«¿Y por Franco y José Antonio es por lo que se manifiestan los fachas?». «No hija, no –le respondo paternal–: por lo de ahora. A nadie le importa un pito lo de entonces, todos miran al pasado por lo de ahora». Los jóvenes, más que memoria histórica, lo que necesitan es un buen tomo de historia.
Las noticias que se han sucedido sobre manifestaciones y contramanifestaciones con motivo del 20-N azuzan la curiosidad juvenil, y descubres que lo que necesitan los jóvenes, más que memoria histórica, es un buen tomo de historia. «El 20 de noviembre murió Franco», me dice mi hija. «Bien», respondo halagado por tal demostración de conocimiento. «Que era muy malo», prosigue. «Y también Primo de Rivera, que era de los buenos, y lo fusilaron, y por eso salen los antifascistas a manifestarse contra los otros». Mi hija debe tener un buen lío -ya no estoy nada orgulloso, se me nota en la faz-, y entonces se oye esa frase que todo padre de este país espera que se produzca algún día para ejercer su labor de preceptor: «Di, papá, cuéntame». Este dulce requerimiento me produce un enorme culto hacia mi misma personalidad, como aquella vez que las dos niñas metieron en casa un perro con muy malas pulgas y sonó algo que colmó mi egolatría. «¡Aita, ven aquí a poner orden!». Desde entonces me hice el más fiel amigo de aquel perro y jugábamos con frecuencia los dos a domador y fiera.
«A Primo de Rivera le fusilamos nosotros -exagero en tono arrogante, como si hubiera estado allí-, porque los falangistas que éste creó, junto a los requetés en Navarra, se levantaron en armas, con Franco al frente, contra la República. José Antonio era hijo de Miguel Primo de Rivera, el general, que dio otro golpe años antes desde Barcelona (Madrid se lleva la fama, pero los golpes han sido donde han sido) y organizó la dictadura, la primera, que duró de 1923 a 1930. Su hijo era un señorito que estudiaba para abogado en Deusto con otros muchos que luego fueron ministros de Franco, así que no confundirles. El general, su padre, dio el golpe para que no se llevaran a cabo procesos a militares por sus responsabilidades en el desastre de Annual, que fue una gran batalla que nos ganaron los marroquíes, porque entonces estábamos en guerra con ellos. Le ayudó al dictador Largo Caballero, que era el jefe de la UGT, el sindicato socialista, posteriormente llamado el Lenin español -mi hija empieza a poner cara de no entender nada o que le estoy metiendo una bola-. Y luego vino la República. Por alzarse contra ella fusilamos a José Antonio Primo de Rivera, y la guerra, aunque no te lo creas, la ganó Franco con la ayuda de tropas marroquíes, con las que estuvo antes en guerra, y su secuela de victoria duró hasta que se murió cuarenta años después».
-«¿Y a Franco no le mató nadie?»- mi hija ya empieza a imbuirse del cainismo patrio.
-«¡No!»-respondo tajante-. Franco se murió en la cama, y fuimos tres y un tambor los que nos atrevimos a enfrentarnos a él. Porque, sabes, Franco duró cuarenta años, uno detrás de otro. Hubo gente que juró no morirse hasta que él lo hiciera y les ganó a casi todos. Y cantidad de gente pasó ante su féretro llorando, días después de que firmara la sentencia de muerte de Txiki, Otaegi, Baena, Sánchez Bravo y García Sanz».
Mi hija empieza a no comprender nada, pero tiene la osadía de volver a preguntar: «¿Y por Franco y José Antonio es por lo que se manifiestan los fachas?». «No hija, no -respondo muy paternal-: por lo de ahora, por lo de ahora. A nadie le importa un pito lo de entonces, todos miran al pasado por lo de ahora. Otro día te contaré lo del 20 de diciembre, el atentado a Carrero»… Y ella echó a correr.
Al final sólo hubo lío en Barcelona, pero no fueron los fachas, y no tuvo que ver con el golpe de Primo de Rivera padre, se lo aseguro.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 21/11/2007