ABC-IGNACIO CAMACHO
Sánchez ha reconocido a Guaidó sin diligencia ni convencimiento, dejando traslucir cierta incomodidad en el gesto
Aeste Gobierno le cuesta tanto hacer las cosas bien que cuando al fin las hace porque no tiene más remedio le sale una mueca arrastrada, como de no sentirse del todo satisfecho. Es lo que le pasó ayer a Pedro Sánchez cuando salió a anunciar el reconocimiento –tardío– de Guaidó: que se le notaba la incomodidad en el gesto. O tal vez la impostaba para aparentar pesadumbre ante sus socios de Podemos, los últimos defensores del bolivarismo irredento. De un modo u otro, el tono era de escasa diligencia, pobre esperanza y limitado convencimiento, incluso a la hora de postularse como referencia del criterio europeo. Tenía interés, o lo parecía, en comunicar que su propia decisión no le gustaba un pelo y que la adoptaba al trantrán, con el fastidio de un expediente molesto. No mostró prisa alguna en hacerlo, dejando que Francia y Suecia saliesen a escena primero; ya había dicho Borrell que no era cuestión de ponerse guapos –como Macron, se supone– para sacar pecho. La Moncloa no madrugó, desde luego. Nulo entusiasmo por confluir con Trump y aún menos por acabar yendo a donde la oposición quería ir hace tiempo.
En su reciente viaje a Centroamérica, el presidente no ha ocultado su enfado porque Casado y Rivera se empeñasen en mostrarle el camino anticipándole los pasos que al final ha recorrido. Quería ser él quien marcase los ritmos y reclamaba un consenso de Estado que no había ofrecido. Desde que comenzó esta fase de la crisis venezolana, ha intentado evitar parecer un epígono de los Estados Unidos. El relajado ultimátum a Maduro no constituía más que una salida argumental para sí mismo, aun al coste de reconocer al sátrapa la legitimidad de ejercicio. Se trataba de mantener una cierta apariencia de autonomía con la que quedar bien ante una izquierda tardocomunista abiertamente simpatizante del chavismo. El paraguas de la UE, siempre tan lenta de cadencia, le ha servido para darse una pátina de equilibrio. Nunca nadie ha creído, ni en el Gabinete ni fuera de él, que el autócrata fuese a moverse de su sitio. El compás de espera era mero maquillaje político.
Sucede que, en diplomacia, los gestos tienen consecuencias. Y que España ha identificado formalmente a Juan Guaidó como presidente provisional de Venezuela. Sí, exactamente lo que hace dos semanas reclamaron los partidos de la derecha… y un Felipe González que a su edad no necesita coartadas para decir lo que piensa. Ahora hay que actuar en el plano formal siquiera, empezando por otorgar credenciales a un embajador que designe la Asamblea. Y asumiendo que sólo hay un responsable de lo que allí suceda: ése al que Sánchez llamó tirano en un arrebato de elocuencia. Claro que también llamó Le Pen a Torra poco antes de agasajarlo con largueza. Los demócratas venezolanos deberían recibir este respaldo con relativa prudencia so pena de descubrir demasiado tarde con quién se la juegan.