LUIS HARANBURU ALTUNA-El Correo

La alternativa al autogobierno estatutario no es la autodeterminación sino la activación de los principios constitucionales que preservan la integridad territorial del Estado

Son muchas las lecciones que cabe extraer del proceso independentista catalán, pero observando el panorama desde el País Vasco, cabe resaltar cuatro que conviene aprender en esta coyuntura en la que en el Parlamento vasco arranca la Ponencia sobre la reforma y adecuación del Estatuto de Gernika. Ese Estatuto que una gran parte del nacionalismo vasco considera caduco o muerto desde sus expectativas soberanistas. Es evidente que una de las peculiaridades políticas del nacionalismo es su insaciabilidad, inherente a su utopía política, pero el trecho que lleva desde la utopía a la distopía es un camino empedrado por la mentira o el desprecio al principio de realidad. El colapso político catalán nos muestra que la sobrecarga ideológica en política impide ver la realidad en toda su complejidad. Una complejidad que las ideologías incitan a ignorar en aras del populismo más ramplón. Enumero a continuación las cuatro lecciones que dimanan del fallido proceso secesionista catalán.

1. La alternativa al autogobierno estatutario no es la autodeterminación sino la activación de los principios constitucionales que preservan la integridad territorial del Estado. Mucho se divaga y especula, entre nosotros, con el mal llamado ‘derecho a decidir’ que en boca de los nacionalistas equivale al derecho de autodeterminación, pero no por mucho insistir equivale a un derecho positivo. En el frontispicio de los derechos políticos reconocidos internacionalmente se halla el derecho de las naciones a su integridad territorial y este derecho es la norma superior que rige en los conflictos provocados por quienes anteponen la nación cultural a la nación política. Euskadi o Cataluña pueden considerarse a sí mismas como naciones culturales, pero ello no significa su inexorable conversión en estados soberanos. La activación del artículo 155 de la Constitución española es la lógica reacción de un Estado democrático cuando se enfrenta al pretendido derecho a decidir. Este derecho a decidir es un principio básico de la ética personal, pero es falso el que tenga una equivalencia a nivel político. La reacción internacional al proceso catalán avala la primacia del derecho a la integridad territorial frente al eufemismo del derecho a decidir.

2. La pugna política en democracia se convierte, casi siempre, en una lucha entre personas de distinta coloración política. Rajoy, Urkullu o Puigdemont encarnan posiciones políticas que casi siempre terminan por denominarse con los nombres de quienes esgrimen las diversas opciones. Sin embargo, estaríamos muy equivocados si redujéramos a las personas concretas la opción política que representa cada cual. Urkullu no equivale al pragmatismo político, como tampoco Puigdemont es el epítome de la ensoñación y la posverdad, ni Rajoy es la representación del integrismo centralista. Rajoy en el ejercicio de su tarea de gobierno es el Estado. Y es como representante de los derechos e intereses del Estado como se ha enfrentado al proceso catalán. El artículo 155 no es, por lo tanto, un capricho personal de Rajoy, sino la aplicación de los resortes constitucionales del Estado democrático. Se equivocan los nacionalistas si pretenden personalizar la oposición a sus pretensiones en este o aquel gobernante, cuando a lo que se enfrentan no es al político de turno sino al Estado de Derecho al que no conviene subestimar.

3. Ni la sedición nacionalista ni la rebelión contra el Estado de Derecho pueden gozar de impunidad por muchos votos que tengan detrás. El dilema entre la primacía del voto o la ley democrática ha quedado solventado a favor de la ley y de los principios democráticos. El proceso catalán ha demostrado la superior entidad del interés general de los principios de la convivencia democrática y el pluralismo político frente al interés de parte y la involución democrática. Los votos no equivalen a la impunidad, el Estado de Derecho prevalece frente al asalto al orden constitucional democrático.

4. La cuarta y última lección que cabe extraer del proceso separatista catalán es el desvelamiento del carácter reaccionario y antidemocrático del nacionalismo identitario. Toda la propaganda nacionalista se ha estrellado contra la constatación de su carácter insolidario y xenófobo que margina a la parte de la sociedad que no comulga con sus postulados. Si algo positivo cabe destacar del proceso catalán es la caída de la venda política de los ojos de un creciente número de ciudadanos y formaciones políticas que beneficiaban al nacionalismo identitario con el beneficio de la duda, cuando no con su acomplejada anuencia. El triunfo alcanzado por Ciudadanos en Cataluña y los excelentes augurios que las encuestas le atribuyen indican una tendencia al alza de los valores constitucionales frente a las mentiras y posverdades del nacionalismo identitario que se habían admitido sin discusión. Lo identitario ha dejado de estar de moda y sus valedores harían bien en tomar nota antes de forzar nuevas singladuras identitarias en el Parlamento de Barcelona o de Vitoria-Gasteiz.