Lo contaba ayer el ex ministro socialista Ángel Gabilondo, el hombre que más cerca estuvo de sellar un gran acuerdo con el PP… hasta que las expectativas electorales llevaron a los populares a dar marcha atrás. Corría el año 2010 y lo que durante varios meses amarraron los expertos educativos quedó destejido en unos días por los políticos.
«Querer el acuerdo es fundamental para que exista», expresaba ayer Gabilondo en el foro Educación, esa asignatura pendiente, organizado por EL MUNDO y Expansión. A su lado, sus predecesores Gustavo Suárez Pertierra (PSOE), Pilar del Castillo (PP) y Esperanza Aguirre (PP) le daban la razón: para que dos o más partes enfrentadas políticamente se pongan de acuerdo, tiene que haber una «voluntad» genuina de querer conseguirlo que esté más allá de la ideología. Eso, hasta el momento, nunca ha ocurrido, porque la educación siempre se ha supeditado a los intereses del partido.
En realidad, para eso parecen haber servido los errores del pasado. Los cuatro ex titulares de Educación pidieron ayer que, al menos esta vez, las diferencias ideológicas no frenen un pacto de Estado. Sus palabras así lo constataban. Ahí estaba Suárez Pertierra reconociendo que el artículo 27º de la Constitución –el mismo que tanto enarbolan los defensores de la escuela concertada– ha sido «el primer pacto educativo de la democracia». Ahí teníamos a Del Castillo exigiendo que «las Humanidades no queden relegadas», cuando su partido las ha minimizado en la Lomce. Ahí llegaba todo un Gabilondo pronunciando sin complejos la palabra «excelencia», con todas las letras, y hablando de evaluar a los profesores, un asunto que hasta hace poco tiempo era un tabú que nadie se atrevía a mencionar en las aulas. Oyéndoles intervenir en el foro Pensar (en) España, el tercero de unos encuentros que analizan las principales reformas que debe acometer este país, parecía que se habían intercambiado las siglas.
Que se lo digan a Aguirre, que arremetió con contundencia contra el PP al denunciar, en un momento de su intervención, la «facilidad con la que todos los partidos», el suyo sobre todo, «han renunciado a las reválidas». Las evaluaciones externas al final de Primaria, la ESO y Bachillerato eran la marca educativa del PP, su tótem imprescindible… hasta que han dejado de serlo. Porque así están las cosas y es el fin de las ideologías.
¿Qué es lo que ha ocurrido? Del Castillo enumeró «circunstancias distintas» que concurren ahora que «permiten albergar esperanzas» respecto a la consecución del acuerdo: desde la «aritmética parlamentaria», que fuerza a los partidos a ceder y entenderse, hasta la «disponibilidad» expresada en reiteradas ocasiones por el Gobierno y por la oposición, pasando por la constante reclamación de la sociedad, cada vez más intensa, que insta a los políticos a poner freno a tanto vaivén educativo.
«Es verdad que, entre todos, hemos creado un sistema educativo inestable», reconocía Suárez Pertierra, convencido de la posibilidad de entenderse a pesar de los problemas ideológicos» de la educación.
Al final, será una cuestión de matices. Pero hay muchas cosas en las que todos coinciden y con todo eso ya se podría articular un pacto de mínimos. Hay acuerdo, por encima de todo, en que hay que hacer algo para acabar con los elevados índices de abandono escolar temprano y con «la sobreabundancia de mano de obra poco cualificada», que «prácticamente duplica la de la UE», tal y como recordaba Juan Antonio Sagardoy, presidente de honor de Sagardoy Abogados, patrocinador del acto, junto al Banco de Santander. Su vicepresidente Juan Manuel Cendoya insistía, de hecho, en algo en lo que también había consenso: «La prosperidad de las sociedades depende, en enorme medida, de la fortaleza y la calidad de sus sistemas educativos».
El mundo está cambiando a una velocidad vertiginosa y quien no esté bien educado se quedará atrás. «Tenemos que construir un sistema estable, orientado a la excelencia, basado en la equidad y que garantice la igualdad de oportunidades», enumeraba Gabilondo. La frase la podía haber pronunciado cualquiera de sus compañeros de mesa.
Tanto Gabilondo como Aguirre, tanto Suárez Pertierra como Del Castillo coincidieron, por otro lado, en que el pacto, para empezar a hablar, debe abordar el espinoso asunto de la carrera docente, que nunca antes se ha tratado. Hablamos del famoso MIR, una solución que plantean todos los partidos; de cambios en la formación y en el acceso a la carrera, y de la posible creación de un sistema de gratificación a los profesores que mejor lo hacen, algo que ahora es inexistente.
¿Hay más puntos de acuerdo? Sí, y no son ideológicos. Hay consenso en que el pacto debe contar con la sociedad civil; en que el sistema educativo debe rendir cuentas –«Lo que no se evalúa se devalúa», recalcaba Gabilondo–; en que la Formación Profesional debe modernizarse; y en que las Humanidades deben estar en primera fila para que la nueva sociedad surgida de la transformación digital cuente con personas con «un juicio excelentemente formado».
No parecen tenerlo tan claro en la resolución del «problema interterritorial», que es «de primera magnitud», en palabras de Suárez Pertierra. «Esto no funcionará si no hay un pacto que permita el respecto competencial de las autonomías», expresaba ayer. Del Castillo apostaba por un currículo donde los contenidos tuvieran una «clara y definida distribución competencial entre las autonomías y el Estado», mientras que Aguirre directamente denunciaba «cómo la educación es utilizada en por los nacionalistas para poner unos cánones en Historia, Geografía o Literatura».
Quizá lo más sensato sea dejar de lado todas las cuestiones espinosas y elaborar un documento en el que sólo se incluyan los puntos de consenso, algo así como el borrador que se ha elaborado en la Comunidad de Madrid. Su presidenta, Cristina Cifuentes, confiaba en que su ejemplo sirva «como estímulo para alcanzar el pacto en el resto de España». Dejando las diferencias ideológicas de lado, es más fácil hacerlo.