuestas le situaban en segundo lugar, con un 13% de los votos y entre 19 y 23 escaños. Puede ser el principal beneficiado de la crisis diplomática con Turquía.
Si aciertan y los demás partidos (se presentan 28 y, con un sistema proporcional de distrito nacional único, entre 11 y 14 podrían ocupar escaños) cumplen su promesa de no pactar con él, sus posibilidades de gobernar son prácticamente nulas, pero como fuerza principal de la oposición saldría muy reforzado en un parlamento más volátil.
El principal batacazo previsto en las encuestas es el de los laboristas (PvdA), que se sacrificarían así en el altar de la estabilidad de la gran coalición formada desde 2012 con Rutter.
«Si Wilders sale fortalecido, los medios lo catapultarán como el elegido del pueblo y eso beneficiaría a Marine Le Pen, a Frauke Petry y a otros de su ralea», advierte en el Economist el profesor de la Universidad de Georgia Cas Mudde, experto en populismos.
Holanda ha ido por delante de casi todas las tendencias europeas. Se anticipó dos años a la rebelión de mayo del 68, su primer ministro laborista Wim Kok, elegido en 1994, fue un abanderado de la tercera vía mucho antes de que Tony Blair o Gerhard Schröder la descubrieran, inició en 2002 el giro a la derecha antes que el Reino Unido y Alemania, y su no, con el de Francia, al proyecto de Constitución europea en 2005 acabó con el sueño de una UE más integrada. Los principales observadores vuelven a ver en Holanda un faro de alerta de lo que se avecina en Europa y el digital Politico, uno de los medios más influyentes en la política europea de hoy, describe a Wilders como el inventor del trumpismo.
Su programa cabe en un folio, rehuyó los debates hasta el lunes y apenas ha salido de su residencia vigilada, fuertemente escoltado por miedo a correr la suerte del ultraderechista Pim Fortuyn, asesinado en 2002 por un ecologista, y del cineasta antimusulmán Theo van Gogh, asesinado en 2004 por un joven holandés de origen marroquí mientras rodaba un documental sobre el asesinato de Fortuyn.
Estos crímenes atizaron todos los miedos que había despertado el 11-S y, como muestra en Asesinato en Amsterdam Ian Buruma, escritor y periodista de origen holandés, rompieron la muralla que tenía enjaulados y dormidos en la sociedad holandesa los peores fantasmas de la Segunda Guerra Mundial: el colaboracionismo con los nazis y la persecución de los judíos.
En esos crímenes encontró Wilders la catapulta política y emocional de su radicalización y en Twitter un altavoz perfecto, mucho antes que Trump, aunque dosifica y cuida su uso mucho mejor que el nuevo presidente estadounidense. «En Europa podemos ver tres tendencias electorales que el economista germano-estadounidense Albert Hirschman identifica como voz, salida o desconexión y libertad, y en al menos dos de ellas Holanda vuelve a ser pionera», escribía Mudde el 26 de febrero en el Guardian.
POR VOZ SE REFIERE AL APOYO CRECIENTE AL POPULISMO EUROESCÉPTICO EN LA DECIMOSÉPTIMA ECONOMÍA DEL MUNDO, ENTRE LAS CINCO MÁS ABIERTAS AL COMERCIO MUNDIAL Y DEPENDIENTE, EN MÁS DE UNA CUARTA PARTE DE SU COMERCIO, DEL MERCADO ALEMÁN.
El Nexit que predica Wilders, partidario de la retirada de la UE y del euro y de cerrar las fronteras, no sería otra fuente de problemas graves como el Brexit, sino un verdadero suicidio económico para Holanda.
Por salida o desconexión se refiere al aumento gradual de la abstención. Sin llegar al extremo de Grecia, donde el voto es obligatorio, en las últimas dos elecciones generales se quedó en casa el 25% de los holandeses con derecho a voto, sobre todo los más jóvenes, que han perdido la fe y la lealtad en los partidos tradicionales, y cada vez se informan menos por la prensa y la televisión.
Ahí está también el semillero que ha doblado en los últimos días la esperanza de voto de los Verdes de Jesse Klaver, a sus 30 años el candidato más joven en la historia de Holanda, con aires de Justin Trudeau y una retórica del primer Obama: Jesse we can.
Felipe Sahagún es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.