François René, vizconde de Chateaubriand, político y literato francés del Siglo XIX, monárquico y romántico, escribió 48 volúmenes sobre su vida titulados Memorias de ultratumba. Siglos después, ayer mismo, el título de esas memorias fue mencionado por José Manuel García-Margallo para referirse a un debate sobre la Constitución de 1978 y su reforma. Organizado por Unidad Editorial, el debate estuvo a gran altura del suelo actual de la política española. Los participantes eran veteranos de la batalla de la Transición. Rodolfo Martín Villa, Miquel Roca, Alfredo Pérez Rubalcaba–algo más joven que la media pero igualmente comprometido con 1978– y el citado Margallo.
Las intervenciones de los cuatro ponentes harían las delicias de todos aquellos que sienten nostalgia de esos políticos que alumbraron el sistema democrático por el que España se ha gobernado en los últimos casi 40 años. Esos sí que eran políticos, se escucha en muchos ambientes, tan distintos de esta efebocracia de ahora. Todos los países, como bien dijo después el profesor Xavier Arbós tienen sus mitos fundadores. Y los mitos tienen su lado verdadero y su lado no tan real, tienen su tiempo y no es infrecuente que acaben desmoronándose. La Constitución de 1978 es el mito fundador de la España democrática. El texto y todas las personas que hicieron posible aquel consenso han sido elevados a la categoría de mitos ahora que el país ya no es la nación optimista que solía ser. Porque, como dijo Rodolfo Martín Villa, «el orden de las personas es anterior a las cosas». He aquí una de las claves del debate sobre la reforma constitucional avivado por las tres crisis que, según Rubalcaba, atraviesan España. Se supone que faltan estadistas que miren más allá de la última polémica de las redes sociales. Buscamos personajes excepcionales sin encontrar su rastro. Debatimos sobre reformas cuya concreción se antoja casi imposible. Y así, como dice Martín Villa, todos esos políticos que mucha gente echa de menos acaban hablando «desde la Arqueología». Dado que el personaje excepcional que se busca no aparece, Miquel Roca expresó un deseo: «Espero que no tengamos que esperar a encontrar un estadista para hacer las reformas necesarias».
Si Roca, Rubalcaba, Margallo y Martín Villa se encerraran en un parador, no tardarían mucho en ponerse de acuerdo sobre los cambios que necesita el texto constitucional. Es una pena que la respuesta no esté en sus manos y de ahí la melancolía que se desprendió del debate. Nostalgia de otros tiempos que al ex ministro de Exteriores le recordó a Chateaubriand. Cuatro románticos en busca de país reunidos por este periódico porque escucharles da gusto. «Rodolfo», «Miquel», «Alfredo», «José Manuel» se llamaron por los nombres de pila. «Lo hicimos entre todos, amigos», parecían decir. Ellos, en efecto, podrían tener las respuestas, pero la solución ya no está en sus manos. «Los españoles no tenemos el gen del tiempo», advirtió con realismo en la segunda mesa del día la ex ministra y profesora Carmen Calvo.
Martín Villa, el más veterano de todos los ponentes, dejó el pesimismo existencial sobre la mesa en respuesta a la pregunta que sobrevoló el debate y que fue verbalizada por Miquel Roca. ¿Por qué en 1978, saliendo de una dictadura y con las secuelas aún calientes de una Guerra Civil fue posible el entendimiento y ahora no podemos encontrar el camino para iniciar una nueva etapa? «Lo que se podía hacer en 1978 era muy distinto de lo que se puede hacer ahora. Entonces era más fácil. Teníamos margen para meter los sentimientos en las leyes y las normas. Ahora no tenemos margen para hacer lo mismo. Difícilmente la norma puede decir que alguien es más importante que alguien». El profesor Sosa Wagner secundó este pesimismo advirtiendo que la reforma constitucional requeriría una «integración política y social» y un respeto a las reglas del juego que ahora no existen. Todos los ponentes acabaron confluyendo en el gran tema, en la fibra más sensible de la reforma constitucional, que es adecuar los sentimientos de Cataluña a los del resto de España y viceversa. Roca demandó una respuesta política al proceso independentista desde el reformismo de una Minoría Catalana ya desaparecida. Reclamó que nadie se escandalice por palabras y conceptos como «Nación de naciones», acuñados por intelectuales de la socialdemocracia española. Rubalcaba, con su proyecto de inspiración federal bajo el brazo, le respondió que los ciudadanos del resto de España por supuesto que deben tener muy en cuenta los sentimientos de los catalanes, pero que igual también sería conveniente que los ciudadanos de Cataluña se hicieran cargo de los sentimientos de los demás españoles. «Que también los tienen».